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RAISA

Sé bien que Scott está aburrido y molesto. No le agrado. Pasó un día entero quejándose de lo aburrida que soy. También recalcó que soy una miedosa porque empecé a usar la puerta trasera del hotel para no encontrarme con el chef o el señor Hastings. No es capaz de entender mis motivos, ya que tampoco se los he contado. Y luego, un par de veces, lo vi marcharse solo, cuando creí que no podía alejarse de mí.

Por la tarde me preguntó sobre mi condición acerca de los muertos, sin embargo, no puedo decir que confíe en él como para contarle toda la verdad. Al final, terminé por evitar el tema por completo.

Cuando nos conocimos, Scott había dicho que mientras más se alejaba, más iría desarrollando un tipo de dependencia hacia mí que no le permitiría dejarme.

Es una sensación frustrante, pero no peor de la que me hablaron. Eso fue lo que dijo, pero parece que es tolerable. Esta mañana me recuerda a lo mismo, porque a mitad del camino al instituto me detiene.

—¿De nuevo tienes que irte? —pregunto.

—Te veo luego. —Levanta vuelo, dejándome con la boca abierta. Es la primera vez que lo veo extender las alas en el cielo, y es impresionante. Son colosales y profundamente oscuras.

Más tarde, llego al salón y ocupo mi lugar. Intento no hacer contacto visual con los que cruzan la puerta después de mí, pero al cabo de poco tiempo, Scott también se suma a la multitud y ya no puedo apartar la mirada. Hay algo diferente en él, y cuando examino todo su cuerpo, la sorpresa me impulsa fuera de mi silla.

Todos guardan silencio y voltean a verlo, algunos asombrados y otros maravillados. Luce el uniforme de instituto y aparenta ser un humano más. También ha ocultado sus alas.

—¿Qué haces? —le pregunto en un susurro cuando se detiene en frente de mí.

—Me precipito y te hago un favor. Así, la gente no pensará que estás loca por hablar con un ser al que no pueden ver.

Debe referirse a lo ocurrido con Leire la otra noche, cuando tuve que decirle que hablaba conmigo misma para no quedar como una loca.

—¿Por esto estuviste yendo y viniendo los últimos días? —pregunto.

—No te creas tan especial. Hice un par de cosas no muy lejos de ti.

Acabo de confirmar que puede alejarse hasta cierto punto.

—¿Por ejemplo?

—Robar un poco de dinero —dice como si nada.

—¿Robaste dinero?

Scott me calla con un gesto, haciéndome notar que continúa siendo el centro de atención. Luego busca apoyo del tablero de mi escritorio, y acerca su rostro para susurrarme al oído:

—¿De dónde crees que saqué el uniforme y lo que se necesita para entrar aquí? ¿Un milagro? —sonríe. Finge ser encantador ante los ojos de los demás, y le sale perfecto. A simple vista, es un humano increíblemente atractivo y rebelde. El chico malo.

—Creí que los ángeles hacían milagros —revelo en un susurro.

—Sí, pero no tengo mis poderes. Ellos me los quitaron, así que sería injusto si yo asumo todas las consecuencias. —Me guiña un ojo en forma de juego y oculto la mirada.

Le arrebataron sus poderes sin su consentimiento, pero ¿por qué motivo?

—Hola, guapo. —La persona que acaba de hablarle es Daisy—. ¿Eres nuevo? ¿Por qué no te sientas junto a nosotras? No te conviene hablar con ella, es muy rara.

Alexa le hace fiesta, y avergonzada desplazo la vista hacia mis pies.

—Esta rara es mi hermana. —Scott anuncia en voz alta mientras rodea mis hombros con su brazo, pegándome a él. Todos en el salón ahora están al tanto de su mentira.

Me estremezco. Su remedo de abrazo es cálido, y la fragancia que inunda mis fosas nasales es una mezcla de ropa nueva y pino.

—¿Ella? ¿Cómo...? No lo sabía. No se parecen. —Es la primera vez que veo a Daisy tan nerviosa.

—Vete enterando. Ahora pírate, estás bloqueando mi escritorio.

Daisy y Alexa retroceden.

Todavía estoy tan aturdida, que su sarcasmo me hace soltar una corta carcajada. Es la primera vez que sonrío después de tanto tiempo, que hasta había olvidado cómo se sentía.

Scott toma asiento en un escritorio junto al mío.

—Disculpa, ese es mi lugar. —A paso torpe, un muchacho se acerca a Scott. Parece temerle por alguna razón. Pero claro, esa imponente presencia que posee no solo es perceptible ante mis ojos.

—¿De verdad? ¿Cómo te llamas?

—Lucian —tartamudea al pronunciar su nombre.

Scott examina el tablero.

—Bien, Lucy. ¿Estás seguro de que este es el tuyo? Porque no veo tu nombre escrito en él.

Lucian abre y cierra la boca como un pez, pero inteligentemente se disculpa y se marcha para ocupar otro lugar.

—No deberías ser tan malo. —Incómoda me revuelvo en mi silla.

—¿Es lo que le dices a todos los que te molestan? Y dime, ¿alguna vez te han hecho caso? —Guardo silencio porque no sé qué contestar—. Ves, eres demasiado inocente.

—¿Y tú no?

Sonríe. Sus ojos están contemplándome con algo que no consigo definir, pero que me sonroja. Y justo cuando el profesor entra al salón, susurra mientras eleva una ceja:

—Tal vez sí tengo un poco del diablo en mí.


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Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora