Baby

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— ¿Dónde crees que pondrás eso? — la sonrisa de Emilio era increíblemente amplia. Estaba intentando adivinar cómo su mejor amigo haría entrar un oso de peluche gigantesco dentro de su habitación. Era increíblemente grande, casi el mismo tamaño que el propio Joaquín.

— ¿En mi cama? — contestó con otra pregunta mientras cargaba al peluche con sus debiluchos bracitos hasta su lugar de destino.

Finalmente lo depositó sobre su cama y se dió cuenta que en realidad ese oso ocupaba todo el espacio posible. Realmente era gigantesco.

Colocó sus brazos en su cintura y suspiró cansando.

— Te dije que no lo trajeras. — se burló el rizado. — Sé que lo amas pero es demasiado grande. — tomó su toalla con la que golpeó al menor haciendo que este cayera encima del oso en un abrir y cerrar de ojos.

— ¿Qué te pasa? — se quejó con el rostro clavado en la panza felpuda del peluche. — No puedo dormir si él no está, lo sabes. — sonaba cansado, en verdad que no sabía qué haría si no encontraba el lugar perfecto. Tenía que mantener a su osito consigo.

— Tienes dieciocho años, por dios. — el tono burlesco del rizado seguía intacto. — ¿Cuándo dejarás de comportarte como un niño chiquito? — se dejó caer encima del pequeño haciendo que este suelte un grito estruendoso.

Las carcajadas no se hicieron esperar por parte del mayor. Por otro lado, Joaquín quería morirse ahí mismo. No es que Emilio fuera pesado, pero él sí que era débil para lograr sostenerlo. Su cuerpo debajo comenzaba a disparar estruendosos sonidos de huesos quebrándose.

— ¡Bájate ya! — gritó logrando quitar su cabeza que estaba perdida en medio de tanta felpa. — Odio que hagas eso. — se quejó. Tocó su espalda como pudo y suspiró. 

Emilio se removió un poco más haciendo que los huesitos de su amigo crujeran aún más. Fue ahí cuando se asustó y se levantó de golpe tremendamente preocupado.

— ¿Joaco? — musitó asustado. Tocó con cuidado el hombro del pequeño pero este no tenía ni la más mínima intensión de moverse.

— Estoy muerto. — se quejó minutos después. — ¡Me hundiste la espalda, idiota! — gritó por milésima vez en el día. Se sentía terriblememte mal y adolorido.

— Perdóname. — se disculpó todavía con intensiones de burlarse. — Lo lamento, ven. — jaloneó a Joquín hasta su pecho y lo alzó en sus brazos como a un bebé.

— Bájame ahora. — dijo serio. Odiaba que Emilio lo tomara de esa manera tan inesperada. Su corazón latía a mil por hora ya que la cercanía que tenían en ese preciso momento era increíblemente corta y, a decir verdad, temía que su mejor amigo notara sus mejillas sonrojadas.

— Eres un bebé. — al rizado parecía no importarle las suplicas del menor. — Mi bebé, ¿estás de acuerdo? — colocó uno de sus brazos exactamente alrededor de su angosta cintura y le dió unas cuantas vueltas en el aire.

— ¡Oye! — rió gracias a las cosquillas que sentía en su estómago. — ¡Suéltame! — una carcajada se hizo presente hasta que escucharon el timbre del apartamento.

Joaquín frunció levemente el ceño sin dejar de sonreír para luego mirar a su amigo quien continuaba cargándolo.

— Iré a ver quién es. — dijo para seguidamente dejarlo delicadamente sobre el suelo.

Siempre con mucho cuidado si se trataba de Joaquín.

El menor colocó una de sus manitos sobre su estómago y negó divertido. Vaya que Emilio no dejaba de hacerle sentir cosas increíbles a pesar de tanto tiempo que había pasado.

— Hey, ¿cómo están? — saludó una voz conocida.

Nicole.

¿Nicole?, ¿qué hacía ella ahí?

— Nicole está aquí. — vociferó el rizado emocionado de que su novia por fin haya llegado después de su tan largo viaje.

La rubia era novia de Emilio desde hacían ya seis meses. Su amigo le contó cómo fue el proceso para que ellos estuvieran juntos. Claramente una historia de amor que él jamás viviría, ni siquiera en sus sueños. Para ser honestos, ellos hacían una linda pareja. Ambos eran realmente guapos y también coincidían en varios gustos. Estaban hechos el uno para el otro.

— ¡Por fin estoy de vuelta! — dijo emocionada.

Si tan solo Joaquín pudiera decidir cuándo dejar de amar a alguien estuviese en verdad muy agradecido de existir ya que el beso tan apasionado entre la pareja sólo hizo que su corazón se encogiera. Claro, si es que quedaba algo de él después de todo por lo que había tenido que pasar.

— Me alegro mucho. — asintió con una sonrisa ladina.

Sus ojitos no podía mirar a otro lado que no fueran los brazos de Emilio envueltos alrededor de la pequeña cintura de su novia. Eso mismos brazos que lo sostenían de la misma manera hacía unos minutos atrás. En verdad deseaba ser ella. Deseaba con todas sus fuerzas poder gustarle a Emilio de la misma manera en la que él podía gustar de cualquier niña guapa. Lastimosamente ni a eso llegaba. Joaquín sabía perfectamente que no llamaba la atención de nadie, por es misma razón nunca había tenido pareja. Sabía perfectamente que jamás podría llegar a tener algo igual de lindo que lo que los dos seres que posaban frente a él tenían.

Caminó hasta la pequeña cocina para darles su espacio y poder prepararse así un café como tanto le gustaba. Decir que estaba cansado de sentirse así era poco, estaba más que harto. Necesitaba de alguna manera dejar de sentir esas cosas por Emilio, y si no lo hizo durante diez años, probablemente no lo haría nunca. Era hora de cambiar. Por su bien, por el de Emilio, y claramente, por el bien de Nicole.

— Joaco, ¿te molesta si nos dejas solos? Por favor, te daré miles de chocolates o lo que sea que quieras a cambio. — suplicó el mayor asomándose por el marco de la cocina.

El menor podía notar sus labios rojos e hinchados.

Sí que estaba desesperado.

Bastante.

— Seguro. — contestó y se marchó sin más a paso rápido.

Ni siquera sabía a dónde ir, lo único que quería era alejarse de todo y de todos.

¿Por qué no simplemente lo dejaba ir?

Maldita sea con él.

No quería dejar ir al creía que era el amor de su vida, ni siquiera cuando sabía que ese amor ya tenía el suyo.

Those straight people with cliché vibes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora