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Sting se estiró en su cama con pereza, eran las doce de la mañana del domingo y no pretendía levantarse ni para comer. Podía escuchar a Rogue remover cosas en la cocina, seguramente preparando la comida. Se movió en su cama y volvió a cubrirse con las mantas sin ánimo de levantarse.

—Sting, ¿compraste la verdura como te dije ayer?—Rogue hizo aparición y Sting gimió con desagrado, sin abrir los ojos y sin incorporarse, se dio la vuelta. Rogue sabía la respuesta, pero estaba molesto—. Sting, levántate, es tarde.

—No tengo nada que hacer—respondió sin fuerzas. Rogue agarró sus mantas y se las quitó provocando un quejido en el rubio.

—Sí tienes cosas que hacer, ve a buscar la verdura al súper.

—El súper está cerrado.

—El de la esquina abre hasta las dos.—Sting escuchó los pasos de Rogue alejarse, solo entonces abrió los ojos y se incorporó. Nunca desafiaría a Rogue, a pesar de ser su mejor amigo y compañero de piso le daba algo de miedo.

Quizá era un poco extraño que un médico licenciado como era Rogue y un abogado de prestigio como era Sting vivieran juntos como si fueran estudiantes de universidad. Lo lógico sería vivir con su novia, o solos en su defecto, por lo que Sting comprendía por qué Lucy pensaba que eran gays en secreto.

Salió sin ánimos del departamento, solo se cambió los zapatos y colocó una chaqueta. No había nadie, o casi nadie, en la calle, por lo que la vergüenza de ser visto en pijama se reducía gracias al sueño y a la poca gente. Compró la verdura haciendo caso omiso de la sonrisa divertida de la empleada y se apresuró en llegar a su casa.

Caminó con prisa debido al frío, pero se detuvo al encontrar a alguien llamando incesantemente a la puerta. Sting se sorprendió, sobre todo por no escuchar los gritos de Rogue molesto debido al ruido. Se acercó al hombre, recibiendo una molesta mirada.

—¿Quién eres?—Sting se mosqueó, frunciendo el ceño y apretando la bolsa en sus manos.

—Quién eres tú, y qué haces llamando a mi piso—gruñó Sting ahorrándose un insulto por educación.

—Este es el piso de Rogue Cheney, ¿estoy en lo cierto?—Sting enarcó una ceja viendo como el hombre le enseñaba una placa, abrió los ojos con sorpresa—. Soy de inmigración, tengo que hacerle unas preguntas.

—¿Ha pasado algo malo?—preguntó con preocupación, sabiendo que Rogue sería incapaz de romper una ley. Fue atrás en su memoria, el único problema que Rogue había tenido fue hacía un par de semanas en el hospital, una denuncia falsa por mala praxis que al final retiraron.

—No se me permite hablar de eso. Por favor, abra la puerta.—Sting asintió, algo molesto por ser ordenado, y pasó para dejar la verdura en la cocina.

Miró en el frigorífico una nota donde Rogue le especificaba que había tenido que salir de urgencia. Sting suspiró.

—Rogue se fue, una urgencia en el hospital. Tendrá que venir otro día—comunicó Sting enseñando la nota al hombre.

—Esperaré aquí—anunció sentándose en el sofá. Sting frunció el ceño con molestia.

«No pienso ofrecerle comida, que se joda» pensó, retirándose a su habitación para ponerse sus zapatillas y coger su consola.

Abrió la puerta de si armario y ahogó un grito en su garganta al ver a Rogue dentro. El pelinegro rápidamente le indicó silencio y Sting, disconforme pero sorprendido, asintió.

«Necesito que te libres de él», le indicó Rogue mediante señas, un lenguaje inventado en su infancia para poder comunicarse sin ser descubiertos. Sting asintió dudoso y cerró el armario de nuevo, obteniendo su consola de encima del mueble y saliendo al salón.

Vivan los "novios"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora