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SCOTT

Drac conduce un Jeep negro con River de copiloto. Ambos permanecen en completo silencio, con la mirada perdida en la carretera. Por otro lado, Raisa continúa inconsciente sobre mis piernas. Tan solo duerme profundamente.

No pude negarme a venir con ellos, no cuando no poseo la fuerza requerida para pelear. Sigo preguntándome si acaso alguien de arriba vendrá a buscarme. Arielle, mi ángel guía, ¿estará observándome? ¿Qué será del enérgico Neron, el único ángel que me hablaba aún después de tener las alas negras? ¿Habrá conseguido ascender? Sinceramente no lo creo, se preocupaba más por el resto que de sí mismo.

¿Qué es lo que esperan de mí habiéndome enviado a cuidar a la luz de Dios sin poder alguno? Todavía no lo entiendo.

Además, hay algo que no deja de inquietarme...

—¿Por qué trajeron al gato? —pregunto, contemplando al moribundo recostado sobre las piernas de River. Se escuchan sus gemidos agonizantes. Con honestidad, no creo que resista demasiado—. Ustedes tres, ¿realmente se conocen?

—¿Puedo mostrarle? —River me contempla a través del espejo retrovisor, pero aunque no me lo dice a mí, sus ojos se ligan de toda mi atención, dificultando cualquier intento por apartar la mirada.

—Bueno, tenemos algo de tiempo —accede Drac.

Las pupilas de River se dilatan por completo, convirtiendo las cuencas de sus ojos en un par de oscuros abismos palpitantes.

De inmediato, todo lo demás desaparece.

No me puedo mover, pero puedo verlo todo con total claridad, empezando por mi cuerpo con la apariencia muy similar al muñeco que Raisa encontró en su casillero.

No me encuentro solo, algo aprieta mi cintura con fuerza. Es la mano pequeña de un humano, como la de una niña, a juzgar por sus finos dedos. Pronto esos ojos aceituna que reconozco están mirándome. Es Raisa, y tendrá aproximadamente cinco años de edad.

—No puedo tener amigos, ustedes son los únicos —dice desanimada, apretándome contra el pecho junto a otros tres muñecos que no consigo distinguir puesto que la imagen ensombrece.

Consigo pestañear.

Estoy de regreso en el Jeep.

River ha dejado de mirarme a través del reflejo del retrovisor. Él fue quien se introdujo en mi cabeza para mostrarme esas imágenes de Raisa cuando niña. Pero ahora, más bien, contempla hacia su mano. Tiene ese muñeco que Raisa encontró en su casillero. Ellos estaban detrás de eso, después de todo.

—¿Por qué ocultarlo ahí? ¿Por qué mostrárselo de esa manera? —cuestiono.

En lo que River me mostró, Raisa jugaba con esos muñecos de pequeña, pero aparentemente no los recuerda.

—Este, es tan solo una gran imitación. —Guarda el muñeco en la guantera del Jeep—. Su madre le obsequió los originales. Era posible que recordara si acaso lo veía, o por lo menos a Prince, con quien desarrolló un cierto apego a lo largo de estos años, pero no funcionó. —Y realmente parece decepcionado.

—¿Borraron su memoria?

Es difícil de creer, pero tampoco imposible. Raisa no me ha contado nada de su infancia, tan solo que llegó al hotel en compañía de su hermana, y para entonces ya tenía siete años.

—Es lo que ustedes hacen, ¿no? —De nuevo River me vigila a través del retrovisor. Su mirada transmite una señal de profundo aborrecimiento. Está insinuando que los ángeles borraron su memoria.

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora