Capítulo 54: Zapatillas locas.

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Imagínate el concierto más multitudinario que hayas visto jamás, un campo de futbol lleno con un millón de fans.
Ahora imagina un campo un millón de veces más grande, lleno de gente, e imagina que se ha ido la electricidad y no hay ruido, ni luz, ni globos gigantes rebotando sobre el gentío.
Algo trágico ha ocurrido tras el escenario. Multitudes susurrantes que sólo pululan en las sombras, esperando un concierto que nunca empezará.
Si puedes imaginarte eso, te harás una buena idea del aspecto que tenían los Campos de Asfódelos.

La hierba negra llevaba millones de años siendo pisoteada por pies muertos. Soplaba un viento cálido y pegajoso como el hálito de un pantano” aquí y allá crecían árboles negros,  Grover me dijo que eran álamos.

El techo de la caverna era tan alto que bien habría podido ser un gran nubarrón, pero las estalactitas emitían leves destellos grises y tenían puntas afiladísimas.

Intenté no pensar que se nos caerían encima en cualquier momento, aunque había varias de ellas desperdigadas por el suelo, incrustadas en la hierba negra tras derrumbarse.

Supongo que los muertos no tenían que preocuparse por nimiedades como que te despanzurrara una estalactita del tamaño de un misil.

Annabeth, Grover, Percy y yo intentamos confundirnos entre la gente, pendientes por si volvían los demonios de seguridad.
No pude evitar buscar rostros familiares entre los que deambulaban por allí, pero los muertos son difíciles de mirar. Sus rostros brillan. Todos parecen enfadados o confusos. Se te acercan y te hablan, pero sus voces suenan a un traqueteo, como un chillido de murciélagos. En cuanto advierten que no puedes entenderlos, fruncen el entrecejo y se apartan. Los muertos no dan miedo. Sólo son tristes.

Sin duda una experiencia que te hace apreciar más tu vida, por más patética que pueda ser.

Seguimos abriéndonos camino, metidos en la fila de recién llegados que serpenteaba desde las puertas principales hasta un pabellón cubierto de negro con un estandarte que rezaba: “Juicios para el Elíseo y la condenación eterna. ¡Bienvenidos, muertos recientes!”

Por la parte trasera había dos filas más pequeñas. A la izquierda, espíritus flanqueados por demonios de seguridad marchaban por un camino pedregoso hacia los Campos de Castigo, que brillaban y humeaban en la distancia, un vasto y agrietado erial con ríos de lava, campos de minas y kilómetros de alambradas de espino que separaban las distintas zonas de tortura.
Incluso desde tan lejos, veía a la gente perseguida por los perros del infierno, quemada en la hoguera, obligada a correr desnuda a través de campos de cactus o a escuchar ópera.

Vislumbré más que vi una pequeña colina, con la figura diminuta de Sísifo dejándose la piel para subir su roca hasta la cumbre.

No puedo explicar con palabras claras lo que sentía, todo era demasiado imposible para creerlo.

Vi torturas peores; cosas que no quiero describir. La fila que llegaba al lado derecho del pabellón de los juicios era mucho mejor. Ésta conducía pendiente abajo hacia un pequeño valle rodeado de murallas: una zona residencial que parecía el único lugar feliz del inframundo.

Más allá de la puerta de seguridad había vecindarios de casas preciosas de todas las épocas, desde villas romanas a castillos medievales o mansiones victorianas. Flores de plata y oro lucían en los jardines. La hierba ondeaba con los colores del arco iris. Oí risas y olor a barbacoa. El Elíseo.
En medio de aquel valle había un lago azul de aguas brillantes, con tres pequeñas islas como una instalación turística en las Bahamas. Las islas Bienaventuradas, para la gente que había elegido renacer tres veces y tres veces habían alcanzado el Elíseo.

De inmediato supe que aquél era el lugar al que quería ir cuando muriera.

“De eso se trata.” dijo Annabeth como si me leyera el pensamiento "Ése es el lugar para los héroes.”

La hermana de Percy Jackson.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora