CAPÍTULO DOS

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Suena mi despertador y suspiro sin ganas de levantarme de la cama. Me siento sin fuerza ni ánimo. ¡Qué raro es eso de mí! Me digo a mi misma con ironía. No para de sonar la alarma, así que alargo la mano y apago el reloj. Odio el sonido de la alarma. Ese sonido tan odioso de todas las mañanas que se te cuela en los tímpanos y hace que odies el mundo entero. Me levanto de la cama y veo que mi almohada esta tirada en el suelo. A saber, cómo he dormido hoy. Siempre que me levanto encuentro o mis sábanas o mi almohada en el suelo. Supongo que me muevo demasiado durante las noches.

Programo la alarma para despertarme antes a partir de hoy, ya que ayer se me olvidó hacerlo y como haga esperar de nuevo al conductor del autobús me hace la cruz. Pensando en ello, no pierdo más tiempo y cojo mi neceser en camino hacia el baño.

Cuando salgo de la ducha decido dejarme el pelo suelto. Tengo un cabello muy domable, no se me encrespa ni nada de eso. Al ser tan liso se me queda con el mismo peinado sin destrozarse durante todo el día. De un color marrón claro como el de mi madre. Al recordarla me entra esa sensación de querer respirar y no poder. Así que aparto de mi mente su recuerdo y me pongo a maquillarme porque si tienen que ver mi cara al natural probablemente la gente se asuste de ella. Demasiado pálida y ojerosa, una cara sin vida. Mis ojos, también marrones claros siempre lucen tristes. Nunca consigo verme bien, pero la verdad es que me he acostumbrado a ello. Creo que lo único que me gusta son mi nariz pequeña y respingosa; y mi boca, también pequeña, pero con los labios carnosos.

Termino mis labores en el servicio y paso por mi habitación para coger mis llaves y la mochila y así no tengo que volver a subir las escaleras. Miro la hora y voy bien de tiempo, por lo que me paso por la cocina. Al entrar encuentro allí mi móvil.

-- ¡Dichoso móvil, ayer me volví loca buscándote! -- le digo rodando los ojos como si me pudiese ver o escuchar.

Me fijo que al lado suyo hay una nota doblada. La cojo pensando de que tiene que ser mi padre porque cuando se va antes de que yo me despierte a trabajar suele dejarme un post-it con algo escrito. La abro y leo:

Hija te he hecho tortitas caseras. Las he dejado dentro del frigorífico. MAS VALE QUE TE LAS COMAS. Que tengas un buen día.

Saco las tortitas de la nevera y una bolsa negra de basura del cajón. Me siento mal haciendo esto, pero no quiero comer, así que las meto en la bolsa porque como vuelva a casa y vea que no me las he comido me va a regañar. Además, que seguro que se ha levantado antes con tal de hacérmelas.

Bebo un vaso de agua y salgo de casa con todo lo que necesito más la bolsa para tirarla en el contenedor de la calle. Mientras voy caminando observo mi rodilla, que de momento no me duele. Cosa que me deja bastante tranquila. No muy lejos de mi casa encuentro un contenedor, así que me acerco a él para meter la bolsa. Abro la tapa, pero del viento que hace casi me pilla los dedos. Menos mal que hoy me he puesto mi chaqueta de cuero porque hace bastante fresco. Después de haber luchado unas cuantas veces con la tapa del contenedor consigo tirarla. Saco de mi mochila desinfectante y me echo en las manos mientras sigo caminando a paso tranquilo porque no llego tarde. Aunque cada vez me pongo más nerviosa por el hecho de ir al instituto, intento mantener mi respiración de manera regular deseando que pase el día sin percances.

Al subir al autobús, David, el conductor me sonríe con ganas. Le devuelvo la sonrisa mientras me dirijo a mi asiento. Cuando me siento me doy cuenta de que he cogido todo menos el móvil. No puedo ser más despistada. ¡Qué cabeza tengo en serio! ¿Quién en el 2019 se deja el móvil en su casa? Los jóvenes de hoy en día se olvidan de todo menos de sus móviles. A ver que yo también soy joven, pero soy la rarita. Mi mente comienza a divagar en recuerdos que prefiero olvidar, así que empiezo a pellizcarme la parte interna de mi antebrazo y me centro en contar, uno, dos, tres, cuatro, cinco Es algo que siempre hago para calmar mi ansiedad y mi miedo. Me centro en algo distinto a mi realidad. Tengo el antebrazo muy irritado ya, pero así mejor porque me produce más dolor y cuando dejo de sentir sensibilidad en uno cambio de brazo. Voy alternando los dos brazos.

¿LUCHAR O RENDIRSE? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora