12- Sharing a bed

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Ulises se despertó en mitad de la noche

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Ulises se despertó en mitad de la noche. No le solía pasar, pero estaba muerto de sed. Sin pensar demasiado, se levantó y anduvo hasta la cocina con los brazos ante él para evitar accidentes. Llenó un vaso y se lo bebió prácticamente de un trago. Al sentir su sed saciada, con la otra mano en su cadera y una expresión relajada, fue cuando se dio cuenta.

Estaba desnudo. Estaba desnudo en casa de Ícaro.

Aunque estaba sólo y a oscuras, no pudo evitar que le invadiera la vergüenza. Eso estaba pasando de verdad, había pasado de verdad, aunque todo se viera como si hubiera sido un sueño un poco extraño. Al volver a la habitación de Ícaro y ver su torso desnudo asomando por las sábanas comprobó que, evidentemente, no era ningún sueño. La luz que venía de la calle le permitió ver cómo abrazaba la almohada con el ceño fruncido.

—No dejas de estar cabreado ni dormido, ¿eh? —susurró entre una media sonrisa.

Al ver cómo se removía en la cama temió haberle despertado, pero Ícaro se limitó a estirar el brazo en el hueco vacío de la cama y a seguir con sus ojos cerrados. Un pequeño susurro entre sueños fue el último movimiento antes de volver a caer de nuevo en un sueño profundo.

—Ulises...

¿Le estaba buscando en sueños? Tal vez había dejado de notar su calor y le hizo sentir algo incómodo mientras dormía. Pero la forma en la que susurró su nombre le conmovió. No quiso tardar demasiado en volver a tumbarse a su lado. Al hacerlo, se vio inmediatamente atrapado por su brazo. Volvió a susurrar algo, esta vez con la cara pegada al hombro de Ulises.

—No te vayas...

No se iba a ir. No podría irse llegados a este punto. Sabía que Ícaro tenía miedo al abandono, pero esto no se trataba de Ícaro, esto iba también con él. Esa pareja estaba formada por dos personas. Cuando estás saliendo con alguien, en teoría, es porque quieres. Hasta ahí podía llegar.

Pero seguía sin entender por qué exactamente estaban saliendo. Ícaro buscaba algo especial, alguien que le hiciera sentir único, como a una princesa que vive una historia única y de fantasía. ¿Él? Bueno, no era algo malo, pero seguro que no era... eso. Era despistado, poco detallista, malo leyendo el ambiente, y no sabía cómo comportarse. ¿Y le gustaba a Ícaro igualmente? Le costaba creerlo, pero así era.

Ícaro le buscaba siempre. Desde el principio había sentido sus brazos abiertos, dispuestos a dejar que estuviera a su lado. Y, bueno, él se dejaba. Él siempre se dejaba. Pero eran una pareja, eran dos personas metidas en esto, y puede que hubiera llegado la hora de actuar. O, al menos, intentarlo. No prometía que fuera a salir bien, pero quería estar con Ícaro y que estuviera feliz de verdad si salía con él, y no se le ocurría otra forma de conseguirlo.

Y tantas vueltas le dio al asunto que, para cuando Ícaro despertó por la mañana, él seguía mirando al techo con las manos detrás de la cabeza. Ícaro, tras estirarse perezosamente y volver a abrazar a Ulises, dejó caer un pequeño beso en su clavícula y apoyó la cabeza en ésta.

—Buenos días... —murmuró mientras volvía a cerrar los ojos.

—¿Sabes que hablas mientras duermes? —Ulises ignoró su saludo, aún con la mirada fija en el techo.

Ícaro levantó la cabeza para mirarle con una ceja alzada.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué digo?

—Pues... —hizo ver que pensaba—. Que no has echado mejor polvo que éste en tu vida, por ejemplo.

Ícaro alzó aún más la ceja si cabía.

—Es completa y absolutamente imposible que haya dicho eso.

Ulises sí que le devolvió la mirada esta vez.

—¿¡Por qué lo dices tan rotundamente!?

El escritor soltó una fuerte carcajada y le abrazó aún más fuerte, apoyando de nuevo la cabeza en su pecho y entrelazando sus piernas.

—Es broma. No ha estado mal para ser la primera vez.

—¿Con un tío?

—Nah. Conmigo. Irás mejorando.

Ulises le escudriñó con la mirada, puesto que estaba poniendo en duda sus facultades, y eso no iba a tolerarlo.

—Eso no era lo que decías anoche.

—Uno aprende a actuar con la práctica.

—¡Y una mierda!

Como no iba a atacarle con una paliza, decidió hacerlo con cosquillas a sus costados, puesto que ya sabía que los tenía muy sensibles. Ícaro no tardó nada en explotar en carcajadas incontrolables e intentar devolvérselas, y pasar a darle puñetazos débiles en el hombro al ver que no podía hacerlo.

Eran esas cosas las que le hacían a Ulises estar seguro de que valía la pena hacer algo, lo que fuera, porque Ícaro fuera feliz. Él le hacía feliz y devolvérselo era lo mínimo que podía hacer.

Too CloseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora