1 - Hasta que te vi...

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Italia... Bello país, tranquilo, con hermosos ocasos teñidos de cálidos colores. Por fin en paz, después de la muerte de Diavolo. Giorno Giovanna alcanzó su sueño, su meta.

Ya era jefe de la mafia y el negocio de la droga estaba... controlado. Podía sentir que le estaba haciendo un bien a su gente, los niños y sus familias. El sacrificio de sus amigos no quedaría olvidado y se encargaría de que sus muertes tuvieran significado.

Haría las cosas bien, al menos mejor que su antecesor desquiciado. Pero algunas viejas costumbres jamás se olvidan, y una parte de él, muy en el fondo (así como inexplicable), tenía apetito por el caos, la seducción y la labia.

Al menos Mista lo tenía controlado en ese mal aspecto de su personalidad...

Esa tarde se encontraba en su despacho, revisando peticiones de camaradas y gente con problemas cotidianos. No pudo evitar suspirar, mientras alejaba su atención del papeleo y observaba la ventana, con una excelente vista hacia Italia, su hogar.

La puerta se abrió en ese instante, dejando ver a Mista, cargando más documentos.

—¡Buen día, jefe! Traigo noticias del centro, y nuestro grupo del sur encontró una bola de revoltosos que destrozan los parques —dijo, colocando todo en el escritorio frente a su ahora jefe Giorno—. ¿No quieres abrir tu ventana? Hace un calor infernal aquí. ¿Me estás escuchando?

Giorno volteó a verlo directo a los ojos, con gesto aburrido, mientras recargaba su rostro en la palma de su mano; Mista chistó: «no tienes remedio», contestó mientras abría la ventana.

—¿Se puede saber qué le pasa, jefe? —preguntó, cruzándose de brazos.

—Te he dicho que me hables normalmente, Mista.

—Bien, mejor para mí. ¿Qué diablos te pasa, Giorno?

—Estoy aburrido... —contestó, dirigiendo la vista a la ventana, una vez más, después de exhalar un largo suspiro.

Mista lo observó durante unos segundos, luego sonrió y se sentó frente a él:

—Ya veo, después de todo sigues siendo muy joven, acabas de cumplir dieciséis años, y ser la cabecilla de la mafia no es sencillo... Te diré algo, ¿qué te parece si nos olvidamos de las tareas por un rato y salimos a dar una vuelta?

—¿Y todo el papeleo? —preguntó Giorno, colocando una mano sobre el montón de hojas.

—Veamos, eres el jefe, nadie puede reclamarte, y no hay nada que Gold Experience y tú no puedan lograr. ¡Vamos! Derrotaste a un sicótico ¿y te preocupan unos papeles? —rio Mista.

El rubio sonrió; no esperaba más de su compañero, así que se levantó, se desperezó y caminó a la puerta, seguido de un Mista que sonreía abiertamente y celebraba dando brinquitos.

Caminaron un rato sin rumbo fijo, disfrutando de las hermosas calles de Italia; Mista observaba las tiendas de pastelería con interés, mientras GioGio caminaba con sus manos dentro de los bolsillos del pantalón.

—Giorno, ¿a dónde te apetece ir? ¿Quieres comer algo? —preguntó Mista, viendo con interés el escaparate de una pastelería.

—Me apetece café y panna cotta... —contestó, viendo con interés un local que ofrecía postres y bebidas calientes, mientras caminaban lentamente hacia allí.

Se sentaron en una mesa ubicada en el exterior, para observar la calle, hasta que llegó una mesera para tomar la orden. Ambos ordenaron café y un postre; la chica sonrió y se retiró, con un ligero sonrojo.

Mista decidió contar algunas anécdotas sobre su patrulla diaria, pero Giorno no pudo prestarle la atención debida, ya que la llegada de una chica, que se sentaba en una mesa próxima a ellos, llamó su atención: el color de su cabello, su piel, estatura y lo brillante de sus ojos tenían un no sé qué; llevaba en la mano un libro, y se dedicó a leer después de que le tomaran la orden.

Mia Ragazza. Giorno Giovanna X LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora