—Días después—
"La besó, acariciándola, recorriendo su cuerpo entero con sus manos, apretando sus pechos entre sus dedos, mientras la escuchaba gemir contra su boca.
Le encantaba probar su piel, lamer cada centímetro de ella, sentir como clavaba sus uñas cada vez que mordía y chupaba sus pechos, o se hundía profundamente en ella.
Escuchar que lo llamara, que arqueara su cuerpo contra él, que fuera suya. Le gustaba que fuera suya, era lo único que tenía, y ella siempre le decía cuanto lo amaba.
Y a veces, ni las palabras hacían falta, su mirada lo expresaba todo. Ella estaba tan enamorada de él."
Según había averiguado, el asentamiento de bestias se había creado hacía un poco más de tres años, entonces... Era imposible que ella lo conociera de antes.
Aún así, Bastien se sentía molesto ¿Por qué no había buscado ayuda de ellos para encontrarlo?
La vio salir de su puesto de trabajo, eran cerca de las cuatro de la tarde, y él también ya estaba libre. La siguió, sin que la jovencita lo notara, hasta una tienda, donde la castaña se quedó viendo ropa de mujer.
Candice abrió su billetera, observó el dinero que tenía en ella, y luego continuó caminando. Nop, no había dinero suficiente como para comprar una nueva blusa.
La blusa o la comida de al menos una semana.
Llegó hasta la parada del autobús, e ignoró completamente que un muchacho azabache la venía siguiendo. Se colocó los auriculares, y puso algo de música.
Unos minutos después, su autobús llegó, y Bastien subió después de ella, quién se sentó en uno de los primeros asientos, y él en los de atrás.
Después de un par de calles, la castaña se bajó, y él la siguió hasta su edificio, donde antes de entrar, la increpó.
—Ultimamente, sólo sueño contigo.
Ella se giró rápidamente, y al encontrarlo, lo observó desconcertada ¿Qué estaba haciendo allí?
—Bastien.
—¿Qué edad tenías cuándo tuvimos sexo por primera vez?
Candice lo miró incómoda, tomando las llaves del portón.
—¿Quieres pasar? No quiero hablar de mi intimidad en la calle.
Él asintió con la cabeza, y ambos entraron, subiendo las escaleras hasta el segundo piso, donde estaba en departamento de ella.
—Siéntate —le dijo señalando un viejo sofá.
Él lo hizo, y ella se sentó en un puf, mirando hacia abajo.
—Tenía dieciséis.
—¿Ya habías tenido novios antes?
—No, bueno sí, pero eran relaciones tontas, de besos y nada más. Tú fuiste mi primera vez, si eso quieres saber.
—¿Y qué sabes de mí?
—Que también fui tú primera vez.
—Entonces, por eso te aprovechaste de la estupidez de un hombre como yo. ¿Qué buscabas, Candice?
—¿Qué buscaba? ¿Hablas en serio? Yo me enamoré de ti, fuiste mi primer hombre, el único, Bastien. Yo era una adolescente cuando comenzamos nuestra relación, y como tal, muy inmadura, pero te amaba. Y hasta donde sé, tú también me amabas.
—Tal vez sólo estaba impresionado por ti.
—Pues eso deberías preguntarle al Bastien que yo conocí... No tienes idea de lo que sufrí, por las cosas que tuve que pasar después de perderte.
—Lo noto, sé que tu familia tiene mucho dinero, y ahora vives aquí, en un monoambiente sin nada, viejo. ¿Te echaron luego de encontrarte en el establo conmigo?
—No, yo me fui —le dijo con rabia, frustrada, con lágrimas en los ojos—. Yo me fui porque quise buscarte, dejé todo para buscarte, pasé decenas de cosas para encontrarte.
Él se puso de pie, y se dirigió hacia la puerta.
—Denunciará a tu padre, quiero que lo sepas, para que le digas que busque un buen abogado. Tengo pruebas más que suficientes contra él, contra lo que me hizo —le dijo abriendo la puerta.
—¿Y tú piensas que yo sigo hablando con él después de lo que te hizo? ¡¿De lo que me hizo a mí?! —le gritó al borde del llanto.
—No sé, no te conozco —pronunció saliendo—. Pero mientras viví en ese campo, tú también te aprovechaste, tampoco hiciste nada para liberarme. Busca ayuda también.
—Pues cuando lleves a cabo toda ésta mierda, busca también justicia para el hijo que a mí me arrebataron, tu hijo. Porque tú no fuiste lo único que me quitaron y amé, estaba embarazada cuando todo pasó —lloró—. Y ya no me interesa que puedas hacer, porque es obvio que el hombre que conocí ya no existe. No sé quién eres.
—¿H-Hijo? —pronunció aturdido.
Ella negó con la cabeza, y cerró la puerta, antes de sentarse en el suelo y llorar. No, la pérdida de su bebé era algo que no podía superar.
Cada vez que veía a un niño, una madre llevando a su hijo, una embarazada, un bebé llorando, la llenaba de tristeza, se sentía tan vacía.
Y lo peor de todo, es que sabía que habían asesinado a su bebé, porque ella recordaba perfectamente que su hijo se movía, que antes que la durmieran, su bebé se seguía moviendo dentro de su panza.
Fue hasta la mesa de noche, ignorando a Bastien golpeando la puerta, y abrió el primer cajón, sacando una cajita rectangular.
Al quitarle la tapa, tomó una camiseta pequeña, blanca, que ella le había comprado. Allí también había un chupete amarillo, y una carta, que ella le había escrito a su hijo.
Estaba tan rota por dentro, tan quebrada, tan doblegada. Qué con casi veinte años de edad, no sabía cuánta tristeza más podría cargar con ella.
Había perdido a su pareja, a su hijo, su familia, todo. No había terminado sus estudios, estaba sola, alejada de su hogar, en una país que no era el suyo, hablando un idioma que no le pertenecía ¿Para qué?
Había perdido tanto ¿Para qué? Si el hombre que ella amaba, y con quién esperaba encontrar al menos una caricia para su alma, la culpaba de todo.
¿Qué pretendía Bastien que ella hiciera con diecisiete años? Era una adolescente, no una mujer madura, con los medios para sacarlo de allí.
Él la estaba culpando por ser hija de su comprador, sin darse cuenta que ella era una víctima más de ese tipo.
Se acostó en su cama, y abrazó la camisetita. Ahora más que nunca, deseaba haberse ido con su hijo en aquella interrupción.
...