Una Casa

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Gente como tú se queda sola por las noches.
Cuando salen a cazar, sus altas esperanzas se quedan ocultas en las calles por donde solían jugar al escondite cuando niños. No todos aprendieron a ser amables compañeros, pero todos conocieron la bondad del sacrilegio.

Pero tú. Tú, señor. Eras tan perfecto que ni me inmuté cuando te vi llegar. Creía simplemente que algo así no era real. Me envolviste en tus lecturas, tus palabras sobre Nietzsche, y lo que esperabas de la vida en cuanto a hombres se trataba.

Me contaste de experiencias y me abriste una de tus puertas. Entré a tientas y bajé las escaleras, solo para toparme con cadáveres ocultos debajo de las maderas.

Grité y me escabullí, buscando alguna luz entre tanta oscuridad, pero fuiste alguien tan cruel que me ataste a varias cuerdas y me quisiste utilizar como una sucia marioneta. Qué suerte que la vida me enseñó a ser de cristal, pude cortarlas cada una y salir por atrás.

Me escapé antes de tiempo, antes de que tus manos me tocaran el cerebro, pero ahora estoy aquí, en tu patio trasero, viendo como las zumban volando entre las plantas. Me quedan unos días en esta triste ciudad, y no veo a mi nuevo amado llegar por ningún lugar.

Supongo que me quedaré aquí, atrapado en las enredaderas.
Quizás estaré aquí cuando florezcan en primavera. Quizás me quede aquí y me transforme en una casa, que se encierre en nubes de polvo, se desaparezca en hojas que crezcan cada vez que alguien decida echar un vistazo, asomándose por mis ventanas.

 Quizás me quede aquí y me transforme en una casa, que se encierre en nubes de polvo, se desaparezca en hojas que crezcan cada vez que alguien decida echar un vistazo, asomándose por mis ventanas

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