V

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La primera semana había sido muy difícil para ambos poder controlar el frenesí. Era verse sólo para tener sexo, tantas veces como pudieran.

Y la jovencita castaña solía escaparse hasta en las noches para poder estar con él, arriesgándose ambos para calmar el deseo que los invadía.

Pero hoy, meses después, su relación llevaba un ritmo más tranquilo y estable. Y obviamente, el sexo no faltaba tampoco.

Lo miró a los ojos, y sonrió, dándole varios besos cortos en los labios, haciéndolo sonreír a él también. Estaban en el granero, donde solían tener la mayoría de sus encuentros.

Candice estaba encima de él, acostada sobre su pecho desnudo, escuchando su suave respiración, los latidos calmos de su corazón contra su oído.

—Bastien, estaba pensando, en qué quizás podría ayudarte.

—¿Ayudarme? ¿Con qué?

—Traerte algo de ropa, comida deliciosa —sonrió levantando la cabeza, mirándolo a los ojos mientras le corría un par de mechoncitos de la frente—. ¿Qué tal una manta más mullida? Pronto comenzarán los días de mucho frío, y no quiero que te enfermes, amor.

—Candy, si tú haces esos, podrían sospechar de mí, porque ¿De dónde habría sacado yo todas esas cosas? ¿Entiendes? Podrían llegar a creer hasta que yo las robé.

—Pero no quiero que te enfermes.

Sonrió suavemente, y le acarició la mejilla.

—No será el primer invierno que pase aquí, estaré bien.

—¿Sabes cómo estaríamos bien los dos? Si durmiéramos juntos —le dijo robándole un beso—. Abrazados, dándote muchos besitos.

—Ese sería un sueño muy bonito —sonrió afligido—. Me gustaría tanto poder ser un hombre humano, y estar contigo.

Ella negó con la cabeza, llevando una de sus manos hacia su orejita izquierda, acariciándola.

—No, a mí me gustas así. Me gustas cuando ronroneas, cuando gruñes, cuando tus pupilas se hacen grandes o se afilan —sonrió—. Éste es el Bastien del cual me enamoré, no de un humano.

Él la miró con tristeza, y luego bajó la mirada.

—¿Hasta cuándo seguiremos con esto? Yo no soy libre, y tú... Tú eres una chica muy joven, que merece un hombre mejor a su lado. Alguien libre.

—No, esas son estupideces, yo sólo quiero estar contigo. Siempre a tu lado.

***

—Dale bestia, que las cosas no hacen solas, baja de una puta vez los costales —pronunció un tipo bajando de la camioneta, donde llevaba los costales con granos para las gallinas.

—Sí —murmuró entrando a la camioneta.

Pero no hizo más que tomar un costal, cuando escuchó un gran alboroto en el gallinero. Salió rápidamente, corriendo, y fue entonces que se encontró con Gabriel, uno de los trabajadores de su dueño, tomando a una gallina del cuello, quebrándolo.

Bastien lo observó aturdido, parado en el mismo lugar.

—Désplúmala para mí, y rápido. Es para el almuerzo de hoy —le dijo indiferente, arrojándole el cuerpo del ave a las piernas.

El tipo salió del granero, y Bastien miró hacia abajo, sintiendo un gran vacío en el pecho. Se agachó, y tomó a la gallina, antes de mirar al resto.

Odiaba los actos de crueldad, que trataran a los animales como si nada. Es más, él no consumía carne, desde que había llegado a la finca, y lo habían obligado a matar a los cerdos, corderos o gallinas para las comidas, había dejado de consumirlos.

—¿Y bestia? ¡No me hagas sacar las cadenas! —exclamó desde el otro lado de la puerta, al notar que el muchacho no había bajado los sacos con granos.

—Lo siento mucho —murmuró arrodillándose en el suelo—. Fuiste una gran compañera.

***

—¿Qué haces, ma? —le preguntó curiosa, al ver que estaba frente al ordenador, tecleando algo.

—Preparo la lista de invitados para tu cumpleaños, cariño. Sólo faltan cuatro meses.

—¡Sí! Ya más cerca de los dieciocho.

—Pero si recién vas a cumplir diecisiete —sonrió divertida.

—Exacto, sólo me falta un año más.

—Sí, pero mientras vivas con nosotros, harás lo que yo diga.

—Claro —le dijo rodando los ojos.

—Debo llamar también al pastelero, para ir organizando tu pastel ¿Cómo lo quieres?

—Oh ¡Quiero un pastel enorme! —sonrió emocionada—. Con crema y jalea de durazno, y trozos de duraznos.

—¿Durazno? ¿No prefieres fresas?

—Nop, quiero duraznos —sonrió, recordando a su lindo "gatito".

La fruta preferida de Bastien era el durazno, y la de ella ahora también. Era comerla, y recordar el sabor del muchacho.

—De acuerdo ¿Qué más quieres?

—Mm, pues el resto que se encargue él, que le dé una bonita decoración.

—De acuerdo, entonces, sólo crema y durazno, y el bizcocho de vainilla.

—Así es —sonrió.

—¿Y para la comida?

—Ah, hablando de eso, yo quería hacer una fiesta a parte, para mis amigos. Sé que vendrán los amigos de papá, y los tíos y primos, es por eso que quiero hacer algo... Más a corde a mi edad.

—Primero lo hablaré con tu padre, después vemos si él acepta o no.

***

Estaba solo sentado sobre la paja, mirando hacia la nada, en medio de la oscuridad de la noche. Luego de la charla que había tenido con Candice, aquella mañana, no había dejado de pensar en su futuro.

Ellos llevaban unos cuatro meses de relación ya, y la amaba más que nada en su vida. Pero sabía que su relación no tenía futuro, que la jovencita tenía toda una vida por delante.

Sabía también que era cuestión de tiempo para que conociera a un muchacho de su entorno, y se olvidara de él. Junto a Candice, había madurado más, entiendo que ella era muy joven para él.

Que ella era mucho para alguien como él.

No solo tenían en contra la edad, diez años de diferencia, sino también su especie y condición social. Ella era una humana, él una bestia. Ella era una jovencita con mucho dinero, inteligente, con un futuro prometedor. Y él solo era un hombre pobre, ignorante, y esclavo.

Nada bueno podía darle, más que su amor, que en la vida no le serviría de nada.

Tal vez, ya era momento de alejarse de ella, de hacerle entender que ella a su lado no tenía un futuro prometedor, porque su relación no tenía futuro.

Qué lo mejor era que Candice se enfocara en los estudios. Ya le quedaba muy poco para terminar el secundario y empezar en la universidad.

Bastien sólo era una distracción.

...

BastienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora