Capítulo 1

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La música tiene el don de salvar almas.


Una fúnebre melodía se escapa del pequeño altavoz de mi iphone, inundando el ambiente de mi cálida habitación aromatizada con incienso que sale de un pequeño nazarenito de antifaz verde. Los primeros minutos pasan y la música va subiendo de volumen muy poco a poco hasta romper finalmente acompañando al saxofón solitario, logrando un bonito efecto en mi cuerpo: los vellos de mis brazos se alzan de la pura emoción. La música vuelve a sonar relajada tras la tormenta melodiosa y es cuando me enfundo la chaqueta negra de mi uniforme de la banda de Santa Ana, bajo ella, una simple camisa blanca. Me miro en el espejo, abrocho los botones de la chaqueta y ajusto mi corbata azul marino. Acaricio el escudo de la banda, dibujado en un bolsillo justo en el lado superior izquierdo, en color dorado, y sonrío pensando en que, tras varios meses sin tocar, dentro de una hora volveré a hacer sonar mi querido saxofón.

A continuación recojo toda mi rizada melena en una coleta alta, dejando a la vista varios piercings de mi oreja derecha, y después lanzo un rápido vistazo, comprobando que todo mi atuendo esté perfecto, que no falte ni un solo detalle. Finalmente agarro mi saxofón guardado cuidadosamente en su funda negra, me la cuelgo al hombro y bloqueo mi móvil, apagando esa gran marcha que es "La madrugá" justo cuando ya llegaba al final.





Me encuentro en pleno pasacalles en el parque de María Luisa, camino de Plaza de España donde nos reuniremos con una banda más, y la gente lo sabía, y los que no, se acaban de enterar al vernos pasar por aquí. Al son de alegres marchas y con andares rápidos nos vamos abriendo paso por este pequeño bosque en mitad de la ciudad. Estamos en vacaciones de Navidad y eso hace que el parque esté a rebosar de familias pasando el rato en un sitio tan bonito, con tanto verde y con tan buen tiempo como el que está haciendo hoy.

De entre todas esas personas me encuentro abuelos pasando el día con sus nietos, madres dando los primeros paseos en carrito a sus bebés, jóvenes tomando el sol en el césped. Algunas personas deciden seguirnos, entre ellos no puedo evitar fijarme en una tierna pareja de ancianos; ella agarrada del brazo de él, ambos sonriendo cómplices, y él con cierta emoción en los ojos, como recordando añejas instantáneas, tiempos de juventud. Apuesto a que no es la primera vez que van tras una banda de música compartiendo la misma pasión.

Además de esta entrañable pareja, también una familia donde el padre le informa a su hijo del nombre de la marcha y hasta del autor de la composición, como todo un cofrade.

Finalmente, reparo en una chica joven, parece de mi edad. Camina con las manos en los bolsillos de su chaqueta roja, sigue a la banda, escuchando atenta la música, con una sonrisa en el rostro, aunque sus ojos reflejan tristeza.

Cada vez se une más gente a nosotros, como si fuéramos flautistas de Hamelín, y reconozco que eso me gusta, soy demasiado exigente y perfeccionista y me gusta que a la gente le guste lo que escucha hasta el punto de seguirnos sin saber siquiera a dónde, confiando en el don de la música.

De pronto me llega un silbido, alguien tarareando la marcha, y la verdad es que es algo que detesto. Si ya estás escuchando la música, ¿por qué la silbas? Si quieres interpretarla, cómprate un instrumento y apúntate a una banda, pero no la silbes a nuestro lado, desentona enormemente. De reojo descubro que se trata de la chica de la chaqueta roja, ha acortado distancias y me sorprende verla mirándome, con la sonrisa un poco más agrandada que antes.

No quiero cometer errores, así que rápidamente vuelvo a centrarme en mi instrumento y no quito el ojo de encima a la partitura de donde las notas parecen tomar vida y sobrevolar el ambiente. Suena "Pasan los Campanilleros", marcha conocida por todos los cofrades y los no tan cofrades, y en particular, una de mis favoritas.

Yo te vi pasar...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora