CALVARIO

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La noche arreciaba, no veía nada, sentía las caricias de mi amante que recorrían todo mi cuerpo. Electrizantes, encendiendo mi frágil sexo femenino. No había nadie más que supiera tanto de mi lujuria y como despertarla. Aquel pecaminoso sentimiento que enloquecía mi ser. Me llevaría al infierno, no sin antes pasar por el paraíso.

— Estoy deseando saborear tu cuerpo.

Me susurraba al oído, haciendo que me excitara. Su cálido aliento, su voz masculina penetraba en mí, rozaba la sensible piel tras mi oreja y sus dientes mordisqueaban el lóbulo. Su lengua viva como con conciencia propia se paseaba sobre mi piel para esconderse entre mis piernas. Mis gritos agónicos de placer se estrangulaban en mi garganta.

Lo que sentía dentro de mí hacia estallar la perversión para entregársela en un arrebato de locura. Los incesantes movimientos de mi cuerpo aceleraban los suyos. En un vaivén de fricción el calor que emitíamos empapaba nuestras espaldas. Totalmente mojada a punto de estallar. Era sexo puro o tal vez amor. Del que solo yo puedo sentir.

El calvario de mi cuerpo solo era consumido por el éxtasis completo de mi alma. Quería de me poseyera, con fuerza, con violencia. Por un instante pude divisar en sus tatuajes unas iniciales.

Mi nombre estaba sellado en su cuerpo como su sexo en mi alma. Traté de mantener los ojos cerrados. Sabía que si veía aquella horrorosa cara todo lo que me extasiaba desaparecería para convertirse en tortura, tormento, castigo.

Quería cambiar ese rostro. Tal vez uno más familiar. Pablo cruzó por mi mente, pero a pesar de amarlo; lo que me penetraba no era igual al sentimiento que él generaba.

Los cálidos besos bajaban y subían por mi cuerpo mientras temblaba entre sus brazos. Federico, si ese era un buen rostro para mi amante. Aun no quería abrir los ojos. Por un instante tuve un recuerdo fugas de aquella noche donde mi caballero me hizo encender de placer. Podría ser lo que sentía, ahora era muy parecido. Llegó el momento de la unión de los dos cuerpos para provocar esa explosión de placer que nos devoraba. Mis gritos y jadeos no podía sostenerlos en mi boca. Ahora estaban como un solo sonido en el aire. Retumbando en la paredes. Una canción para mis oídos.

De repente alguien me tocó, sacudiendo mi cuerpo. Abrí los ojos. Junto a mí estaba Paula.

— Nena, me han despertado tantos gemidos —su risa pícara cambió su rostro totalmente. Antes debió ser muy divertida.

Yo no entendía. Era solo un sueño, tan vívido. No recuerdo hace cuanto no sentía tantos orgasmos por un sueño. Mi cuerpo estaba totalmente pegajoso, sudoroso.

—Era un sueño — fue lo único que salió de mi boca

—Sí. Y por lo que escuché estabas pasandola muy pero muy bien, jajaja —escuchó todo —Ojala yo tuviera esos sueño, he tenido amantes pero nunca un dios del sexo como el tuyo. Tengo envidia.

— Es lo que me atormenta —exclamé

—Tienes un dulce tormento, que viene a verte en las noches.

Solo reí, aunque lo que me pasaba estaba matándome. Ya ni en los sueños podía evitar sufrir por él.

Me quedé unas horas mirando el techo. Observé un araña que colgaba en su tela al acecho de un insecto, escondida entre las sombras a la espera que se acercara para ser su cena. Era igual a mí, a pesar de todo lo ocurrido; aún estaba a la espera de mi hombre tatuado para devorarlo. No importaba su rostro y lo que pudiera hacer con mi cuerpo, solo debía saciar mi sed de él.

Creo que esa noche no pude pegar un ojo. Los intensos recuerdos de su cuerpo solo traían excitación a mi ser.

Mi amiga volvió a su cama, su sueño tan placido solo cultivaban mi imaginación. Tal vez, algún día podríamos experimentar junto a mi hombre tatuado con ella. Las imágenes de nuestro futuro encuentro sexual se disipaban con solo pensar que Andrés podría estar generándome esa sensación. Lo odiaba con todo el alma. El traer a mi mente su nombre daba nauseas.

Necesitaba salir de ese lugar. Ahora estaba perturbada aún más. Los recuerdos de mi calvario se mezclaban con la excitación del sexo con mi hombre tatuado.

No podía estar pasándome. Andrés tenía razón, me había marcado para siempre. No solo el cuerpo sino también mi mente que lo buscaba.

¿Pero por qué si aún sentía el sufrimiento por ese acto de aberración a mi cuerpo, a mi vida? Necesitaba hablar con alguien que me conociera. Que supiera que yo era incapaz de excitarme con un acto de violencia contra mi voluntad.

Decidí llamar nuevamente a Federico. Esta vez, le comente mis pensamientos y el morbo que sentía entre mi hombre tatuado y mi violador. Él solo trataba de convencerme que no era lo mismo. Tal vez, el hombre tatuado pudo amarme alguna vez si lo hubiera dejado. Sus palabras solo eran un eco de lo que quería escuchar, pero en nada revelaba la verdad.

Me fui unos días a Necochea. Necesitaba esconderme y que mejor lugar en el mundo que la casa de mis padres. Estuve varios meses en ese lugar.

Las horas pasaban, los meses también. Yo intentaba encontrarme. No recordaba ni en qué mes vivía. Por faltar tantos días, perdí mi empleo. Ya no tenía trabajo, amigos, me había quedado sin nada.

Había dejado de alimentarme, asearme, arreglarme. Estaba tan delgada que parecía un esqueleto. No quedaba rastros de aquella mujer sexi, impactante que fui alguna vez. La ropa bailaba en mi maltratado cuerpo. Tampoco intentaba mejorar. La desidia estaba ganando y yo ya no quería darle batalla.

Los días pasaban mientras repetía en mi cabeza una y otra vez las imágenes de mis encuentros con el hombre tatuado. Ya tenía rostro en mis sueños. Un rostro que me aterraba, dolía, me derrumbaba todos los días.

Estaba muy cansada. Ya casi no dormía. Era una película que se repetía una y otra vez en mi cabeza. Me despertaba en la noche sobresaltada, angustiada. La pesadilla me estaba consumiendo. Me hice adicta a los ansiolíticos. Pero ni eso me ayudaba. Tal vez, si hubiera tenido fuerzas podría haber pedido ayuda ¿Pero para qué? No había nada que me pudiera ayudar. Estaba volviéndome loca. Quería que todo terminara ¿Pero cómo? No podía volver a ese lugar. Tampoco encontrarlo para sacar su máscara. Además, Andrés estaba cumpliendo su sentencia en la cárcel, sabía que no era él.

Tanto me aterraba lo que sentía que me encerraba. El miedo no permitía que estuviera en público. Los demás podrían ver a través de mí y descubrirían en que me había convertido. Un monstruo perverso, que atentaba contra mi propia existencia.

Quería despejar mis ideas. La cabeza me explotaba, el dolor en mi pecho no me dejaba respirar. Mi cuerpo pedía que descansara. Tomé varias pastillas para conciliar el sueño. No pude hacerlo, una y otra vez la vida retumbaba en mí, golpeándome. Era una paliza interminable, que no tenía fin. Me metí a la piscina un rato para nadar. Tal vez podría dejar de pensar en todo lo que me estaba torturando. Por fin, el cansancio ganó y me quedé dormida. Sentía como mi vida se aclaraba, se volvía más simple. Por un momento, todo pasó por mi mente. Momentos felices y tormentosos a la vez. Parecía una película. El sexo dominaba mi vida, era mi motor. Todo se movía en función de mi vida sexual. Cuando todo se estaba apagando vi a mi hombre tatuado tomándome en sus brazos. Por fin estaba conmigo, su rostro no era de aquel que había flagelado mi vida. Era mi caballero, amigo y confesor. Aquel que había alejado de mi vida alguna vez. Al que no pude amar como él pretendía. Me sujetó con fuerza arrancándome de la pileta. Me llevó entre sus brazos a un lugar perfecto en el infinito. Los dos unidos por un beso eterno. Sentía que mi pecho se encendía, mi vida se iluminaba solo por estar a su lado. Lo amaba de la única forma que se amar, entregando mi cuerpo al placer para poder regalar mi alma.

Al despertar estaba en la orilla de la pileta con Federico al lado. Me miraba diciéndome

—¿Qué has hecho?

Yo no entendía nada, él solo estaba junto a mí, como siempre; salvándome. Me senté y lo besé. Hacia tanto que no lo veía. Él tomó mi cara y me volvió a preguntar.

- ¿Por qué Mariana? ¿Por qué?

Yo la verdad, no sabía de qué hablaba. Solo me quedé recostada, estaba tan cansada que quería dormir.

A la mañana siguiente. Federico estaba a mi lado.

— Hola extraña, Como estas hoy — Se notaba que no había dormido. Muy angustiado por mi desmejorado aspecto.

Yo estaba feliz con él a mi lado. Aquello que vi solo era un sueño. Tal vez, era lo que deseaba en mi interior. Poder amarlo como él a mí, pero no podía hacerlo.

REGÁLAME UNA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora