7- Mythology

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Ícaro se preguntó el motivo esa vez también. Nunca hallaba ningún por qué cuando ya estaba alto, tan alto que la caída sería dolorosa. No se daba cuenta de cuánto ascendía, de que el sol estaba cada vez más cerca y comenzaba a quemar su piel y sus alas construidas con plumas de mentiras y falsas ilusiones, hasta que era tarde. Puede que fuera todo al mismo tiempo: la constante frustración del escritor, la soledad permanente de su piso minúsculo, el dar y raramente recibir, el no saber qué buscaba, su cama vacía, su vida vacía, su botella vacía... su botella vacía, claro.

Normalmente salía, bebía y despertaba en una cama que no sabía de quién era, y el día siguiente era el reinicio de una nueva cuenta atrás. Sin embargo, ese día no pudo contenerse en su propia casa, puesto que Ulises iba a venir. No debería haberlo hecho sabiendo que tendría visita en cualquier momento, pero no podía soportarlo, no podía alargar más esa caída sin ninguna mano que le sujetara. Solo podía aguantarse en la botella de alcohol cuyo contenido quemaba su garganta casi tanto como quemaba el sol.

No sabía el tiempo que había pasado, pero el piso ya estaba completamente a oscuras cuando la puerta se abrió.

—Eh, tío, te la has dejado abierta.

Presionó el interruptor de la luz, e Ícaro reaccionó encogiéndose y poniendo un brazo ante sus ojos para protegerse de ésta. Ulises, al ver la mesa llena de botellas medio vacías y el estado de su amigo, no tardó en fruncir el ceño.

—Oye, gilipollas, si te vas a pillar una cogorza al menos espérame. ¿Qué coño haces?

—Déjame.

Ícaro dejó caerse de espaldas en el sofá y siguió con su visión tapada por su brazo. Ulises puso las manos en su cadera y resopló con molestia.

—Vale, yo te dejo, pero a ver si la próxima vez que me dices que venga no estás así, que la gasolina no es barata. Venga, que te cunda.

Tenía intenciones de marcharse, claro que sí. Era como si la fiesta hubiera acabado cuando él llegaba. Aunque no estaba seguro de si le hacía mucha ilusión beber sin música y en completo silencio y oscuridad, tal y como parecía estar haciendo Ícaro.

—Espera. Ulises.

Las letras le resbalaban, pero eso no impidió que Ulises se detuviera antes de salir por la puerta. Se giró y vio a Ícaro sentado con las piernas cruzadas y una mirada que juraría que era de pura súplica.

—Quédate. Por favor.

Ulises poco tenía que hacer contra ello. Cogió un par de cervezas de la nevera y se sentó en la esquina del sofá opuesta a donde Ícaro recostaba su cabeza.

—No suelo hacer esto en casa— habló con dificultad—, pero sabía que vendrías.

—Hombre, has sido tú el que me ha invitado...

—Pero podrías no haber venido.

—Nunca he hecho eso y no voy a empezar ahora. Vale que estás borracho, pero no digas gilipolleces.

—¿Te irás algún día?

Ulises no contestó de inmediato, ya que no se esperaba esa pregunta de la nada. Ícaro se volvió a incorporar, pero avanzó lentamente hasta sentarse con las piernas cruzadas mirando hacia él, a su lado.

—Dime, ¿Te irás?

Las mejillas de Ícaro estaban enrojecidas por el alcohol, y sus párpados caídos parecían ir a cámara lenta al aletear en sus ojos cansados. Algo de esa situación estaba haciendo sentir incómodo a Ulises, y no sabría identificar el qué.

—No me voy a ir a ninguna parte... —terminó por susurrar, evitando mirar al otro a los ojos.

Unos segundos de silencio no bastaron para poner en orden los pensamientos de ninguno. Ícaro terminó por colocar una mano en su mejilla para obligarle a mirarle, y habló muy cerca de los labios de Ulises, tanto que parecía que pretendía que se emborrachara de su aliento tibio.

—Oye... ¿nos acostamos?

"Así te irás de mi vida" pensó. "No tendré que pensar más en un futuro que no existe a tu lado".

Ulises no estaba suficientemente borracho como para no pensar fríamente en ello

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Ulises no estaba suficientemente borracho como para no pensar fríamente en ello. En otras circunstancias aceptaría, claro que sí, mientras fuera diversión por una sola noche y se tratara de una mujer. Pero Ícaro era su amigo, y además era un hombre. Corría más alcohol que sangre por sus venas, y probablemente no recordaría nada. No era algo que le importara normalmente, pero una fuerza le echaba para atrás. Su propia voz interior, la que solía estar calladita, le suplicaba que no lo hiciera. No entendía muy bien por qué, más allá de que fuera un hombre o su amigo, pero sabía que había algo que se le escapaba.

—No. —terminó por contestar.

Le apartó de los hombros con delicadeza e hizo que se volviera a sentar en el sofá.

—No sabes lo que estás diciendo, Ícaro. Vas fatal.

—¿Qué más da? Es una noche. No hago esto en mi casa ni con nadie que conozco, pero... pero contigo sí que lo haría.

—Te he dicho que no —el tono de Ulises era cada vez más cortante—. Si me insistes, te voy a dar una hostia.

Ícaro terminó por volver a tumbarse, acompañado por un suspiro exageradamente amargo.

—Eres un gilipollas. No haces más que rechazarme.

—Ya me lo agradecerás —Ulises esperaba de verdad que lo hiciera.

Lo que no esperaba para nada era escuchar un sollozo por parte de su ebrio amigo. Se asomó por encima de sus piernas dobladas, y comprobó que, efectivamente, estaba llorando.

—Eh, ¿qué te pasa?

—Tú tampoco soportas la realidad, Ulises —su tono parecía cada vez más flojo—. ¿No te dan ganas de terminar con todo? ¿De verdad no querrías huir del mundo para siempre? A veces espero que ocurra sólo. No sé qué más hacer para dejar de sentirme como yo mismo. Odio ser yo. Lo odio.

Levantó la mano ante su cara y vio como la luz del comedor se colaba entre sus dedos, impotentes de no poder atraparla. Eso fue, hasta que otra mano eclipsó la luz del todo y se entrelazó con sus dedos. Era una mano cálida, pero sin arder.

 Era una mano cálida, pero sin arder

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—No digas gilipolleces, imbécil. Estás bien, así como estás.

Ícaro no sentía las fuerzas suficientes para expresar su sorpresa, pero las lágrimas siguieron su curso. No estaba seguro, pero tal vez era la primera vez que alguien le cogía de la mano. Apretó sus dedos un poco más y dejó unos segundos antes de proseguir y dejar caer ambas manos, juntas.

—Gracias. Por darme la mano. Siempre me caigo y nunca hay nadie.

Ulises no entendió del todo lo que quería decir, pero apretó sus dedos de nuevo y acarició el dorso de la mano opuesta con el pulgar.

—No es nada.

—Créeme, Ulises, sí que lo es.

Too CloseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora