1- Coffee Shop

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"Érase una vez una princesa que vivía en un palacio, en un gran reino que adoraba todo lo que hacía y rodeada de cualquier cosa que pudiera soñar. Sin embargo, algo le faltaba: amor. Sin amor, todos los días que podrían estar pintados de rosa eran de un tono gris apagado, el palacio parecía demasiado grande y su interior estaba vacío. Mentiría si dijera que no era la mujer más deseada del reino, y que no podía disponer de todo hombre que se le antojara, pero aquello no era ni siquiera cercano al amor verdadero. El amor verdadero embriaga, te hace pensar que tantos sentimientos no caben en un solo cuerpo porque el corazón parece desbordarse todo el tiempo, te lleva a su terreno y hace que juegues su juego. Te hace feliz.

La princesa, sin embargo, no era feliz.

Eso fue hasta el día en que llegó un herido caballero a las puertas de palacio. La princesa no se lo pensó dos veces antes de ordenar que trajeran todo lo necesario para curar sus heridas, pero fue ella misma la que le quitó su yelmo para comprobar que no tuviera heridas graves en la cabeza. Lo que no esperaba encontrarse fue con un fuerte pinchazo en su estómago en cuanto pudo ver su rostro. El caballero le aseguró que no necesitaba cuidados, que solo ver a la bella princesa le había hecho olvidar el dolor que cubría su cuerpo. Ningunas palabras habían agitado tanto a la princesa como aquellas lo hicieron, jamás. Ella juró que le había echado de menos, aunque aquella fuera la primera vez que le conocía en realidad. No hicieron falta más palabras para que decidieran marcharse juntos a algún lugar en el que pudieran estar solos, donde no hubiera lucha ni responsabilidades reales, donde pudieran demostrarse su amor cada día. Y, por supuesto, vivieron felices para siempre."

—Joder, es perfecto... —el chico dejó salir un suspiro amargo, como si expulsara toda su ilusión anterior y volviera a su expresión cansada—. Una pena que ya la haya escrito millones de veces.

Arrancó el folio de la libreta y lo dejó en la mesa de la cafetería tras arrugarlo con todas sus fuerzas. Otro suspiro.

"¿Por qué no pueden existir estas cosas en la vida? Me dan ganas de escribir todo el tiempo para no tener que mirar el asco que da la realidad." pensó, con la cabeza ahora apoyada en su mano. "Yo también quiero que un caballero me declare sus sentimientos. O que un vampiro se enamore de mí. O que se hunda un barco en el que he encontrado a mi amor verdadero... pero ninguno de los dos muera congelado en el Atlántico."

Sin embargo, este chico no parecía ninguna de las protagonistas de esos romances

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Sin embargo, este chico no parecía ninguna de las protagonistas de esos romances. Para empezar, era un hombre, pero además era un hombre que parecía no conocer otro color de ropa que no fuera el negro y que olía a tabaco, y a alcohol según el día. Sin mencionar su cara de asco, casi permanente. Había perdido la cuenta de los suspiros soltados ese día.

"Necesito ideas... ideas..." echó un vistazo a su alrededor. Si tenía suerte, pasaría algo que le inspirara. Si fuera por él, escribiría una historia sobre el camarero que escribe su número en la cuenta, o sobre el típico que le tira algo encima a un cliente sin querer y...

Y, justo cuando estaba pensando eso, notó como algo frío le empapaba la pierna. Cuando miró hacia delante, comprobó que la mesa y el cuaderno estaban cubiertos de café.

—¡Hostia! ¡Me cago en todo! Lo siento, espera, ahora vuelvo.

Ni siquiera pudo reaccionar cuando el camarero salió pitando hacia el mostrador.

—No es posible... —masculló entre dientes, ignorando a la gente que se había girado hacia él con preocupación.

El chico volvió con unos tres trapos, le dio uno y se puso a limpiar la mesa. No pudo evitar pensar en algo que pudiera ocurrir en esa situación. Algo digno de escribir, pero todavía más digno de vivir.

"Ya sé. Podría ayudarme a limpiarme y quedarse mirándome a los ojos sin querer. O podría fijarse en mi cuaderno y preguntarme si escribo e iniciar una conversación. O, simplemente, enamorarse de mí a primera vista y preguntar por mi nombre..."

—¡Oye! ¡Que te estoy hablando! —la voz del camarero le sacó de sus pensamientos, algo molesto.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —contestó con confusión en su tono de voz.

—¡Que me digas tu nombre!

Se volvió a decir a sí mismo que aquello no era posible. Sus fantasías sólo podían ser reales en un mundo que no lo era.

—¿Por qué?

Las posibles respuestas le inquietaban, puesto que un enorme abanico de posibilidades se abría ante sus ojos. Sin embargo, el camarero chasqueó la lengua, y parecía irritado cuanto menos.

—¡Pues para volver a hacerte el pedido! Sólo he venido a traértelo porque no venías a buscarlo, por algún motivo. ¡Has tenido suerte de que me acordara de dónde te has sentado!

Gruñó antes de emitir respuesta alguna.

—¿Suerte? Oye, no estás en posición de recriminar nada —contestó con expresión molesta, pensando además en cómo lo acababa de arruinar todo—. Acabas de tirarle un café encima a un cliente.

—Bueno, no habría pasado si no hubiera tenido que venir.

Habría contestado gustosamente, pero se escuchó a alguien gritar desde detrás del mostrador

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Habría contestado gustosamente, pero se escuchó a alguien gritar desde detrás del mostrador.

—¡Ulises! ¡Ven aquí ahora mismo!

—¡Voy! —contestó el camarero en el mismo tono, y luego se volvió a girar hacia su cliente—. ¿Me vas a decir tu nombre o te quedas sin café?

—Ícaro, pero ahórrate el puto café. Me voy.

Cogió su cuaderno, a pesar de que seguía bastante mojado, y se marchó dignamente por la puerta bajo la mirada estupefacta del camarero y de la mitad de la cafetería. Bueno, dignamente, excepto en sus propios pensamientos.

Sacó un cigarro de su bolsillo mientras caminaba. Estaba incrédulo consigo mismo, por haber pensado que tal vez él podría tener una historia de amor tal y como las escribía. El mundo daba asco, y eso creía tenerlo claro. Bueno, ahora estaba más que convencido. Por supuesto que no iba a pasar ninguna de las cosas que había pensado. No se perdonaría haber tenido un mínimo de esperanzas, y sabía que su estado de ánimo no se lo perdonaría tampoco.

Esa era la realidad. Lo único bueno que había era el tabaco y el alcohol. Esperaba que no le volviera a pasar nada así pronto. Sin embargo, sus esperanzas eran un tanto erróneas. No se podía ni imaginar que su querido destino, tan recurrente en sus romances, le aguardaba a la vuelta de la esquina.

Too CloseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora