CAPÍTULO NUEVE

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Alguien llama a la puerta, golpecitos tok, tok, tok Espero muy quieta hasta que se vayan, pero no cesan, los sigo escuchando ¿Serán ELLAS? Me mantengo en silencio poniéndome nerviosa. No quiero verlas más. He tenido suficiente por hoy, no tengo energías, no tengo ganas. No puedo seguir luchando contra ELLAS, ya han acabo conmigo. No me queda nada más que ofrecerles salvo mis lágrimas y mi dolor. Me levanto de la cama sigilosamente y me acerco a la puerta sin hacer ruido por si escucho algo a través de ella. Han parado los golpes, ya no se oye nada. Vuelvo donde estaba igual de silenciosa y nada más sentarme sobre la cama vuelvo a escucharlos de nuevo. Madre mía ¿Quién será? No pienso hablar para preguntarlo ni mucho menos abrir la puerta. Si fuesen las chicas ya habrían entrado, tienen llaves propias. Además que acabo de hablar con Huda, no han pasado ni diez minutos. Aún les queda unas dos horas para llegar hasta aquí.

-- ¿Estás allí dentro muchacha?

Es Abundio. Uff, menos mal. No son ELLAS. Pero ¿Qué hace él buscándome? Buah el cristal. Jolín, jolín, jolín, jolín. Estoy acabada, me ha pillado. Me levanto otra vez y comienzo ir de un lado a otro ¿Qué hago ahora? ¿Qué explicación le podría dar? Madre mía ¿Cómo le digo que tengo a una persona dentro de mí y que se apodera de mi ser cuando quiere? NO, NO, NO. Tampoco le puedo decir eso. Afra me va a provocar mucho dolor, no, no, no puedo hacerlo porque acabará conmigo ¿Y qué le digo? Que lo he hecho porque me apetecía. Estoy acabada, encima se enteraría todo el mundo y mi padre también. Hostia, hostia, si se entera me va a internar en un psiquiátrico. No, no puede ser. Piensa, piensa, invéntate alguna excusa creíble. Y si hago que no estoy en la habitación y después me escapo cogiendo un taxi o algo para volver a mi casa. Pero tampoco, los profesores también se enterarían. No hay soluciones, no hay salidas. Ha llegado mi fin.

-- Muchacha si te he visto hace rato entrar. Ábreme la puerta – gruñe Abundio.

¿Habrá visto mis gemelos llenos de cortes? Seguro que sabe que soy yo la del espejo. No me queda otra opción, trago saliva y le abro la puerta. Se encuentra de pie enfrente de mí con las manos en sus caderas mientras mueve nervioso una pierna. Parece que esta enfadado. Madre mía la que me espera, estoy muerta.

-- ¿Si? – le digo con miedo mientras escanea mi cara.

¿Tengo algo en la cara?

-- ¿Por qué no querías abrirme la puerta? ¿Es que algo temes? – pregunta.

Se refiere al espejo, seguro. No tengo suerte. Me van a matar los profesores, mi padre y él.

-- EhehEstabadurmiendo – digo lo primero que se pasa por la cabeza.

Veo que me aparta a un lado y entra en la habitación inspeccionando cada rincón, mira debajo de las camas, detrás de la puerta Investiga todos los lados ¿Qué pretende? ¿Qué se piensa que tengo guardado aquí? Cuando se siente satisfecho de observar todo sale por la puerta.

-- Pensaba que tenías a alguien guardado – dice tan pancho.

¿A quién iba a tener guardado? Si no me gusta nada estar alado de las personas.

-- Aahh

No sé qué decirle, no tiene pinta de que este de buen humor.

-- Ahora vente conmigo que quiero que veas una cosa – ordena sin dar opción a negarme.

¿Enseñarme el qué? Pff, que pregunta es esa. Quiere que vea mi propio estropicio. Hecha un manojo de nervios cierro la puerta tras mía. Me ha visto. Le sigo sus pasos mientras veo que nos dirigimos al servicio donde me he duchado. Mi corazón se desboca y mi pulso se vuelve loco ¿Cómo voy a liberar de esto? Encima no ha sido ni culpa mía, aunque a la vista sí lo parezca, pero no era yo quien actuaba. Entramos dentro y cuando nos paramos enfrente del espejo roto me lo señala con su mano mientras me alza una ceja.

¿LUCHAR O RENDIRSE? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora