CAPÍTULO 26: ¿ENFERMA DE MIEDO?

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No dijimos nada en todo el camino de regreso al edificio. Edward parecía molesto o avergonzado. ¿Cómo lo podía saber si no me hablaba? ¡Hombres! Más herméticos que un termo. Me mordí la lengua para no iniciar una conversación que sabía que terminaría en discusión. Esperé a llegar al departamento.


Apenas Edward me abrió la puerta decidí que debíamos hablar.

—Edward, en verdad quería que esta comida fuera perfecta— empecé pero él me cortó.

—Perdona Bella, lo siento. Ese tipo me saca de mis casilla— dijo dejando su chaqueta en la silla.

— ¿No te das cuenta verdad? No es Jake de quien hablo— le aclaré. De una vez iba a saber qué clase de prima tenía.

—Bella, no es lo que crees— se veía avergonzado.

— ¿Cómo sabes lo que yo creo?

—Alice… me gritó hoy que parezco celoso de Tanya— confesó. Se sentó en el sofá, se tapó los ojos. Parecía cansado y abatido. Yo no deseaba verlo así.

—Yo no pienso que estés celoso de Tanya— me senté a su lado.

— ¿No? Qué bueno porque no lo estoy— me sonrió.

—Voy a hablar Edward y no quiero que me interrumpas ¿De acuerdo?— pregunté.

—Está bien Bella, te escucho— sus profundos ojos verdes me miraban con atención. Debía tomar valor y decirle que sabía el secreto de su prima que él tanto guardaba.

—Edward, Tanya no es la inocente persona que tú crees. Sé lo que hizo, lo de su aborto— sus ojos se abrieron, quiso hablar pero se contuvo. —Nadie la forzó a hacer… lo que hizo hace años, fue por voluntad propia. Ella es una persona ante ti y otra diferente con los demás— Edward me escuchaba sorprendido. –No puedo decirte todo lo que ella hace porque tengo que probarlo antes pero te puedo asegurar que Tanya no es buena— quería decirle lo que le hizo a Esme, lo de sus bragas tiradas en su habitación, lo que me dijo antes del desayuno pero no podía. Le había prometido a Esme no decir nada hasta estar segura.

— ¿Ese tipo te lo dijo verdad? E imagino que lo hizo para hacerme quedar mal— Edward se levantó molesto.

—Ese tipo es mi amigo y se llama Jacob. Y no lo hizo para hacerte quedar mal, me confió su relación con Tanya. ¿No me crees o no quieres creerme Edward?— pregunté ofendida.

—Bella, te creo a ti pero a ese… Jacob no. Bella no tienes idea de lo que es encontrar a un familiar muriéndose en un hospital. ¿Y qué crees que me dijo él? Me dijo que todo estaba resuelto y que el problema estaba acabado. ¡Habían matado a un ser humano! Y ese… amigo tuyo parecía tan relajado.


—Pero eso no prueba que él tenía la culpa. Fue Tanya la que quiso el aborto, fue ella la que le pidió el dinero a Jake para matar ese bebé— le grité.

—Pues tenemos versiones diferentes. Tanya me confió, así como estaba, a punto de morir, que decidió aceptar la opción que tu amigo le dio. Él no quería casarse y ella tenía miedo de tener un hijo sola. Aceptó por miedo y yo le prometí que la protegería— confesó.

— ¿Confías ciegamente en ella verdad?— estaba tan decepcionada de Edward. Le creía a la arpía esa.

—No, ciegamente no, Bella… Tanya es casi mi hermana y la protejo como protegería a Alice. Black se aprovechó de ella, la embarazó y no quiso casarse…

—Sí que eres ciego Edward. Sólo tú no ves lo que Tanya te hace, a ti y a tu familia. Ella no es la que tú crees. A ella no le interesa Jacob, es a ti a quien quiere tener. Por eso hace todo lo que hace— le dije resignada a que no me creyera.

— ¡Tanya no me quiere de la forma que crees Bella! Tú estás celosa, por eso lo dices ¿Verdad?— me enfurecí hasta la raíz de los cabellos.

— ¡Tanya es mala y te lo voy a probar!— grité. Edward no dijo nada, sólo se pasaba la mano por el cabello, clara señal que estaba perturbado. – Sabes Edward, cuando abras los ojos búscame ¿Quieres?— me dirigí a la puerta pero sus fuertes brazos me atraparon.

—No Bella. No vuelvas a abandonarme por favor— rogó con desesperación.

—Edward, yo no quiero…— no me dejó hablar, sus labios me silenciaron. No sé que tenía Edward pero mi cuerpo traidor le hacía caso. Me levantó del suelo y me llevó a la cama. A un lugar dónde yo no podía discutir con él. Un sitio en dónde no había nadie más que nosotros. Sabía que más tarde me iba a reprender mentalmente por ser tan débil. ¿Qué más podía hacer ahora? Eran años los que le tomó a Tanya tejer su telaraña de mentiras. Debía ir poco a poco y demostrarle a Edward con hechos y no con palabras la clase de mujer que era ella.

Me olvidé de todo, de su familia, de su prima, hasta de cómo me llamaba. Las suaves caricias de Edward, su rostro hermoso, sus ojos brillantes me atraparon, me hipnotizaron, yo era la dócil mujer que haría lo que pidiera. Esas manos acariciando mi espalda, mis pechos, amaba dejarlas vagar por todo mi cuerpo. Me desnudaban mientras sus labios bajaban por mi cuello. Era demasiado para una simple chica como yo.

Así que me dejé hacer, que el sexy conserje me tome entera. Ya luego vería cómo le hacía para mantener a Edward lejos de la arpía y seguir averiguando…

¡Dios! ¿Cuándo llegó allí que no lo sentí? El perfectísimo hombre que estaba sobre mí, tenía la cabeza entre mis muslos y al parecer se disponía a darse un banquete con su servidora. Bella en off, dejaré de hablar, de pensar, de respirar…
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Estaba oscuro cuando desperté. Vi la silueta de Edward mirando por la ventana, el día aún no terminaba, la escasa luz le daba un aire irreal a su perfil. ¿Cómo podía existir alguien tan bello, tan perfecto? Y aún más extraño… me amaba. Me levanté sin hacer ruido, no me importó estar desnuda, caminé lentamente, quería llegar por detrás y abrazarlo, que sienta mi calor, mi amor. Pero al cuarto paso me di contra la pata de un aparador y me desparramé en el piso. Menuda torpe que era.

— ¿Amor estás bien?— Edward llegó a mi lado en un par de segundos. Me levantó del suelo, mi rodilla estaba adolorida.

—Sí, sí. Lo siento, siempre me caigo— dije con las mejillas ardiendo y la dignidad maltratada.

—No es culpa tuya, debo quitar este mueble y todo aquello con lo que puedas herirte. ¿Te parece si remodelamos?— me tomó en brazos y me llevó a la cama otra vez. Me hacía sentir tan bien.

—Claro, decorar es mi pasión— le sonreí.

—Tienes carta libre para cambiar los muebles que quieras— me besó. — ¿Tienes hambre?— preguntó con una sonrisa pícara.

—Mucha, pero de comida— le corregí, por mi podría seguir follando por días pero mi estómago gruñía.

—Bien, vamos a comer fuera, no tengo provisiones para cocinar. Podemos pasar por el supermercado si deseas.

Era tan maravilloso caminar de la mano por la ciudad, sin temor de nada, de la gente o de ver a alguien conocido. Ya no era la señora que tenía un amante. ¡Qué bien se sentía!

— ¿Te parece si llevamos espaguetis?— preguntó mi amorcito. Ya no sabía que apelativo darle. ¿Mi novio? ¿Mi marido? Prácticamente ya vivíamos juntos, yo no sabía cuando regresaría a Forks o me quedaría con él para siempre. No había querido tocar el tema para prolongar lo más que pueda esta sensación de pertenencia que me unía a Edward.

—Sí, me encanta la comida italiana. Te prepararé mi salsa napolitana— le sonreí. Pero mi alegría se vio opacada en el siguiente pasillo. Jessica Stanley buscaba aceite en una de las estanterías. Tenía la misma cara de asco, su cabello largo y más rubio que de costumbre, obviamente usó tinte barato porque su melena estaba quemada y sin vida.

— ¡Bella!— me saludó como si nada. Desgraciada, yo no había olvidado los días en que estuve encerrada.

—Vámonos Edward— empujé el carrito en otra dirección.

—Bella Newton, qué sorpresa— nos cortó el paso. Maldita idiota. Otra mujer que estaba en mi lista negra.

—No soy Newton, ya me divorcié. Aléjate de mí o no respondo— me contuve para no gritar.

—Edward a mi lado tomó el control del carro de compras con una mano y con la otra me abrazó.

—Qué lástima que seas tan rencorosa. Mike está muy enfermo pero seguro que lo odias tanto que dejarás que se muera sólo y pobre— me gritó.

—No soy rencorosa, sólo que te detesto, a ti y al tonto de Mike. No voy a volver a caer en sus mentiras— di unos pasos, Edward me seguía sin decir palabra.

—Hospital Richmond, habitación 402. Salió ayer del coma diabético, yo me voy a Los Ángeles y no voy a poder cuidarlo— no dijo más. Se fue tan rápido que ni pude contestarle.

—Maldita zorra— mascullé. Odiaba sentirme así. Con algo de remordimiento. Mike no era mi problema, ya estábamos divorciados. Si estaba grave yo no tenía porque ir.

— ¿Vas a ir a verlo?— preguntó Edward.

— ¡No! Claro que no— dije con firmeza.

—Tus ojos no dicen eso. Bella, sé que parte de ti quiere ir, te preocupa que muera. Lo sé porque tú, a pesar de todo lo que te hicieron, eres buena y no puedes odiar— acomodó un mechón de mi cabello que estaba suelto. Respiré su aliento. Cada minuto que pasaba me enamoraba más de él. Sabía lo que yo sentía, podía leer mis sentimientos.

—Tal vez. Pero no quisiera ir sola. No le deseo una muerte así, como su madre. Nadie merece morir después de agonizar, triste y sólo en una cama de hospital.

—Desde luego que no irás sola. Yo te acompañaré si es tu voluntad. Obviamente no entraré a verlo pero estaré cerca— me dio más calma oírlo. Edward sí que era una buena persona, mejor que todos cuanto había conocido en la vida.

Los días pasaron Edward no daba señales de querer dejar el departamento, apenas salíamos a comprar víveres o a correr por las mañanas. Recibía llamadas de sus familiares y en todas Alice y Esme le decían que no me deje sola, que estaban muy bien. Obviamente lo alejaban lo más posible de la intrigante de Tanya.

Ese día había decidido pasar a ver a Mike al hospital. No iba a decirle nada en especial sólo a ver si estaba tan grave como dijo Jessica. Edward me acompañó hasta la recepción. Efectivamente Mike estaba en la habitación 408, según me informaron salió de cuidados intensivos hacía unos días.

Tomé valor y entré a la habitación. Mike dormía, su respiración era casi imperceptible, parecía mucho más viejo de lo que era. Su cabello había encanecido como me di cuenta en la audiencia del juzgado. Viéndolo así tan mal me dio lástima. A parte de la frustración sexual, él no había sido malo conmigo hasta aquel día en la fiesta de Esme. Bueno, no voy a vivir odiándolo por siempre. Así que es mejor perdonarlo y dejar que viva su vida en paz, si puede.

— ¿Bella?— balbuceó, creí que estaba delirando pero no, había despertado.

—Hola Mike. Sólo venía a ver cómo estabas, siento mucho que pases por esto. No voy a reclamar nada legalmente, sólo… espero que te mejores— traté de sonreírle.

—Yo sé… yo sé que no eres mala, sé que te mereces todo lo que te dio el juez y más. Bella, cuídate, cuídate…— parecía agitado. Me dio miedo toqué el timbre para llamar a la enfermera.

—Tranquilo Mike— un sentimiento de tristeza me invadió. Una persona enferma y postrada es algo difícil de asimilar. El olor a enfermedad y muerte me dio nauseas. Sentí vértigo y me asusté. Tal vez me equivoque pero creo que Mike no viviría mucho tiempo más.

—Bella… debes cuidarte, ella y la otra, las dos…— la enfermera entró, rápidamente le tomó el pulso y llenó una jeringa de algún producto.

— ¿Es un calmante?— pregunté.

—Es morfina— me dijo secamente. ¿Morfina? Eso era para enfermos terminales de… cáncer, recordé. Quise llorar, pobre Mike.

—Bella, no te vayas, tienes que saber. Jessica y la otra rubia, ellas están…— sus ojos se cerraban. ¿Qué es lo que querría decirme? ¿Cuál otra rubia?

—Tranquilo Mike, tranquilo, no te esfuerces— tomé su mano pero él no apretó la mía.

—Quieren matarte Bella, le pagaron a James…— sus ojos hundidos y lacrimosos se cerraron y suspiró. Me alarmé.

—Está dormido— dijo la enfermera entendiendo mi preocupación.

Salí de allí perturbada, por Mike y por lo que dijo. ¿Quiénes querían matarme? ¿Jessica y quien más? Debía saber que fue de James ahora mismo.
Caminé por los pasillos, Edward no estaba. Nuevamente sentí el mismo olor a muerte que minutos atrás me mareó. Era asqueroso, como carne a punto de malograrse. Mi estómago se revolvió y busqué con urgencia los servicios. Devolví toda mi comida, me ensucié la blusa y la cartera. Estaba hecha un asco y no había papel sanitario. Me limpié como pude y salí en busca de Edward, no había otro lugar mejor para sentirme bien.

Llegué a la puerta del hospital y no había rastro de él. Una enfermera me detuvo.

— ¿Se siente bien señorita?— preguntó.

—No, pero estoy buscando a mi novio, llegamos juntos y no lo encuentro— seguí mirando en todas direcciones.

—Ah sí, un joven alto y casi rubio. Salió dos veces a buscarla, debe estar adentro todavía— en ese preciso instante vi aparecer a Edward muy preocupado. Llegó corriendo.

—Amor ¿Dónde estabas? Te he buscado de arriba abajo— me abrazó.

—Salí y no te vi— me quejé.

—Fui a buscarte un refresco, no demoré nada— se excusó. –Te pasó algo ¿Estás mojada y hueles raro?— me miró más detalladamente.

—Es Mike, está muy mal, le han dado morfina y… huele terrible, yo… devolví mi almuerzo— se me encendieron las mejillas.

—Amor, vamos a casa, yo te cuido— me llevó al auto y nos marchamos. Todo el camino estuve nerviosa, algo me decía que esto no estaba bien. Apenas llegamos le pregunté a Edward.

—Tengo una duda y quiero que me digas todo lo que sepas y no te guardes nada ¿De acuerdo?

—Si claro. Sólo pregunta.

— ¿Qué fue de James? El otro conserje que trabajaba aquí.

—Lo despedí, el día que Mike vino a armar escándalo. James se puso de parte de él y tuve que darle de baja— dijo sin preocuparse. Era mi culpa yo no le había contado.

—James estaba de acuerdo con Mike, cuando me retuvo aquí, luego de salir de la fiesta. Y ahora, Mike me dijo que James va a matarme, que Jesica y alguien más le pagaron— un escalofríos me recorrió por la médula. Tenía miedo.

— ¿Eso dijo? ¿Hay alguna posibilidad que lo hiciera para asustarte?

—Tal vez. Pero parecía que quería advertirme, no asustarme. Apenas tenía fuerzas— me acurruque en su pecho.

—Tranquila nada de eso debe ser cierto y si lo fuera, aquí estás segura. Contrataré más vigilantes. No te dejaré sola ni de día ni de noche. Voy a cambiar las cerraduras de todas las puertas externas del edificio y de este departamento. Sería mejor que fuéramos a mi casa pero…

— ¡No! No quiero ir a tu casa. Por favor. Quédate conmigo— le pedí.

Todo el día me la pasé mal. No podía creer que fuera a enfermarme de miedo, yo no soy así. Tampoco voy por allí buscándome problemas pero nunca antes me tiré a la cama descompuesta por una amenaza. Podía sentir todavía el olor a muerte de Mike y eso me hacía devolver la comida. Debí coger algún virus en ese hospital, no debí ir para allá.

Entre sueños y pesadillas pude ver a Carlisle junto a mi cama. Edward debió llamarlo. Me apenaba que el padre de mi marinovio venga a verme en estas condiciones, debo estar fatal.

No sé cuánto tiempo pasó, iba mejorando lentamente pero seguía sin poder retener nada en el estómago. Por órdenes de Carlisle estaba con suero para no deshidratarme. 

El Conserje -Terminado-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora