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Había sido más complicado de lo que le habían dicho. ¿Qué los nervios se iban? Eso era mentira. En ese momento solo quería darse la vuelta, se sentía irremediablemente observado y, bueno, era lógico, pero aún así desearía poder decirles a todos que mirasen a otro lado y lo dejaran en paz. Aunque no lo miraban solo a él, Sting estaba a su lado pero, al contrario que él, Sting parecía relajado, mostrando una sonrisa radiante mientras avanzaba. Si Rogue no lo conociera, diría que estaba tranquilo,pero bien sabía que el rubio quería, al igual que él,huir de aquel lugar.

No se sorprendió por los gritos y vítores, tampoco se quejó cuando el arroz comenzó a caer sobre sus cabezas como una gran lluvia inesperada, aunque no pudo evitar soltar un quejido al sentir el primer montón caer sobre ellos. Rogue ya no era capaz de decir con certeza cuantas fotos les habrían hecho. Bueno, ¿acaso importaba? Sus nervios no iban a eliminar el entusiasmo que provocaba la situación y que le habían contagiado sus compañeros.

La fiesta fue sencilla y agradable, justo como a Rogue le gustaba. Sorprendentemente, Natsu no había montado ningún alboroto, Sting también había evitado seguir el juego del pelirrosa. Todo lo que vino después, si le preguntabas, había sido demasiado rápido. ¿El viaje de novios? Esas dos semanas habían pasado casi como si hubieran sido tres días. Había sido como cualquier viaje normal, algo de mayor cercanía para alguna foto falsa que luego debían incluir en un álbum.

—Creo que podría vivir así siempre.—Le había dicho Sting en uno de sus paseos de la tarde en la hermosa ciudad. Rogue dejó de observar la curiosa estructura de las estrechas calles para mirar a Sting. El viento provocaba que su pelo revoloteara a un leve compás marcado, Sting se había apoyado en una de las paredes, seguramente cansado de la larga caminata, sin embargo había una sonrisa en su rostro.

—¿En un viaje al extranjero de diez días pagado como regalo? Creo que yo también—respondió Rogue en una pequeña burla. Los ojos azules se abrieron, el ceño se frunció notando el tono burlón.

—¿Qué haremos a continuación?—preguntó, Rogue se sorprendió de que no respondiera a su pequeña broma.

—Tenemos dos entradas para un museo—murmuró en respuesta, sus manos se dirigieron a la mochila para comprobar, una vez más, que las entradas se encontraban ahí.

—Vamos yendo, ¿no?—Sting no esperó respuesta, sujetó su mano y tiró de él a pesar de que Rogue estaba seguro de que no sabía el camino. Rogue no se quejó, su corazón dio un pequeño salto que no le permitió hacerlo.

Ese día se perdieron, por lo que no pudieron ir al museo. Sin embargo, Rogue jamás cambiaría aquel momento junto a Sting tratando de descifrar un mapa en otro idioma, las risas de su amigo tratando de comunicarse con alguien para pedir indicaciones y tratar de regresar al menos al hotel aquella noche. Habían regresado pasadas las doce de la noche, ambos exhaustos por un día tan intenso. Se acostaron juntos, ya casi sin importarles aquella cercanía, antes de caer rendidos.

Ahora, Rogue echaba de menos aquello. Esa falsa felicidad, nada de preocupaciones. Miró el anillo en su dedo y se preguntó cuánto tiempo podía durar aquello. Habían hablado de un año, según Sting los divorcios solían ocurrir en el primer año o, sino, cuando ya se llevaba mucho tiempo. Rogue había aceptado, aunque realmente no quería. Una vez se divorciaran, estarían obligados a vivir separados; sería demasiado sospechoso que continuaran viviendo juntos, más sabiendo que ambos tenían un trabajo estable con un buen salario.

Sting no parecía preocupado, vivían los días con normalidad. Los días que Rogue pasaba en el hogar junto a Sting, el rubio solía estar con la consola mientras Rogue veía alguna serie o leía un libro; de vez en cuando echaban una partida juntos que, por norma general, Rogue perdía.

Vivan los "novios"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora