Pasaron 2 años, mi vida había cambiado. Me encontraba en una relación con Pablo. Esta vez era seria, sin encuentros ocasionales.
Cuanto más tiempo pasábamos juntos, nuestra pasión se iba agotando. Al principio nuestros intensos encuentros amorosos eran muy lujuriosos, candentes. Nos matábamos en la cama. Con el tiempo comenzaron a ser menos intensos hasta volverse muy rutinarios.
Siempre era lo mismo, un poco de juego, sexo y luego a dormir. En los últimos meses ya no había juegos solo besos fríos, pálidos o un abrazo forzado, una misma posición para el sexo, algunas embestidas que no duraban ni un minuto y nada más. Si intentaba ser salvaje él me sacaba con la excusa de que estaba cansado.
Me sentía vacía, despreciada, había perdido mi encanto, mi libertad.
Sabía que lo amaba, pero esta relación me estaba matando. Nos estaba asesinando. No había lujuria, pasión, ni sensualidad. Me encontraba enjaulada a la espera de que alguien me libere de esta rutina.
No quería dañar a mi amante pero necesitaba experimentar con otros cuerpos u otras formas, y él no lo entendería.
Recurría a mi imaginación para llenar mi vida. Mis sueños se volvieron muy lujuriosos. En ellos seguía viviendo, siendo la misma de hace unos años atrás.
Pablo nunca estaba incluido en ellos y eso me asustaba. Nuestra relación agonizaba en terapia intensiva y aún no decidía su muerte.
Los días pasaban y yo solo llenaba mi frustración con horas de consulta con una joven psicóloga explayándome en mis anécdotas de sexo desenfrenado de mi anterior vida, disfrutando de mis relatos. Cuanto más comentaba más veía como esa joven mujer me miraba con perversión. En muchas sesiones la encontré llevando su mano a su vagina para frotarla muy sutilmente con su pequeño cuaderno.
Pasaba horas interminables contándole una y otra vez mis encuentros amorosos. Ella escribía, detrás de esos anteojos veía como se excitaba.
Siempre quería más detalles, si comentaba como era empalada se sentía un suspiro, movía su cuello de un lado a otro. Era como si volara con su imaginación queriendo ser partícipe en cada historia. Solo sentía el erotismo en mis anécdotas. Erotismo que ya no tenía.
En una de las sesiones mientras contaba cada detalle la vi cerrando los ojos y tocar su cuerpo. Mordía su labio, apretaba sus piernas, como si estuviera explorando el placer en cada palabra que emitía mi boca. Necesitaba algo distinto así que me acerque a ella y le dije:
—Querras experimentar—no era lo que habitualmente me gustaba pero necesitaba salir de la rutina.
Ella primero me miró como sorprendida luego comenzó a llevar mi mano a su pecho me pedía que lo tocara como lo habían hecho otros en mis relatos. Comencé a desvestirla sacándole su bata blanca llegando a su corpiño y desabrochándolo. Mi boca se internó en sus pechos chupándolos suavemente, estrujándolos entre mis dedos.
Sentía el palpitar de su corazón acelerándose cada vez más.
Bajé mi mano a su falda levantándola y frotando sus bragas para estimular su clítoris. Cuanto más frotaba más se habría sus piernas. Salió un suspiro de aceptación a lo que estaba haciendo.
Se recostó en el sillón esperando que mi lengua recorriera su cuerpo. Poco a poco fui bajando lamiendo cada parte de su cuerpo hasta llegar a su clítoris, ahora descubierto. Sus pantaletas estaban en el suelo. De forma suave luego más ruda, lo aprisionaba con mis labios. Los gemidos de mi joven psicóloga eran muy fuertes. Se movía en forma de vaivén para acercarse cada vez más a mi lengua.
Había pacientes en la sala de espera pero ella me decía que no parara. Mi boca recibía la estampida de su sexo, mojándose a la espera de mis dedos, rápidamente llevé mi lengua a su boca que se habría para emitir un grito al momento que mis dedos penetraban en su vagina, necesitaba callar esos jadeos y gemidos que emanaba como una fiera salvaje.
Solo me llenaba observar cómo se movía entre mis brazos sentía en mis dedos su orgasmo. Apretando y mojándolos lubricando el canal para que más se introdujeran. Su vagina me succionaba como queriendo que penetre con mi mano completa.
Los gritos y gemidos retumbaban en las finas paredes. No podía callarlos aun cuando intentaba aprisionarlos con mi boca.
Gritaba como loca, se había olvidado de donde estábamos y que detrás de la puerta había una sala llena de pacientes esperándola.
Seguimos nuestro juego hasta que unos golpes se oyeron en la puerta. Me pidió que parara. Su pelo estaba totalmente revuelto, su ropa abierta. Se acomodó para atender al personal que la estaba llamando por los gritos que retumbaban desde la habitación preguntando si estaba todo bien.
Quiso dar por terminada la sesión no sin antes darme una dirección. Me dijo
—Quiero que seas mi acompañante.
Solo atiné a decirle —Cuando nos vemos —Sabía que estaba abriéndome a un nuevo encuentro lleno de goce, que despertaba mi curiosidad.
Además con solo haberme soltado un poco sentía que revivía. Aun cuando no había podido sentir placer, esta experiencia me sacaba de mi letargo. Mi corazón explotaba y mi sexo mucho más. Necesitaba de la lujuria en mi vida, no podía desaprovechar la oportunidad para volver a vivir.
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REGÁLAME UNA NOCHE
RomanceLas intrépidas y eróticas historias de una mujer que ha experimentado sus más lujuriosas fantasías. Su erotismo te llevará al éxtasis del placer. Los relatos están basados en hechos reales. Los nombres y lugares han cambiado para respetar la privaci...