EL PELIGROSO JUEGO DEL SEXO

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Los días pasaron y solo pensaba en volver a ese lugar. En la clandestinidad podía vivir. Había encontrado el oxígeno para seguir respirando y no podía dejarlo ir.

Pablo era más distante conmigo. Como si mi sola presencia le molestara. Pasaba varios días fuera de nuestro departamento y cuando volvía estaba muy cansado. Siempre había una excusa para no tocarme. Sabía que lo nuestro se había acabado. Pero no sería yo la que diera la estocada final.

Su ausencia solo ayudaba a que pudiera concretar más encuentros de sexo en ese lugar. Esta vez iba decidida a participar.

Llegué y me acerqué a una pareja. Los dos venían para jugar un rato. Parecía que estaban ligados sentimentalmente. Ella se acercó y me invitó a una habitación. Decidí que estaba dispuesta a todo.

Cuando nos dirigíamos a la habitación pude ver que el hombre tatuado estaba sentado en un sillón. Al verme se dirigió hacia mí. ¿Pero cómo se daba cuenta que era yo? No podía ver mi rostro. Algo en mi lo llamaba.

Me tomó de la mano como queriendo que lo acompañe.

Yo me solté y le dije.

— Hoy voy a estar con esta pareja si quieres puedes unirte.

Mi hombre tatuado se acercó a mí, susurrándome

—Yo te sigo — nos acompañó al cuarto.

Al llegar el otro hombre me tomó de la cintura frotando su pene con mi trasero. La ropa estaba de más así que nos la sacamos. Me recosté en la cama mientras que el hombre tatuado se internaba en el cuerpo de la mujer que nos acompañaba.

Sentía las manos ásperas de mi amante ocasional. Era muy rudo en su forma de tocar, casi agresivo con mis pechos. Los frotaba y apretaba, hacía que me dolieran. No estaba sintiendo placer, mientras que la mujer gemía de excitación en las manos del hombre tatuado.

La verdad, no estaba disfrutando. No era de las personas que quería participar de orgias, necesitaba algo más. Lo que había sentido con mi hombre tatuado era distinto. Esto no se parecía en nada a lo que quería experimentar.

En ese momento me di cuenta que solo necesitaba un amante, no varios.

Pero ya estaba acá y debía continuar el juego. Tenía que hacerlo lo más placentero posible, por lo menos disfrutar un rato.

Le pedí que con su boca comenzara a estimular mi vulva. Su lengua comenzó a jugar con mi clítoris. Por fin, salió de mi garganta un gemido.

El hombre tatuado se levantó, sacó a su amante de encima de él, para ir contra mi compañero ocasional. Lo empujó he hizo que cayera al suelo. Cuando me quise incorpora, me tomó del cuello levantándome por el aire.

¿Qué estaba ocurriendo?, su mano apretaba demasiado fuerte mi garganta. No podía respirar. Veía en sus ojos detrás de su rostro cubierto mucho enojo.

No entendía por qué. Yo solo sujetaba su brazo intentando que me soltara. Casi nublándose mi vista pude emitir un grito asfixiado.

Dije

— Me estas ahogando.

El hombre tatuado solo me miró y me soltó. Solo atiné a llevarme la mano al cuello y respirar.

Inmediatamente, él me tomó por el mentón de forma brusca y me besó introduciendo su lengua en mi boca mordiendo mi labio inferior haciéndolo sangrar. Me giró y se dispuso a embestirme. Estaba enloquecido. Entraba y salía de mí una y otra vez. Me dolía pero no podía pararlo. Tomaba mi cuerpo de forma agresiva para que rebotara en su pelvis. Solo quería que terminara. Estaba aterrada, este no era el hombre con el que había compartido una bella noche. Parecía que sus estoques era una represalia por haber gozado con otro. Su jadeo retumbaba en mis oídos. Yo mordía mi labio tratando de evitar que siguiera sangrando, Mis ojos se llenaron de lágrimas. Miré de reojo y vi que estaba sola, los demás se habían ido dejándome con este hombre totalmente enloquecido.

Era interminable, su pene me lastimaba. No quería que siguiera pero como decirle que parara sin que me lastimara. No sabía qué hacer, así que lo dejé que acabara en mí.

Cuando soltó mi cintura con un codazo lo saqué de mí y comencé a golpearlo con mis manos, estaba muy enojada. Quería matarlo a golpes, el sólo cubría su cabeza mirándome como pidiéndome perdón. Le dije un par de insultos manifestando mi ira. Me sentida frustrada, violentada. Pero lo que más rabia me daba era que permití que pasara.

Tomé mi ropa y me fui a hacia la puerta.

Al llegar a ella un guardia me detuvo.

Me preguntó

—Que pasó — no dije nada

Vio mi labio ensangrentado, me miró el cuello donde tenía marcas de los dedos del hombre tatuado, como un dibujo de su ira.

Nuevamente preguntó

— Que pasó, estaban de acuerdo con lo que pasó acá.

Solo vi al hombre tatuado y contesté.

— Sí— sabía que si decía que no, seguro debía realizar una denuncia. Nuevamente volvería a vivir lo mismo que hace unos años y no quería hacerlo. Exponiéndome, también ante Pablo. No podía permitirlo.

Solo lo miré y me fui.

Al llegar al departamento fui derecho a darme un baño. Miré mi rostro. El labio estaba hinchado, tenía marcas en mi cuello y el trasero me dolía.

Por suerte estaba sola. Pablo no vendría durante 15 días. Tenía tiempo para recuperarme. Sabía que era muy peligroso continuar yendo a ese lugar. Ahora debía pensar bien como seguir mi vida.

Había decidido que nunca más iba a dejar que me lastimaran y otra vez estaba en el mismo lugar, con la misma situación. Esta vez, por mi culpa. Dejé que un hombre agrediera mi cuerpo y no hice nada. Lo peor que a pesar de todo el hombre tatuado me excitaba y no entendía por qué.

Mi vida se estaba volviendo perversa y muy peligrosa.

Necesitaba hablar con alguien. Entonces llamé a Federico. Hacia 2 años que no lo veía solo conversábamos por teléfono. Nos dejamos de ver luego que él hiciera un comentario que esperaría a que me cansara de Pablo y volvería a buscarme. Eso enfureció a mi pareja. Decidimos que lo mejor sería no vernos. Pero nunca perdimos contacto.

Le comenté lo que había hecho y lo que me pasó con ese hombre.

Él escuchaba enmudecido. Me conocía y sabía que algo así iba a pasar. Tenía bien claro que me cansaría de una relación seria, no estaba hecha para ese tipo de relaciones.

Cuando concluí mi relato, solo dije,

— Volví a sentirme violada pero esta vez no pude decir que parara y eso es lo que más me duele.

Federico reaccionó

—Perdón, no sabía.

Su voz se cortó.

Yo no entendía y solo le dije

—Tú no tienes la culpa de nada, yo me alejé de ti. No estarás cuidándome toda la vida, tengo que aprender a defenderme.

El haber hablado con él, ayudó que se calmara mi alma. Y también a decidir que debía hacer. Ahora estaba todo claro.

REGÁLAME UNA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora