Prólogo

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En aquel enorme sistema de túneles que abarcaba casi por completo los subsuelos de algunos campos de maíz que, aún hoy día se mantenían produciendo orgánicos gracias a los movimientos anti-artificialistas en la ciudad, controlada ésta en su mayoría por los Almuminin mmin alzzulumat.

Caminaba el científico de nombre desconocido, y Zad, quien parecía haber encontrado por el momento un excelente mentor y maestro que, además, comprendía todas sus maniáticas obsesiones con teorías y experimentos relacionados al mundo de la cuántica y dignos teoremas de la gloriosa época astronómica, recordando aquellos días de la famosa, y muy relevante, invención del teletransporte atómico, los portales cuánticos(aún estos siendo algo bastante metafóricos), etc.
Dando así entre ambos, monte seco al fuego que crecía dentro de ellos como un incendio en pleno desierto.

Tras haber encontrado una hermosa cooperación con sus intereses en común como científicos que buscaban experiencias diferentes pero por los mismos medios, decidieron que ahora tomarían un nuevo rumbo hacia el laboratorio que, con afán, Zad tenía preparado desde muchos días atrás. Ya hace algunos años buscaba maneras exuberantes para intentar cambiar la historia de su vida, al punto de fantasear con viajes interestelares por medio de tecnología basada en vacío...
Ahora en este momento no imaginaba más que verse llegando al laboratorio junto a su nuevo amigo para mostrarle las grandes e innovadoras herramientas que el gobierno le permitía obtener para sus alocadas y calurosas investigaciones, no es como que tuviera solamente un telescopio espacial con una tecnología increíble sino que también lo presumía muchisimo.

Sacudían sus manos, alzandolas en el aire, como son de gratitud a aquellos diligentes extremistas y religiosos por la grata bienvenida en las cuevas; quienes a su vez les devolvían el gesto para que bajo toda confianza se marcharan sin temor a ser asesinados por un francotirador en la salida, además, los habían atendido con mucho placer, proveyéndoles todo lo que buscaban en las minas para sus ambiciosos proyectos científicos que parecían requerir de mucho poder y dinero involucrado.

Caminaban hacia la salida de aquel lugar, donde no sólo les sirvieron un poco de eso que los antiguos llamaban café, sino que también encontraron una nueva amistad entre ellos; en pro de la ciencia, como diría Papini.
Ambos sabían que de alguna u otra manera llegarían a descubrir la conexión entre ese extraño planeta y aquella vieja catedral de St. Louis que parecía contener muchos secretos ocultos y cierto extraño vínculo con ese Monstruo en las alturas...

Fue mala suerte del destino o quizá aquel Dios malévolo en las alturas lo presentía, pero nuestros compañeros jamás estarían encaminados hacia esos nuevos proyectos que ya con ansias venían platicando por la emoción del momento. Lástima, a pocos metros de la salida del túnel, los obreros, que apenas eran divisables por los rayos del sol que se incrustaban como agujas en sus ojos, comenzaron a correr hacia el exterior, desapareciendo de su vista, casi como si un horroroso fantasma los hubiera ahuyentado a todos. Como si supieran que algo muy malo estaba por suceder, así que como señal de advertencia, ambos decidieron comenzar a correr también, a empujones y mareos espontáneos por la adrenalina que comenzaba a invadirlos casi sentían que no saldrían de esta. Todo se derrumbada a sus espaldas, las paredes de concreto y las luces del techo parecían columpiarse al son de sus corazones acelerados, y sabía bien que Zad jamás solitaria, por nada del mundo, aquel portafolio con los documentos que tanto le había costado conseguir de los Almuminin mmin alzzulumat.
Corrieron muy rápido, aunque el tiempo no estuvo nunca de su parte...

Zad no tardó en caer, el suelo no estaba resbaladizo pero el miedo parecía hacer malas jugadas, tanto que por un segundo sintió sus piernas entumecidas, como si estuvieran amarradas a un par de rocas enormes y no pudiera mover ni un solo músculo. Todo parecía indicar que no tendrían escapatoria de allí.

¡Cuidado! -Le gritó el Científico, tomándolo del antebrazo para intentar moverlo de su peligrosa posición, mientras una silla parecía atravezarse en el camino, lanzando a Zad por el suelo, casi como si quisiera detenerlos en su escape de la muerte.

Mientras, el terrible ataque que se producía en las afueras de la mina no era lo que ellos imaginaban, pues se trataba del inicio de una guerra que agarraba por sorpresa incluso a las más avanzadas organizaciones de vigilancia espacial.

Toma ésto -Dijo Zad al científico_ a centímetros de casi llegar al final de aquel maldito túnel; sabiendo que no podría levantarse de allí intentó darle el portafolio que tanto amaba. Pero fue demasiado tarde...

Sin previo aviso el túnel colapsó sobre Zad, como el destino ya lo había previsto, dejándolo sepultado junto a su portafolio, que ahora pasaría a ser nada más que algún vago recuerdo en la memoria de aquellos que intentaron salvar al planeta.

El científico, desorbitado por el polvo y el ruido que producían las explosiones sobre los campos de maiz; logró salir con vida de aquel horrible desastre inesperado que sepulto a su compañero Zad, estuvo unos segundos perdido entre gritos, y nubes de humo.
Decidido a salvarse, corrió hacia donde su sentido de orientación le indicó, sin saber a dónde iba. Cuando el viento le permitió ver su camino de nuevo para terminar de calmar el miedo que tenía por morir en cualquier momento; pensó en lo que acababa de suceder, miró hacia arriba, observo el cielo y comprendió que ya su tiempo estaba contado, pues parecía que el demonio en las alturas ya comenzaba a despertar.

Recordando que la vida en ocasiones suele ser peor que la misma tragedia, logre percatar cómo el científico caía sobre sus rodillas poco a poco, para luego morir en la podredumbre de aquel suelo mojado por la lluvia de hace unos días y la sangre de muchas otras personas.

Una bala de francotirador lo atravesó directamente en la yugular, matándolo casi al instante, con la unica posibilidad de poder sentir como su corazón se detenía poco a poco y su cuerpo se tambaleaba hacia el suelo para morir.

Nunca imaginó que acabar así era tan sencillo, y menos que sería en vano todo el esfuerzo en las investigaciones que con Zad habia colaborado. La muerte igual termina lo que otros empiezan, o al menos así lo creo.

Millones de historias trágicas coinciden junto a ésta, formando una cadena de infinitas desgracias que parecen no terminar. Como algún día todos moriremos, espero en Dios no morir en manos de éste maldito monstruo, la buena suerte parece haberse extinguido para el mundo.

Sobre el Francotirador se tiene poco conocimiento, aunque es claro que a ambos científicos les esperaba una emboscada en las afueras de la mina.

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La Mancha En La OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora