2- Dog Park

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Ícaro se preguntó por qué siempre se acercaba tanto al sol, si luego no recordaba nada. Los rayos de luz le ardían en los ojos de buena mañana, y eso sólo podía significar que estaba en una casa que no era la suya. No sabía de quién, pero en la suya no se veía el sol a esas horas. No soportaba despertarse con luz. Le dolía la cabeza y apestaba a alcohol, pero aun así se las apañó para encontrar el baño, ducharse, y marcharse de esa casa que no volvería a pisar en su vida.

—¿Cuánto tiempo seguiré así? Algún día habrá consecuencias...

Por suerte, ese no era el día. Como mucho estaba un poco perdido pero, si nada se interponía en su camino, podría llegar a salvo a su casa, seguir durmiendo o incluso escribir un rato por la tarde. Sin embargo, eso parecía ser pedir demasiado. Una manada de perros se atravesó en su camino sin previo aviso y le hizo caer al suelo al intentar esquivar la avalancha. Soltó un quejido de dolor, puesto que aterrizar sobre el culo no era muy agradable, y seguidamente levantó la mirada para cagarse en quien se tuviera que cagar.

Casi sintió cómo se le agrandaban los ojos al ver al chico de la cafetería indeciso sobre si ir a socorrerle o perseguir a los perros.

"No puede ser... ¿El destino? ¿Es el destino?"

Al final vio cómo se acercaba a él hasta tenderle una mano, con una expresión genuinamente preocupada. No debería estar tan satisfecho, pero no podía evitarlo.

"Ah, sí... un clásico..."

—Oye, perdona, ¿estás-? —al parecer, él también se percató de su identidad—

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—Oye, perdona, ¿estás-? —al parecer, él también se percató de su identidad—. ¡Tú!

Ícaro le miró desde abajo, esperando que le reconociera por algo especial. Por sus ojos, por su pedido, por... yo que sé, ¿haberle tirado el café? Pero nada más lejos de la realidad. Su expresión de confusión indicaba que no le recordaba.

—Mira que me quieres sonar, ¿eh? Pero no caigo.

Un ladrillo metafórico cayó sobre la cabeza de Ícaro. Olvidaba que ese tío era de todo menos un príncipe azul.

—Pues mira, chaval, la última vez que me viste estaba lleno de café por tu culpa.

Cogió su mano de mala gana y se puso de pie para, seguidamente, quitarse la tierra que había cubierto sus pantalones.

—¡Ah, ya! ¡Al que no le salía de los huevos venir a por su café!

Ícaro frunció el ceño ante las segundas intenciones de su oración.

—Oye, ¿no deberías ir a por los perros? Está visto que son un peligro público —dijo, señalando la dirección en la que se habían ido.

—Si no te hubieras puesto en medio no te habría pasado nada —dijo el chico mientras se alejaba apresuradamente para atrapar a los perros.

—¡No empecemos!

Tras unos largos minutos de persecución mientras Ícaro fumaba apoyado en las vallas que daban a un parque para perros, el chico volvió a donde estaba. A decir verdad, Ícaro empezaba a temer que se fuera a marchar sin decirle nada más.

Too CloseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora