13- Spell

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—¿Por qué hemos venido aquí? Estoy agotado del trabajo, quiero ir a casa y dormir.

Ícaro rodó los ojos al escuchar a Ulises protestar por tercera vez en cinco minutos. Ya ni siquiera decía "tu casa". Debería pensar eso de cobrarle la estancia.

—Porque no he dormido esta noche y necesito un puto café, y tú no me lo vas a hacer, y yo no me lo voy a hacer, y si no te gusta te vas a dormir a tu casa.

Ulises extendió los brazos sobre la mesa y siguió gruñendo, y la respuesta de Ícaro fue ignorarle y juguetear nerviosamente con un objeto entre sus dedos.

—¿Qué es eso? —preguntó Ulises tras levantar la cabeza, dispuesto a seguir quejándose.

—¿Esto? —Ícaro cogió el objeto entre su índice y su pulgar, mostrando una piedra de tonos verdes y azules—. Una piedra.

—¿Por qué coño llevas una piedra encima?

A pesar del tono hostil de Ulises, Ícaro contestó de forma tranquila.

—La llevo siempre y desde hace mucho. Le pedí un deseo y la tengo que llevar siempre conmigo hasta que se cumpla. Si no lo hago, el deseo se perderá para siempre.

Ulises alzó una ceja y se volvió a incorporar en su silla, esta vez con los brazos cruzados.

—Menuda tontería. Si vas a tener que llevar un pedrusco encima hasta que se cumpla, no pidas el puñetero deseo en primer lugar.

—No pretendía que lo entendieras. —Ícaro volvió a jugar con la piedra.

—¿Qué es ese deseo, de todos modos?

—Si te lo digo no se cumplirá. En fin, que voy a pagar, ahora vuelvo.

Sin esperar respuesta, Ícaro se levantó y se dirigió al mostrador. Ulises se le quedó mirando de morros, puesto que ya estaba de mal humor y encima le viene con esas chorradas. Aunque, pensándolo bien, no era muy difícil de adivinar de qué se trataba su deseo.

Ícaro quería un príncipe azul. Quería una historia de amor de ensueño y un "vivieron felices y comieron perdices", estaba claro. Seguramente pidió eso hacía mucho tiempo y aún no se había cumplido. Bueno, él no era un príncipe azul, que su historia era más bien desastrosa y que no estaban comiendo perdices. Pero tampoco podía acomodarse en eso y rendirse. Si Ícaro seguía llevando la piedra era porque seguía queriendo que el sueño se cumpliera, y si él no se esforzaba por dárselo podía ser que se cansara de su relación.

—¿Vamos? —pregunto Ícaro, de pie frente a la mesa.

Ulises se quedó en silencio unos segundos al ser sacado tan bruscamente de sus pensamientos.

—Sí, claro. Vamos.

Tenía que ser un príncipe. ¿Cómo era un príncipe? Caballeroso, educado... empezaría con algo fácil, como aguantarle la puerta al salir. Se apresuró un poco para hacerlo, pero Ícaro estaba ocupado mirando su móvil y salió tranquilamente sin darse cuenta de sus acciones. Claro, es que había sido una cosa muy tonta. Seguramente lo había hecho ya montones de veces. Tenía que ser algo romántico, que no se esperara...

—¿Vamos a dar un paseo por el parque?

La mirada que le dedicó Ícaro fue como la de quien lleva horas intentando resolver un puzle.

—Pero, ¿tú no estabas tan cansado?

—Ya, pero, no sé, el parque está bonito.

—Estamos en diciembre.

Ulises ya se estaba cansando, así que frunció el ceño y alzó la voz mientras le tendía la mano.

—¿Vamos o no?

La perplejidad de Ícaro era innegable en su expresión. Parpadeó repetidas veces antes de tomar su mano.

—Vale, vale, vamos.

Mientras se dirigían hacia el lugar, Ulises ya se arrepentía de sus actos

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Mientras se dirigían hacia el lugar, Ulises ya se arrepentía de sus actos. Obviamente un príncipe no iba a ser así de brusco. Tenía que controlar sus impulsos o nunca llegaría a ningún lugar. Aunque tampoco había sido la mejor de sus ideas el ir a dar un paseo cogidos de la mano en pleno diciembre. Ícaro no tardó en empezar a temblar.

—¿Quieres mi abrigo?

—¿Tú estás loco? Eres todavía más insoportable estando enfermo. Prefiero morir de hipotermia antes que pasarme una semana entera contigo quejándote todo el rato y reclamando atención, otra vez.

Ícaro todavía estaba enfadado con él por ponerse malo. Fue cuando el tiempo empezaba a cambiar, y Ulises decía que no hacía tanto frío, e Ícaro le advertía que se iba a resfriar. Bueno, pues tenía razón. Y ahora él la había liado aún más al recordárselo.

—¿Quieres un abrazo?

Esta vez, la mirada de Ícaro parecía incluso preocupada.

—Pero, ¿qué mosca te ha picado? Si nunca quieres hacer nada en la calle.

Era cierto. Suficientemente extraño era que estuvieran cogidos de la mano.

—Va, no seas así, encima que me pongo cariñoso por ti...

—¿Por mí? —Ícaro hizo rodar sus ojos—. No sé qué pasa por tu cabeza, en serio. Anda, vamos a casa, que me muero de frío.

Ícaro, sin querer, también había dejado de decir "mi casa".

Ulises seguía dándole vueltas a lo mismo, y se sintió mal porque su primer intento hubiera sido una catástrofe, pero no volvería a suceder. Ícaro se pasó casi toda la noche trabajando de nuevo, así que pensó en prepararle el desayuno y llevárselo a la cama antes de irse él a trabajar. Por eso se levantó todavía más temprano y se puso a preparar tostadas y café. No pasó demasiado rato hasta que Ícaro se levantó, somnoliento. Habló mientras se refregaba un ojo y estiraba su espalda.

—¿Qué haces?

—El desayuno. Pensaba llevártelo a la cama.

Los ojos entrecerrados de Ícaro se abrieron de par en par al escuchar eso. Su única reacción fue acercarse y ponerle una mano en la frente a su pareja.

—Uf, menos mal. Pensaba que tendrías fiebre otra vez.

—¿Qué dices? ¿Por qué iba a tener fiebre?

—¿Porque me estás haciendo el desayuno sin que te lo pida, por ejemplo?

A Ulises le molestó un poco su actitud afilada a pesar de sus esfuerzos, pero tampoco podía recriminarle nada. Ícaro no sabía por qué estaba haciendo todo eso, cuando nunca se había comportado así. Intentó pensar en ello, en el momento en el que comenzó, y su memoria adormilada le llevó hasta su explicación de la piedra de los deseos. Todo parecía encajar cuando se planteó que lo estuviera haciendo para cumplir su deseo, aún sin saber qué era.

—Pero mira que eres tonto— terminó por decir.

Cuando Ulises iba a protestar, Ícaro ya estaba de camino a juntar sus labios y cogerle suavemente del cuello y la mandíbula. Fue muy fugaz, pero no pudo remediarlo y tampoco tenía fuerzas para hacerlo.

—Anda, vete a trabajar, que aún llegarás tarde. Gracias por el desayuno, de verdad.

Ulises no entendía nada, como ya era costumbre, pero siguió sus órdenes. Aun así, no dejaría de pensar formas para ser aquello que Ícaro quería.

Too CloseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora