10- Flowers

1K 171 200
                                    

Era el día libre de Ícaro. Trabajaba desde casa y cuando le daba la gana, pero había decidido que ese día no iba a hacer nada. Sólo quería estar tranquilito en su piso viendo cualquier mierda en la televisión y pidiendo comida a domicilio. Y, como eso sonaba a un plan que le encantaría a Ulises, decidió invitarle a pasar el día. Le habían vuelto a despedir, por supuesto, así que volvía a tener mucho tiempo libre.

¿Cuántas veces le habían despedido desde que le conocía? No, había otra pregunta más importante... ¿Cuánto hacía que le conocía? Parecían años, puesto que se veían muy seguido y se pasaba casi todas las tardes metido en su casa con tal de evitar a sus padres echándole la bronca por ser un bueno para nada. Pero a él le hacía mucha compañía, aunque fuera sólo por el sonido de la televisión mientras trabajaba. Iban a sitios juntos, reían, se insultaban, sus amigos se conocían... estaba bien. El ser su amigo era más que suficiente, lo tenía asimilado y estaba bien con ello. Sólo con que estuviera a su lado era feliz.

Pero aquello era demasiado.

—¿Qué cojones son estas flores?

—¿No te gustan?

Ulises se asomó por encima del ramo. Era el mismo de siempre, con la misma actitud de siempre, pero con un puñetero ramo de flores.

—Claro que me gustan. Son flores. Pero, ¿a cuento de qué las traes?

Ulises se dio permiso para entrar en el piso y, entonces, esperar a que Ícaro se hiciera cargo del ramo.

—Me supo mal lo de tu cumpleaños. Y no te regalé nada.

—Yo tampoco te regalé nada por tu cumpleaños, no digas tonterías.

—¿Quieres hacer el favor de cogerlas?

Ícaro obedeció, con un gesto aparentemente normal, como si no estuviera gritando por dentro como si tuviera 13 años porque el chico que le gusta le había traído flores a su casa.

—Me acordé de "Encantada", ¿Sabes? Con el tema de que le des flores a la gente y eso. Y pensé que te gustaría.

Ícaro no contestó. Estaba poniendo el ramo en agua y pensando demasiado al mismo tiempo. Cogía a Ulises de la cintura cuando iba en su moto, dejaba que le acariciara el pelo mientras veían cualquier cosa, le abrazaba cuando tenía la más mínima oportunidad, prácticamente vivían juntos... y ahora esto. Estaba cerca. Estaba muy cerca. Demasiado cerca.

Había asimilado que sólo podrían ser amigos, pero si seguía así dejaría que sus esperanzas tomaran el control. Y la cagaría. Y todo se iría a la mierda. No quería perderle.

—Me gustan, claro que sí, pero... —siguió hablando desde al lado de la encimera, mientras arreglaba las flores para ponerlas en el comedor—. No lo hagas más, ¿vale? Esto son cosas que haces por alguien que te gusta.

Pasó por su lado y dejó las flores en la mesa. No quedaban mal, pensó, y también que esperaba que duraran. Sus pensamientos, sin embargo, fueron abruptamente interrumpidos por la voz de Ulises a sus espaldas.

—Pero tú me gustas, creo.

Se quedó inmóvil, con uno de los pétalos atrapado entre sus dedos. Parpadeó repetidas veces, intentó asegurarse de que había oído bien, pero no podía haberse equivocado. Le había dicho que le gustaba. Se giró lentamente, como si temiera afrontar la situación y que se cayera a pedazos.

 Se giró lentamente, como si temiera afrontar la situación y que se cayera a pedazos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Claro... como amigo, ¿no?

—No, no. Gustar de gustar.

Parecía que no le daba ninguna vergüenza decirlo. Ícaro no daba crédito a absolutamente nada.

—¿En serio?

—Que sí, coño. Pensaba que lo sabías.

—Pero... pero, ¿cómo voy a saberlo? Si siempre estás diciendo que no crees en estas cosas...

No quería hacerse ilusiones, porque con Ulises siempre se rompían. Su corazón, sin embargo, decidió latir tan rápido que temía no poder escuchar ni su propia voz.

—Ya, y no creo en ellas. Pero no sé... creo que me siento diferente contigo que cuando estoy con otros amigos. Nunca me ha gustado ningún tío de esta forma, por supuesto, pero... no sé.

Ícaro no tenía palabras. Su rostro seguía intentando mostrar toda la incredulidad que estaba sintiendo, y su cuerpo no respondía. Todo le llevaba a una sola dirección, a una única cosa que podía decir. Ya lo había hecho antes, no podía ser tan difícil, pero ahora sentía que su rostro ardía como nunca.

—¡Tú también me gustas!

Ulises pareció no reaccionar al principio, pero sus ojos se agrandaron y su mano se movió hasta su cuello con gesto avergonzado. Y eso en sus mejillas parecía ser un sonrojo, también.

—¿De verdad?

Ícaro asintió enérgicamente, con las manos hechas puños. Ulises sonrió levemente.

—Pues... qué bien, ¿no?

Volvió a asentir, esta vez sin poder reprimir su sonrisa.

—¿Qué hacemos, entonces? ¿Salimos juntos?

Todo el aire de los pulmones de Ícaro parecía haberse esfumado ante esas palabras, como si le hubieran dado una patada en el estómago. Tuvo que controlar sus ganas de apoyarse en la mesa para evitar caerse.

—¿Me... acabas de pedir salir?

—Pues... sí, eso creo.

Cualquiera que los viera dudaría de si realmente eran preadolescentes inexpertos o adultos maduros. La respuesta no quedaba clara del todo.

—Bueno, vale. Salgamos juntos.

No era lo que Ícaro había soñado. De hecho, quedaba muy lejos de lo que había idealizado en su imaginación. Sin embargo, era perfecto. A él le parecía perfecto. Por mucho que hubiera soñado con declaraciones de amor que ocupaban discursos enteros, sentimientos admitidos bajo las estrellas, playas solitarias en las que decir todas las palabras de amor del mundo... eso era, de lejos, lo mejor que podría haber pedido. Por supuesto, no podía estar más feliz. Ninguno de los dos parecía poder estarlo.

—¿Quieres que veamos una peli? —propuso Ícaro, intentando salir de esa ensoñación que había atrapado a ambos de pie en mitad del comedor.

—Vale. Pero no me pongas una puta mierda de las tuyas. Hoy traigo pelis.

—¿Qué clase de basura has traído?

—Rambo.

—Ay, Señor...

Como siempre hacían, Ícaro puso su cabeza en el regazo de Ulises y éste no dudó en acariciarle el pelo. Desde fuera parecía que no había cambiado nada, pero no era así, y ambos lo sabían. Ninguno de los dos podía esperar a ver cómo avanzaban juntos en ese cuento tan imperfecto.

Too CloseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora