Epílogo- Soulmates

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—Me parece que voy a escribir nuestra historia.

Esas no eran las palabras que Ulises esperaba oír en uno de los paseos inspiracionales de Ícaro. Esta vez había tocado pasear por el paseo marítimo de noche, lo cual se situaba en las cosas menos extrañas que le había pedido hacer para inspirarse.

 Esta vez había tocado pasear por el paseo marítimo de noche, lo cual se situaba en las cosas menos extrañas que le había pedido hacer para inspirarse

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—¿De verdad? ¿Y eso?

—Últimamente no puedo escribir nada. Al fin y al cabo, cuando empecé a escribir era para evadir la realidad.

Ulises se tomó unos segundos para intentar comprender qué significaban esas palabras.

—Pero tú sueles escribir mundos ideales e historias románticas perfectas... ¿lo nuestro no se escapa de tu territorio?

—¿A qué te refieres? —preguntó Ícaro con curiosidad mientras le daba vueltas al anillo que abrazaba su anular.

—Bueno, siempre vamos justos de dinero, no vivimos en un sitio ideal, todo se puede hacer bastante rutinario... y nuestra historia puede ser muchas cosas, pero el romance ideal con el que todo el mundo soñaría seguro que no.

La respuesta de Ícaro consistió en chasquear su lengua y entrelazar sus dedos con los de Ulises.

—Eres tonto, de verdad te lo digo. Nuestra historia es perfecta.

—¿Perfecta? —intentó reprimir las ganas de reírse en vano—. Te sigo diciendo lo mismo, que es de todo menos perfecta.

—Y yo te sigo diciendo que a mí me parece perfecta.

En realidad, que dijera eso le removía el estómago a Ulises, como le pasaba los primeros días de salir juntos. Ícaro había cambiado mucho desde que se conocieron. No tenía más expectativas inalcanzables, al contrario, todo siempre le parecía perfecto, y lo hacía saber sin tapujos. Aún cenaban pizza a la luz de las velas en cada cumpleaños y ponía en agua todas las flores que le traía hasta que estaban bien marchitas.

—Bueno, lo que tú digas. Tú eres el experto.

—Por supuesto.

Ulises sabía que él también había cambiado. No lo había hecho porque quisiera Ícaro, sino porque le salía sólo. No podía seguir siendo cínico y hostil hacia la única persona que valoraba su esfuerzo, que no se decepcionaba cuando las cosas no se salían bien y que encima veía belleza en prácticamente cada gesto que hacía. Habría sido demasiado difícil seguir escondiendo sus sentimientos de Ícaro. Él era esa parte del mundo que no daba tanto asco.

—¡Eh! ¡Mira! —exclamó Ícaro para, seguidamente, soltarse de la mano de Ulises y subirse en el muro bajo que separaba la playa del paseo —. ¿Lo has visto? ¡Una estrella fugaz!

Ulises se acercó a él y miró el cielo sin subirse al muro.

—¿Estás seguro? Aquí no se ve una mierda.

Ícaro era totalmente consciente de que no quedaban apenas estrellas visibles ahí. Cuando le apetecía mirar algo parecido a un cielo estrellado, sólo tenía que mirar a su pareja.

—Segurísimo.

Sin darle más conversación, Ícaro rebuscó en su bolsillo hasta sacar la piedra de los deseos. Ulises casi ni recordaba su existencia, ni tampoco tendría que volver a hacerlo, puesto que Ícaro la lanzó lo más lejos que pudo. Desapareció ante los ojos de ambos, fundiéndose en la oscuridad de la noche que hacía dudoso el límite entre el cielo y el mar. Ícaro suspiró fuertemente y puso sus manos en su cintura.

—¡Hecho!

Ulises le miró con curiosidad. Al ver que no planeaba darle ninguna explicación, optó por preguntarle él mismo.

—¿Me puedes decir ahora cuál era el deseo?

Ícaro le dedicó una sonrisa, aun mirándole desde arriba.

—¿Recuerdas aquella vez que hablamos sobre qué pediríamos a una estrella fugaz?

—Vagamente.

Por supuesto que se acordaba. Ni siquiera estaban saliendo entonces, pero esa fue la primera vez que quedaron voluntariamente. Se podría decir que ese fue el principio de todo.

—Pues no he visto ni una sola estrella fugaz desde entonces. Le pedí a la piedra de los deseos que me dejara ver una, para poder pedirle un deseo a ella.

—Espera, entonces, ¿Le pediste a la piedra de los deseos que pudieras ver una estrella fugaz para poder pedirle un deseo en vez de pedirle el deseo a la piedra directamente?

Ícaro asintió. Parecía orgulloso y todo.

—Y luego el tonto soy yo.

—No lo entiendes. Así he tenido más tiempo para pensar en lo que quiero pedir.

Ulises frunció el ceño. Por mucho que lo intentara, no lo entendía.

—Entonces, ¿Qué le has pedido a la estrella ahora?

Creía saber lo que le iba a contestar, algo como "¡Los deseos no se pueden decir que, si no, no se cumplen!" o alguna chorrada similar. Sin embargo, Ícaro tendió su mano esperando que Ulises se la cogiera para ayudarle a bajar. En cuanto lo hizo, Ícaro besó la mano de Ulises que llevaba su propio anillo, lo cual le hizo sonrojar levemente. Sus miradas estaban unidas al igual que sus manos cuando Ícaro contestó en prácticamente un susurro, como si se tratara de un secreto:

—Absolutamente nada.

—Absolutamente nada

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⏰ Última actualización: Oct 30, 2019 ⏰

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