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Era la segunda navidad que pasarían como pareja, ya que la primera había sido a los pocos meses de empezar su relación. Cómo luego de las doce ya era libre ir a saludar a quien quisiera, ella se iba al establo con él.

Sus padres solían irse a la ciudad para saludar a sus parientes más cercanos, y aquella fiesta, no serían la excepción.

—Cierto que tú no comes pavo.

Él sonrió suavemente, y la besó en los labios.

—Gracias de todos modos, amor. Creo que comeré, mm, la ensalada —sonrió tomando el plato donde estaba.

—Hoy fuimos a ver el departamento con mí mamá ¡Y está precioso, mí amor! Ya quiero que nos vayamos, tiene una cama grande para los dos.

Él sonrió levemente, y continuó comiendo. Era muy arriesgado que se fuera con ella, porque si sus padres llegaban sin aviso alguno, podrían encontrarlo a él.

—A mitad de enero me mudaré, después de reyes. Yo creo que puedo venir por ti como para febrero, cuando mis papás se vayan de vacaciones.

—Está bien, amor... Igual es algo que prefiero no pensar ahora.

—¿Por qué no?

—No quiero ilusionarme, Candy. Tú aún no terminas el secundarios, no entiendo porque tus padres te darán el departamento antes.

—Porque ya soy lo suficientemente responsable para vivir sola —sonrió—. La mayoría de mis primas, y compañeras de mí edad, viven solas.

Esperó a que él terminara de comer, y luego se subió encima de Bastien, pasando sus brazos por encima de sus hombros, sonriendo.

—Te amo.

—Yo también te amo —le dijo abrazándola por la cintura, antes de que ella bajara a sus labios, para besarlo.

***

Estaban ambos hablando, mientras Candice se vestía rápidamente. Se habían quedado dormidos luego de tener sexo, y ya se había hecho muy tarde.

Tanto así que había amanecido.

—¿Me ayudas? —le pidió parándose frente a él, de espaldas, para que le abrochara el brasier.

La joven castaña tomó su falda, pasando primero ambas piernas, y no llegó a subirla, que su padre entró al granero con dos de sus amigos de equitación.

—¡¿Qué significa esto?! —gritó aturdido, furioso.

¿Por qué su padre estaba allí? Era... Imposible, ellos no regresaban tan temprano. Y mucho menos un veinticinco de diciembre.

Candice se abrazó a Bastien, al ver que su padre se acercaba a ellos con su bastón.

—Suelta a mi hija, o será peor —masculló con rabia.

—P-Papá.

—¡Tú cierra la boca, enferma! —le gritó tomándola del brazo, alejándola de Bastien de un jalón, arrojándola hacia atrás.

El muchacho intento acercarse a Candice, que había caído, pero en ese momento el padre de ella le dio un fuerte golpe con el bastón por su hombro, haciéndolo gruñir.

—¡Maldito desagradecido! ¡¿Así me pagas?! —exclamó sacando una pistola que siempre llevaba en su cintura.

Su padre era un hombre muy desconfiado.

—¡No! No papá por favor, no lo hagas —lloró desesperada la jovencita, abrazando a su padre—. Por favor no, vamos, vamos por favor, no hagas esto.

Abrazó con fuerza a su hija, y luego le pasó la pistola a uno de sus amigos.

—Encárguense de él, y luego deshágase de ésta bestia.

—No, por favor no. ¡Suéltame! —gritó desesperada, siendo arrastrada por su padre fuera del establo, viendo por última vez a Bastien.

***

—Meses después—

No hacía más que desayunar, que corría al baño a devolver lo poco que había consumido. Se la pasaba con nauseas, cansada, y había dejado de desayunar para no seguir alertando a sus padres.

Luego de lo que había pasado con Bastien, no la habían dejado irse a vivir sola.

Su madre creía que había empezado nuevamente con sus desordenes alimenticios, ya que ella antes de la anorexia, había pasado por la bulimia.

Pero no, Candice comenzó a sospechar que se debía a otro motivo, cuando luego de dos meses, la regla no le bajara. Y la jovencita estaba desesperada, no sabía qué hacer.

No creyó que podría quedar embarazada, luego de haberlo hecho durante tantos meses con Bastien, y no pasara nada.

Y sabía que tampoco podía hablar con sus papás, porque lo más seguro es que la obligaran a abortarlo. Y Candice no quería perder a su bebé ¿Pero que iba a hacer sola?

Recién estaba empezando su último año de secundaria, con diecisiete años, dudaba que pudiera conseguir un trabajo, y estando embarazada, mucho menos.

Y Bastien... Hacía tres meses que no sabía de él, su padre lo había hecho desaparecer. Y tal vez por su estado actual, por necesitarlo más que nunca, es que se la pasaba llorando.

Era demasiado para una adolescente de diecisiete años, sola.

***

—Él ya se encuentra fuera de peligro, será pasado a una sala común. Aún no sabemos que secuelas tendrá cuando despierte, ya que hubieron áreas de su cerebro muy dañadas.

—Lo importante es que él ya está fuera de peligro —pronunció el muchacho, observando al chico que había salvado.

—Y que tienes una suma importante por pagar ahora.

—Sí, papá —le dijo rodando los ojos—. Ya te dije que te pagaré, pero en cuotas. No esperes que pague la cuenta del hospital en un solo pago, con un trabajo de medio tiempo y la cuota de la beca.

—Tienes suerte que tu padre es el director —sonrió con arrogancia el hombre de unos cincuenta años.

—Puff, el tacaño diría yo. Soy tu hijo y ni así tuviste consideración.

—Si hubiera sido un humano, no te habría cobrado nada. Pero es una bestia, Gillian, nadie quería atenderlo.

—Desconsiderados racistas —pronunció molesto.

***

Se observó en el espejo, luego de bañarse, y observó su pequeña pancita, llorando. ¿Cómo iba a hacer para ocultar su embarazo? Era mitad de abril, no sabía de cuántos meses tampoco se encontraba, sólo que cada día, tenía más y más hambre.

Y ella no quería comer, tenía miedo de que su panza creciera mucho, de que fuera evidente su estado.

Pero lo cierto, es que por más que comiera poco, ahí estaba su pequeño vientre, hinchado, creciendo. ¿Cuánto más podría ocultarlo?

Se secó rápidamente, y se colocó ropa holgada, nada que remarcara su figura, antes de tomar la mochila y salir de su habitación para ir a clases.

Iría lo mayor posible a clases, antes de que su bebé naciera.

...

BastienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora