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SCOTT

Sacudo la cabeza mientras mis alas se abren y golpean la estructura de metal sobre mí.

—¡Calev! —Escucho el grito de Prince provenir desde lo alto.

—¡La tiene!, ¡quiere matarla! —La voz de River se une.

—No pasará. No si nosotros lo asesinamos primero.

Empiezo a correr y salto. Mi cuerpo golpea los graderíos con fuerza suficiente para atravesarlos.

Tambaleante me elevo hasta lo alto del oscuro cielo, mirando de reojo la forma en la que esos seres celestiales de los que antes formaba parte, se abalanzan sobre Samael. Y alrededor de todos ellos, las grietas del suelo se abren incluso más, escupiendo ya no solo magma hirviendo, sino también sombras tenebrosas.

El infierno está aquí, y no hay nada que pueda hacer más que ir en busca de un nuevo recipiente para Raisa.

Mientras planeo, contemplo el collar que empieza a palpitar con menos fuerza cada vez.

Mis ojos se nublan durante breves instantes, hay oscuridad momentánea, y cuando vuelvo en sí, me sorprendo cayendo en picada.

Encuentra un nuevo recipiente, el recuerdo de la voz de Neron se reproduce en mi memoria.

Caigo sobre el asfalto, originando un cráter más profundo de lo normal.

Empiezo a levantarme cuando unas luces me alumbran, luego estalla un claxon, y de repente el camión se desvía para evitar pasar sobre mí, chocando contra un gran muro. El concreto se desprende, cayendo sobre la carrocería, incluso un letrero inmenso termina aplastándolo casi por completo. Probablemente el conductor esté muerto ahora. Pero es posible que más personas lo estén una vez que la oscuridad ascienda por completo.

Los rayos de luz en el cielo se manifiestan sin pausa alguna, cayendo en diferentes lugares de la ciudad, señal de que más ángeles empiezan a bajar, de que la inesperada guerra entre cielo e infierno, en la tierra, se acaba de dar comienzo.

Quizá luego tenga tiempo para lamentarme por el sufrimiento que aguarda por los humanos, pero por el momento, tan solo debo concentrarme en Raisa.

A mis oídos llegan las sirenas que se avecinan desde el final de la calle. Es una ambulancia.

Tengo una idea.

Tomo impulso y salto, cayendo sobre el techo un momento después. Arranco una de las puertas traseras con facilidad, pero tan solo recibo el grito histérico de una paramédica.

Creí que podría encontrar una persona herida de gravedad o algo semejante, pero no hay ningún paciente.

Maldita sea.

El collar palpita con menos energía, por lo cual un segundo me basta para perder la fuerza y soltarme de la ambulancia cuando esta frena de lleno, impulsándome cerca de un grupo de personas que, al verme, gritan despavoridas:

—¡Un demonio!

Ahora me queda bastante claro. Antes no podían verme cuando tenía mis alas extendidas porque era un ángel y esas eran las reglas, sin embargo ahora... Si debo aceptar lo que ahora soy con tal de salvarla, lo haré. Estaré dispuesto a lo que sea, incluso aceptar que ella hizo de mí lo que más detesté en toda mi vil existencia.

Clavo las garras en el suelo, y como sea me pongo de pie. Doblo las rodillas y salto, hasta alcanzar lo más alto de un edificio que tengo en frente de mí.

A mi izquierda todavía puedo contemplar el resplandor de la puerta hacia el infierno. El caos se aproxima, propagándose como un virus lóbrego que arrastra consigo los peores miedos, encerrando dentro de sí a las más temibles criaturas del abismo. Por otro lado, a mi derecha se encuentra el resto del mundo, en calma, preparándose para ir a dormir sin saber que más tarde despertarán dentro de una espantosa pesadilla.

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora