Emilio se estiró sobre las sábanas blancas afelpadas cuando se dio cuenta que estaba en casa. Su cuerpo se sintió como si nunca antes hubiera dormido y sus huesos crujeron haciéndolo soltar gemidos de dolor.
Joaquín guardaba total silencio en todo momento porque aún estaba molesto por lo que ocurrió en la cefetería. Diego se había intentado despedir de la manera más tierna y el rizado solo se lanzó hasta él para golpearlo. ¿Por qué su amigo actuaba tan extraño últimamente?, ¿acaso sabía algo que él quizás no sabía? En algún caso de que así fuera estaría agradecido de recibir explicaciones, aunque probablemente no estaban en las condiciones de ser dadas.
— Perdón. — susurró después de unos cuantos minutos en silencio. Su voz sonaba extremadamente ronca gracias a las horas de sueño y el estado en el que se encontraba antes de esto.
El pequeño lo observó de reojo y volvió su vista al suelo. Estaba esperando que el mayor se volviera a dormir para poder ir a clases pero al parecer se convertiría en un espacio de disculpas.
— No entiendo. — reclamó. — ¿Por qué hiciste tal tontería? — necesitaba alguna respuesta concreta porque las ideas erróneas que se formaban en su cabeza estaba enloqueciéndolo de cierta manera.
Emilio se acomodó mejor para responder la pregunta. Tomó asiento a lado de su amigo y suspiró sabiendo que debía inventarse algo pronto. Mordió sus uñas un poco nervioso porque sabía que necesitaba traer información falsa a su cerebro que pudiera recompensar tremenda estupidez. El rizado suspiró y comenzó a jugar con sus dedos entrelazados sobre sus regazo.
— Joaquín, estaba ebrio. No tenía ni idea de lo que hacía o decía. — se justificó de la manera más obvia sabiendo que en ese momento no podía recurrir a algo más elaborado. El cansancio y el dolor de cabeza no lo dejaban pensar en algo mucho más creíble. — No sé qué me pasó. Por favor, perdóname. — insistió e intentó tomar la mano del pequeño.
Claramente el menor se alejó de manera educada y comenzó a caminar por el lugar mientras fingía que buscaba algo.
— ¿Por qué fuiste a la cafetería en ese estado? — preguntó calmado sin dejar de caminar.
— Necesitaba un café. — otra excusa que no concordaba.
— ¿Y no estabas tan ebrio como para recordar perfectamente el camino y llegar a hacer el escándalo que hiciste? — se detuvo y se cruzó de brazos para observar al rizado dar su respuesta.
Emilio bufó intentando que no se notara lo nervioso que lo logró poner. Maldita sea, seguramente Joaquín ya estaba enterado de todo y simplemente necesitaba que le dijera la verdad. Pero no podía, jamás le diría la verdadera razón.
— No sabía que me encontraría a personas desconocidas. — respondió sabiendo a la perfección que había sido la peor excusa en la historia.
Joaquín rió sin ganas y negó decepcionado. Su corazón estaba hecho pedazos porque tenía la esperanza de que Emilio se alegrara por todas las cosas buenas y maravillosas que por fin le estaban pasando. Sin embargo, lo primero que se le ocurre es agarrarse a golpes con el primer novio en la historia de su vida. Él nunca se metió de tal manera en sus anteriores relaciones, a pesar de que a muchas de esas chicas les caía muy mal y lo alejaron de la única persona que solía tener de su lado en esos momentos. El pequeño en ningún momento irrumpió en alguna de esas relaciones porque sabía cuán feliz hacían a su amigo. Claro que por parte del rizado parecía no notarlo y por esa misma razón decidió que golpear a su novio era la mejor idea.
— ¡Admite de una buena vez que estás molesto por algo! — lanzó realmente frustrado por todos los pretextos que el mayor estaba usando para intentar defenderse de alguna forma. — No cuesta nada decir que te jode verme feliz porque tú estás malditamente sólo. — sus ojitos estaban rojos y repletos de lágrimas a punto de ser derramadas.
No podía creer que finalmente lo había dicho.
Lo dijo y podía sentir a su corazón retumbar en sus oídos.
Emilio frunció el ceño después de aquellas palabras. ¿En serio Joaquín creía que envidiaba su felicidad porque él no tenía una pareja? ¡Vaya mierda!
— No sabes lo que dices. — rió sin gracia y frotó su rostro con ambas manos. Necesitaba estar más consciente para poder hablar con su mejor amigo de lo ocurrido. Joaquín solo estaba sacando conclusiones para nada correctas y eso estaba lastimándolo un poco.
— ¿Que no sé lo que digo? — cuestionó irónico. — Si es así, ¿a qué hora piensas aclararme toda esta mierda? — señaló con sus palmas abiertas a la nada y mordió su labio inferior de la impotencia que sentía.
Entendía la posición en la que estaba el pequeño, pero de ninguna manera quería exponerse. Dolía increíblemente que la persona en la que más confiaba sintiera que estaba simplemente envidiando su felicidad cuando no era así. Lo que en realidad ocurría con él era que no podía aceptar que su persona favorita estuviera en manos de un imbécil como Diego.
Hace algunos meses atrás escuchó a Bruno hablar por teléfono con ese idiota, y realmente no fue su intención escuchar nada de aquello, pero no lo pudo evitar ya que estaban en su casa. El ojiverde estaba ahí para hacer que su amigo sea más cercano a Joaquín ya que Emilio le interesó desde el primer día en que lo vió. Claro, Bruno era el mejor amigo del mundo y por esa razón lo ayudaría a tener una cita con su bebé. Todo era un completo desastre porque Emilio quizo golpearlo en ese preciso momento, aunque el menor los viera y estuviera igual de molesto que hoy. No podía continuar mintiéndose a sí mismo, no quería, pero lamentablemente necesitaba esconderse detrás de esa máscara llena de mentiras. No quería que Joaquín siguiera creyendo que su felicidad le molestaba. Lo dejaría tranquilo de una vez por todas y silenciaría sus sentimientos por un largo tiempo hasta que estos desaparecieran completamente. Sabía perfectamente que no era el mejor momento, pero también sabía que sería una muy buena idea.
— Fui un imbécil, lo sabes. Perdóname, es lo único que te pido. No molestaré más a Diego, lo juro. Espero con todas mis fuerzas que dejes de creer que estoy molesto porque eres feliz. No es así, Joaquín. Te adoro demasiado como para hacerte algo como eso, lo sabes. — confesó con una sonrisa ladina esperando que toda aquella confusión finalizara. — Por favor. — suplicó en un susurro y se acercó hasta el menor para poder abrazarlo.
Joaquín negó y lo empujó bruscamente.
— Quiero que sepas esto antes de largarme de aquí. — lanzó con furia. Las lágrimas que anteriormente estaban acumuladas en sus ojitos comenzaron a resbalar por sus mejillas rojas sin su permiso. Las emociones que en ese momento sentía estaban mandando toda su estabilidad a la mierda. — Creí que estabas siquiera consciente de cómo me has estado tratando todos estos años, Emilio. Soy el típico idiota que se enamoró de su mejor amigo, ¿sabías? Sí, así de común y patético. — asintió y limpió unas cuantas lágrimas. — Llevo exactamente once años con ese dolor en el pecho que en ocasiones no me deja respirar de lo intenso que es. Años y más años viéndote con miles de chicas maravillosas. Llevo muchísimo tiempo aguantando tus malditos apodos cursis e incluso que me besaras dos veces y en una de ellas confesaras que todo había sido nada más que un error. — rió sintiéndose la peor basura. — Era feliz porque sabía que tú estabas siendo la persona más feliz de todas cuando una de esas niñas te daba su número para salir. — bajó la mirada hacia sus manos porque no quería que el rizado lo siguiera observando en ese estado. — Estaba contento por ti, pero cuando fui yo el que intentó ser feliz lo único que hiciste fue demostrarme que te importo muy poco. — finalizó con las mejillas aún más rojas que antes y tomó su chaqueta negra que estaba encima de uno de los sofás para colocársela. — Esta vez voy a quererme un poco y me alejaré de ti. Gracias por todo, pero no puedo continuar aquí haciéndome daño como hasta ahora. — sonrió sin ganas y relamió sus labios resecos. — Espero que estes mejor después de que me vaya, es algo que realmente deseo. Tendrás la casa sola y podrás hacer lo que gustes. No estaré aquí para molestarte. — volvió a bajar la mirada y se encaminó hasta su armario del que sacó tres de las maletas que usó para mudarse. Tomó la decisión cuando el rizado aún dormía, porque sabía perfectamente que si dejaba las cosas así en algún punto empeorarían. — Adiós, Emilio. Mucha suerte. — se despidió y caminó rápidamente hasta la salida.
Emilio en ningún momento lo detuvo.
No supo por qué no lo hizo.
No entendía por qué.
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Those straight people with cliché vibes.
FanficJoaquín y Emilio son mejores amigos. Esta historia es lo más cliché que encontrarán en internet.