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SCOTT

No luce como algo físico, sino más bien como una especie de bruma negruzca. Como recuerdo haberlo visto en el campo junto con Samael.

Raisa está en verdadero peligro entonces.

Él, a pesar de no tener ninguna forma, tiene una presencia aplacadora y un olor a tierra y muerte.

Sin esperarlo se abalanza sobre mí, y siento como si una gran ráfaga me empujara con fuerza, arrojándome contra el suelo.

Mis huesos se sacuden, y siento la forma en la que esa bruma se entierra en cada arteria, en cada insignificante poro. Pero lo peor empieza cuando mi piel burbujea, como si una especie de ácido potente consumiera mis venas, como si algo estuviera dentro de mí, reclamando su lugar.

—Después de tantos años, por fin. —Escucho que mi voz ronronea en mi mente, pero no soy yo quien lo está pensando en realidad.

Los huesos de mi espalda crujen y me arqueo. El dolor es ensordecedor.

Mi cuerpo se agita, y finalmente rueda hasta dejarme de rodillas y sobre ambas manos.

Respiro forzadamente, todo se nubla hasta que sacudo la cabeza en un intento de no perder la conciencia.

—Sal, maldito demonio... —La sangre de mi espalda se desliza hasta gotear en el suelo, pero es peor cuando mis huesos vuelven a crujir y entonces siento que la piel de mi espalda se desgarra.

Pierdo fuerza, ahogo un grito y rasguño el suelo, lastimándome los dedos. Por un momento incluso creo ver que mis uñas se tornan negras.

—Ah —suelta con placer—. Al fin en mi cuerpo. —Una vez más esa voz ajena, presentándose como mi consciencia que intenta asfixiarme, sumergirme hasta lo más profundo de una oscuridad mortífera.

Otra sacudida de profundo dolor me coloca sobre mis codos, con la frente rozando el suelo. Y pronto, creo ver unas sombras que se elevan sobre mí, golpeando el techo con fuerza suficiente para arrancar pedazos, ocasionando que algunas astillas de madera y polvo se ciernan sobre mí.

Están de regreso.

Mis alas, puedo sentirlas nuevamente.

No obstante, esta vez son más grandes, más fuertes y sombrías.

No hay plumas, están recubiertas por una especie de piel negra como la de las serpientes, y que al mismo tiempo, lucen tan fuertes como la obsidiana.

Suelto una exhalación entrecortada, como un gruñido gutural que implora piedad.

—Vamos, Scottie, deja que tu verdadera forma fluya. Déjame volver a ser yo: Calev, la Rebelión.

—No bromees. —Desesperadamente tiro de mis cabellos, queriendo arrancar esa voz de mi cabeza.

—Seremos uno nuevamente. Sé que ese mal todavía permanece aquí, en tu interior, puedo sentirlo, y sé que tú también estás consciente de él.

Levanto la mirada. Mis manos, mis uñas, mis brazos... Todo está cambiando. Tan solo pido que sea una ilusión.

—¿Qué forma es esta? —pregunto, por primera vez aterrado de lo que está pasando conmigo, de lo que sea en lo que me estoy convirtiendo.

—Somos un ángel, un ángel de la oscuridad, y el infierno nos espera. Libertad, éxtasis, muerte... Sé que te va a encantar.

—No. ¡Basta! —Por más que lucho, es más fuerte que yo.

De repente una imagen atroz se establece en mi mente, es su objetivo real.

—No lo harás. No te dejaré.

—Suficiente. Aquí, con nosotros, empieza el principio del fin.

El dolor me recorre de arriba abajo una vez que mis nervios entienden lo que sucede.

Y eso es lo último.


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Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora