15- Morning

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Ulises llevaba cerca de tres años sin dormir en su casa, así que se podría decir que estaba viviendo con Ícaro. Era ya costumbre que, cuando tenía trabajo, se levantara sin hacer ruido para no despertar al trasnochador de su novio, y que le dijera adiós antes de salir de la habitación sólo para recibir un gruñido somnoliento en respuesta. Los domingos aprovechaba para dormir hasta tarde, y cuando despertaba ya estaba Ícaro desayunando en la cocina.

Ese día fue uno de esos domingos repletos de tranquilidad. Ulises se arrastró hasta la cocina y se sentó frente a Ícaro.

—Buenos días —le dijo en un exagerado bostezo.

—Buenos días —contestó Ícaro con la boca llena de su tostada.

—¿Conseguiste acabar a tiempo?

—Sí. Por los pelos, pero sí. No lo revisé ni nada y a estas alturas me da miedo saber qué cojones envié.

Ulises rió perezosamente y le robó una tostada a Ícaro, que no dijo nada en protesta. Se quedaron en silencio con el "tic tac" del reloj hasta que Ulises se fijó en la piedra que estaba encima de la mesa. Cada vez que la veía, no podía evitar desmoronarse un poquito.

—¿Cuánto tiempo llevamos saliendo?

El reloj pareció detenerse ante la respuesta de Ulises. Los ojos de Ícaro se abrieron de par en par a causa de la sorpresa.

—Pues... no sé. Bastante tiempo, ¿no? ¿Qué más da?

Ulises usó el estar masticando como excusa para poder pensar bien su respuesta.

—En todo este tiempo no te has despegado de la piedra esa.

Por un momento pareció que Ícaro no sabía de qué estaba hablando, y después no lo relacionó con la piedra con la que solía juguetear cuando se aburría.

—Ah, esa. Ya casi es costumbre, la verdad. Pero, ¿qué tiene que ver?

Preguntó y acto seguido se levantó para dejar su plato y su taza en el fregadero. Ulises contestó desde su sitio tras darle el último bocado a la tostada.

—Pues... no sé. Es que no importa lo que haga, parece que nunca será suficiente para que la dejes.

Ícaro ahora sí que no entendía nada. Se apoyó en la encimera mirando hacia Ulises, que también se giró hacia él en la silla. Entonces, se le encendió la bombilla. Casi no recordaba que Ulises se pensaba que la piedra era por alguna cosa tipo "deseo encontrar un príncipe azul" o algo así. Ya no recordaba cuánto hacía desde la última vez que hizo alguna gilipollez con tal de cumplir su deseo. Tal vez fue cuando lo del gato.

—Ah, no. Ulises, la piedra es por-

—Ya, ya. Tu deseo. Pero, en serio, da igual cuánto me haya esforzado o cuántas cosas haya intentado, porque todo al final me sale mal y no puedo ser lo que tú necesitas. Pero no pasa nada, supongo. Es decir, yo haré lo que pueda porque tú seas feliz y ya está, pero lo que no haré será dejar que creas que estarías mejor al lado de otra persona.

Ulises parecía ahogado después de haber soltado sus pensamientos como si fueran una ola gigante. Ícaro no distaba mucho de esa falta de oxígeno, puesto que estaba tan perplejo que dudaba acordarse de respirar, como si esa ola le hubiera caído justo encima. Ulises no solía decir sus sentimientos así, y cuando lo hacía era de las pocas veces que sabía que no le estaba tomando el pelo. Parecía transparente como el agua, y sabía que Ulises odiaba eso, y siempre que le dejaba ver a través de él sentía que se enamoraba un poco más si cabía.

—Ulises, ven aquí.

Obedeció sin saber muy bien por qué. Sólo quería una respuesta. Aun así, lo que recibió fueron las manos de Ícaro posándose en su mandíbula y su cuello. Estaba casi seguro de que le besaría, porque era lo que siempre hacía, pero en vez de eso se quedó con sus labios apenas rozándose y sus ojos mirándole fijamente. No sabía qué pretendía, pero la cercanía de sus cuerpos y la humedad de sus alientos entrelazados no le permitieron estar inmóvil durante demasiado rato, puesto que terminó con la distancia entre ellos y se sumió en la oscuridad de uno de tantos besos que habían compartido. Tampoco sabía cuándo sus manos habían terminado en la cadera de Ícaro, ni cuándo sus párpados se habían caído. Cuando se separaron, Ícaro sonreía.

—¿Ves? Esto es lo único que necesito, saber que quieres estar conmigo. Yo no quiero ni príncipes ni mierdas, Ulises. Yo te quiero a ti. Quiero lo que tenemos, nada más.

Ulises no tardó en sonrojarse. El hecho de que había caído en su trampa pasó a un segundo plano ante las palabras de Ícaro.

—¿De verdad? Y, entonces, ¿la piedra...?

Ícaro rodó los ojos, y su expresión dulce cambió por completo a una agotada.

—Y dale con la piedra. Al principio me hacía gracia que te hicieras tus especulaciones, pero tío, estás obsesionado. ¡Que el deseo de la piedra no tiene nada que ver con nuestra relación!

—¿Lo dices en serio?

Ícaro asintió con insistencia.

—Entonces, ¿he estado haciendo el payaso durante todo este tiempo?

Ícaro asintió de nuevo, ahora con una media sonrisa.

—¿Y tú no querías que hiciera ninguna de esas cosas para gustarte más?

—Que no, coño. A ver, que me hacían gracia, pero ya está.

—Joder, entonces...

Ulises se separó del todo y salió de la cocina como si su mente estuviera fija en una sola cosa. A Ícaro le picó la curiosidad y salió al comedor para mirar cómo Ulises abría un cajón y rebuscaba algo hasta encontrar una cajita de terciopelo rojo.

—¿Qué cojones hago con esto? —preguntó al mismo tiempo que se la tendía a Ícaro.

Éste la tomó entre sus manos y la abrió. Sin duda, el contenido no era nada que se hubiera podido imaginar.

—Un...

—Anillo, sí. Bueno, que ya sabes lo que opino yo del matrimonio, pero era como mi última opción si veía que no eras feliz conmigo por cómo era. Quiero decir, ya sé que te encantan las bodas y tal, estaba claro que eso te iba a hacer feliz. Por eso pensé... ¿Ícaro?

Al notar que seguía dejándole hablar, Ulises miró a Ícaro, y lo encontró con una mano cubriéndole la boca y los ojos vidriosos mirando la cajita abierta. Al escuchar su nombre levantó la mirada, y pasaron apenas dos segundos hasta que Ulises se vio atrapado en un fuerte abrazo.

—¿Qué pasa? —preguntó, sin saber muy bien qué hacer ni por qué estaba en esa situación.

—¡Que sí, quiero!

"¿Qué quieres?", habría preguntado Ulises si sus palabras no se hubieran visto atrapadas por los labios del otro. Al final, lo llegó a entender.

Ese fue el día en que pidió matrimonio a su novio por accidente.

Ese fue el día en que pidió matrimonio a su novio por accidente

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Too CloseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora