02

42K 3.1K 517
                                    


RAISA

Veinte minutos más tarde, entro a nuestra estancia y cierro la puerta a mis espaldas.

—¿Qué tal tu día? —saluda Leire, mi hermana mayor.

Luce hermosa con su cabello cobrizo atado sobre su cabeza, la pequeña nariz fruncida, y el traje blanco de sub chef. Se ve diferente a como suele andar por casa: como una chica punk que viste siempre con ropas negras, y hasta se maquilla con sombras oscuras.

Llevamos solas desde hace 10 años. Mientras vivíamos en Francia, nuestros padres fallecieron en un incendio. Lo único que recuerdo es el fuego ardiente e incontrolable. Incluso hay veces en las que puedo sentirlo en mis sueños. Según ella me contó, nos salvamos de milagro.

Leire tenía 21 cuando se hizo cargo de mí yo de 7 años. Tiene 31 en la actualidad, y le resultó difícil sacarnos adelante.

Al trasladarnos a Londres, empezó a trabajar de limpia pisos, luego ascendió a lavaplatos, y ahora trabaja como la mano derecha del chef del hotel Arcadia de cinco estrellas en el cual residimos actualmente, lugar reconocido a nivel nacional por conservar la estructura de lo que antes fue un castillo construido en el siglo XII.

A cambio de trabajo tenemos alquilada una habitación, así que gozamos de todos los servicios básicos, incluyendo la alimentación. Además, a medio tiempo soy salvavidas en la piscina, labor que también nos ayuda económicamente para mis estudios.

Admito que, contrario a mí, Leire es una trabajadora ejemplar. Yo suelo tener pereza todo el tiempo. Si pudiera trabajar de dormir, de lo último que tendríamos que preocuparnos sería del dinero.

Respiro hondo, suelto la mochila, me quito los zapatos y calcetines hasta quedar descalza.

—Igual que de costumbre. —Me dejo caer de frente en el sofá—. ¿Otro bufé en el gran salón?

—Sí, vendrá un hombre importante. —Se dirige a su recámara y toma el delantal negro. No parece muy motivada como otras veces, de hecho, hasta puedo decir que algo la tiene molesta.

—Ya... —Quiero que vaya directo al punto de interés—. ¿Qué servirán?

—Sushi. Extraño viniendo de un "hombre importante". —Hace las comillas con sus dedos.

Ahora conozco el motivo de su molestia. Siempre hace referencia a ese "hombre importante" como el dueño del hotel Arcadia, y no le agrada por alguna razón. Yo no puedo decir lo mismo, jamás lo he visto en persona, solo sé que está de viaje constantemente y que vuelve al hotel cada cierto tiempo, como para comprobar qué tal van los negocios.

He oído decir que es un hombre joven, pero de temer. Solitario, que no se relaciona con nadie más y trata al resto sin filtro alguno de superioridad.

Engreído o no, hizo que la fama de su hotel creciera como la espuma.

Trece años atrás, cuando Leire y yo llegamos, el lugar apenas había abierto sus puertas y ahora nadie puede dejar de hablar de él. Sale en cada periódico, aunque el rostro del dueño es reservado al público en general. De hecho, existen trabajadores en este mismo hotel que, igual que yo, jamás lo hemos visto. Fuimos contratados por un anónimo. Se esconde del público por seguridad, o es lo que todos pensamos.

—Me guardas unos rollos California —le pido. Mi hermana se acerca y, junto a mí, deposita una bandeja cuyo contenido se basa en espagueti con albóndigas y un vaso con agua. No suelo tomar gaseosas, hacen que mi estómago duela. Soy bastante sensible a ciertos tipos de alimentos, especialmente esos que tienen muchos preservantes y aguas carbonatadas.

—Claro, pero...

—Me escabulliré a la cocina y nadie me verá. No te preocupes. —Intento calmarla.

—Te amo. —Besa mi sien—. Y si algo sucede...

—Correré hacia el pasillo, jalaré la palanca de emergencia, y evacuaré a todos en el hotel.

—Llama a Nil —concluye.

Sé bien que llamar a su mejor amigo el recepcionista es su plan más seguro, pero me lo pensaría dos veces antes que molestarlo. La sola idea me pone los nervios de punta. Además, de esa forma no sería divertido.

—Me marcho. —Camina hacia la puerta—, No travesuras, y haz tu tarea.

—Ajá... —Cierro los ojos—. Tan solo una siesta primero.

—No te olvides de comer.

Al igual que otras veces, ahora siento un ligero cosquilleo en el estómago. Es una sensación inexplicable. Luego hay un mordisco en mi pecho.

Me retuerzo.

Es frío, suave, y cálido al mismo tiempo.

Otro mordisco, un poco más fuerte esta vez. Mi falda se levanta un poco. Es extraño, pero se siente bien.

Algo húmedo se desliza por mi cuello, y entonces empiezo a ser consciente de lo que está pasando. Cuando algo en mi interior aprieta con deseo, abro los ojos asustada.

Desliza su lengua áspera sobre mis labios y me contempla con sus ojos amarillos en forma de media luna. Prince está sobre mi pecho, y por la forma en la que me mira, parece muy enfadado. Es pesado en todo el sentido de la palabra.

Me siento asqueada, porque se trata de un gato. Y a pesar de que deseo regañarlo, las palabras no surgen.

Da media vuelta. Su trasero peludo y esponjoso se frota contra mi frente. Suelto una queja de disgusto mientras me siento, pero la incomodidad que siento en mi húmeda entrepierna captura mi completa atención. Siento como si de pronto, entre sueños, me hubiera orinado. Pero tampoco es que haya llegado a mojar el sofá. También descubro que el tiempo ha pasado veloz, ya casi no se percibe luz natural en la habitación.

Como guiados por imanes, mis ojos de pronto encuentran al gato de pie, todavía junto a mí. No deja de observarme. Es intimidante. Su pelaje negro brilla y es muy espeso. Sus ojos amarillos, en cambio, parecen tener el poder de arrastrarme a un lado sombrío si acaso decido mirarlos por demasiado tiempo.

Aparto la vista.

Y el causante de que tenga sueños húmedos, ¿es él?

—¿No te basta con haber hecho de mí un alma en pena? —protesto.

Por su culpa todos huyen de mí.

A veces se queda durante un par de semanas, luego desaparece por algún tiempo, pero al final siempre está de regreso.

Prince es el nombre que le di porque es verdaderamente exigente. Es a su causa que la gente piensa que estoy loca. Él se resume a ser la causa por la cual todos temen de mí en el instituto.

Es un gato malhumorado pues, cada que lo ignoro al encontrarnos en algún lugar público, me rasguña hasta hacerme sangrar, y esas son heridas que, por lo menos el resto del mundo, las puede ver.

Prince es un gato negro al que solo yo puedo ver porque en realidad está muerto.

Este es Prince, mi alma en pena.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora