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SCOTT

Raisa.

Raisa...

Su nombre se repite como un bucle infinito en mi cabeza.

Puedo verla de pie en los graderíos del campo de fútbol. Está en el instituto. Empiezo a preguntarme qué hace en ese lugar, pero entonces me doy cuenta de que algo no anda bien.

Estoy delirando.

Una parte de mí se encuentra en el sótano, pero la restante, es como si estuviera a su lado. Será a causa de la pluma.

Pero también hay algo más, y tampoco es bueno.

Justo en la mitad del campo hay una silueta que parece tener la forma de un imponente hombre, y yace rodeada de profunda oscuridad.

Los únicos destellos que consiguen iluminar el rostro de aquel individuo, son los truenos que caen muy cerca de su posición, extendiendo el fuego que no tarda en ser consumido por la humedad de la hierva, abriendo agujeros a través de los cuales el suelo empieza a escupir magma hirviendo.

Las personas empiezan a correr despavoridas, huyendo del inminente e incomprensible peligro, a excepción de aquel ser, cuya presencia señorial, parece ser el origen de que el infierno haya llegado a la tierra. Es como si el más temible ser, hubiera salido del las mismísimas auges del averno.

Samael. Su nombre se manifiesta en mi cabeza.

Quiero gritarle a Raisa, advertirle para que escape, pero me resulta imposible, las palabras no surjen.

De este modo transcurren los segundos más largos de mi existencia, conmigo como un ser inanimado, queriendo irreflexivamente protegerla de todo, pero sin la capacidad de hacer absolutamente nada. ¿Cuántas veces he querido y resulta que en realidad, así como ella lo mencionó, soy un completo inútil?

De pronto Raisa hace lo más estúpido que podría imaginar. Avanza en dirección a Samael, bajando los graderíos como si algo la hubiera deslumbrado, atrayéndola al corazón de la desgracia.

Los humanos pertenecientes al equipo de fútbol corren a través del campo, escapando. Pero ella y sus piernas como robotizadas, continúan avanzando hacia el peligro, hasta que un alambrado impide su paso y afianza los dedos al metal tejido, como si del otro lado algo espléndido se encontrara y lo quisiera alcanzar.

—Calev. —susurra.

Al igual que ella, veo a esa bruma oscura que yace inmóvil justo a las espaldas de Samael. Justamente se ha referido a esa sombra.

Oculta y muy difusa, se mantiene a la espera de algo. Es casi imperceptible, cual residuos de ceniza aglomerados que Samael arrastra consigo sin darse cuenta.

—¿Por qué estás con él? —Raisa continúa hablándole a esa bruma, aunque lo hace en un susurro—. ¿Siempre estuviste en el infierno?

Una fuerte sacudida me arrastra fuera del lapso somnoliento, obligándome a despegar los párpados, encontrando el rostro de River a tan solo centímetros del mío.

Él profesa su gran amargura y examino todo alrededor, comprobando que todavía me encuentro en el sótano. Sin embargo, aún no soy capaz de diferenciar la realidad de lo que acabo de ver en sueños. Pareció muy real.

—Es obra tuya —le atribuyo, sintiendo la garganta seca.

—¿De qué hablas? —pregunta, contemplándome con curiosidad y alguna otra emoción que no soy capaz de descifrar.

—Este último sueño.

Sorprendentemente parece no tener idea de lo que hablo. Pero con claridad recuerdo esa vez en la que nos llevaron a la fuerza con el fin de que Raisa salvara a Prince. En el Jeep, River me contempló a través del retrovisor, sus pupilas se dilataron, y entonces vi ese recuerdo suyo encarnado en un muñeco.

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora