Capítulo 45

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La vida empieza hoy...


Son las seis de la mañana. Llevo toda la noche en vela, con los padres de Ezra a mi lado. No puedo dejar de mirarla, de comprobar su respiración, pendiente de cualquier mínimo movimiento o alteración en su cuerpo, a la espera de que ocurra algo. El movimiento acompasado de su pecho con cada inspiración y expiración es cada vez más ralentizado, se prolonga durante unos segundos, provocándome pequeños sobresaltos. Hasta que ocurre.

Veo como sus párpados se mueven lentamente. Agitada, me pongo en pie para mirarla con más detenimiento. Sus padres, al verme me imitan, expectantes, mirando por encima de mis hombros. Pasan unos segundos hasta que Ezra abre los ojos y mira en derredor hasta detenerse en sus padres. Escucho a su madre soltar un leve gemido, mezcla de tristeza y de alegría. A continuación, me mira a mí, los ojos se me ponen llorosos, y ella fuerza una leve sonrisa.

Me ha bastado con escuchar el silencio en su mirada para darme cuenta de que esa sonrisa ha sido la última que nos ha dedicado. Sus ojos se van cerrando con más rapidez con que los ha abierto y su respiración se ve interrumpida.

El silencio inunda la habitación y mi cuerpo tarda en reaccionar, aunque no mis lágrimas, que se desprenden de mis ojos con velocidad. Siento una opresión en el pecho que me impide casi respirar. Con miedo de hacerle daño, paso mis manos por su rostro, inactivo. Sin vida. Y la beso. Por un momento estoy a punto de gritarle que despierte, que me devuelva el beso, pero las palabras no me salen.

Sus padres ocupan el otro lado de la cama. Antonio llora sin consuelo, aferrado a la mano inerte de su hija, y Lourdes acaricia y besa su cabeza, tratando de buscar un sitio que estoy ocupando yo casi por completo, y es que me niego a separarme de ella. Puedo sentir mi corazón rompiéndose en pedazos, noto el dolor en el pecho, golpeándome con fuerza, matándome y llevándome con ella.

O eso es lo que quisiera en estos momentos, irme con ella. Pero no. Ezra acaba de morir, ha pasado a otro universo desconocido que solo los muertos conocen. Y yo tengo que quedarme aquí, con la única presencia de sus recuerdos.





Acabo de llegar a la iglesia donde se oficiará la misa de su funeral. Camino por el estrecho pasillo que hay entre las dos filas de bancos que tiene esta pequeña iglesia y miro agradecida a mis amigos. Todos están allí. Las chicas y Ángel. Incluso mi hermano me llamó desde Canadá esta mañana, mis padres le han mantenido informado estos últimos días. Me he roto al escuchar su voz, no he podido evitarlo. Me encantaría que estuviera aquí ahora mismo, arropándome, pero no puede.

Penélope camina a mi lado, agarrando mi mano, dando apretones cada cierto tiempo para hacerme saber que está a mi lado. Mis padres caminan tras de mí. Los cuatro nos sentamos en la segunda fila de la derecha, justo detrás de donde se van a sentar los padres de Ezra y varios de los familiares más cercanos a ella. No querían verme relegada a un segundo plano, al contrario, han tenido este gesto conmigo y con mis padres en forma de agradecimiento por haber estado con ella hasta el final.

El runrún de voces continúa cuando tomamos asiento, pero no echo cuenta de lo que hablan, de lo único que me preocupo es de reprimir las ganas de llorar. He derramado tantas lágrimas en estos días que creo que me he secado por completo. Además, sé que a Ezra no le gustaría verme sufrir. Recordar su nombre me hace sentir una sacudida, pero me contengo, firme en mi decisión de no llorar más. Sin embargo, en cuanto la iglesia enmudece, todos se ponen en pie y escucho los pasos de las personas que traen el ataúd hasta el centro de la iglesia, noto las piernas flaquear y el mentón temblar. En cuanto la caja de madera aparece ante mis ojos, estos me empiezan a picar y, aunque me resisto, al final las lágrimas comienzan a brotar de ellos en forma de cascada, sin control, como un mar llevándose todo a su paso. Todo mi cuerpo tiembla de arriba abajo a pesar de que mi hermana me abraza con un brazo para consolarme. Mis sollozos empiezan a hacerse notar mezclados con los de Lourdes. Es en estos momentos cuando se me pasan tantos momentos por la mente... Y en todos debo recordarme que ya forman parte del pasado, que jamás se repetirán porque ella ya no está. Tengo su cuerpo presente, pero su alma ha echado a volar. Es tan injusto.





El discurso del cura llega a su fin. Los mismos que trajeron su ataúd, vuelven a cogerlo y lo sacan para llevarlo hasta el cementerio. Cuando llegamos allí, contemplamos en silencio, solo interrumpido por los sollozos de Lourdes y los míos, como meten el ataúd en un nicho y lo tapian con ladrillos y cemento.

Una vez que el proceso termina, todo se sume en un silencio sepulcral. Ya no había nada más que ver, pero aun así me resistía a irme. Quiero volver a ver su sonrisa y que me mire como solo ella sabía hacer, muy fijamente, como si quisiera traspasarme, y que me hacía ponerme nerviosa e incapaz de ganarle la partida. Pero ya no está, no volveré a verla más. Se ha evaporado para siempre. Se ha echado sobre los hombros la capa de invisibilidad y ahora deambula por mi corazón sin ser vista.

Las personas se empiezan a ir, excepto los padres de Ezra, los míos y mi hermana. Mis amigos han decidido quedarse fuera para que no hubiera tanto aglomeramiento. Cuando creo tomar posesión de mi cuerpo, me doy cuenta de que tengo agarrado el colgante que le regalé a Ezra. ¿Cuánto tiempo llevaré agarrada a él? Les pedí a los del tanatorio que le dejaran su collar puesto.

 -Fue el único regalo que le hice en todo este tiempo en comparación con todo lo que me ha dado ella -pronuncio en voz alta mis pensamientos, sintiéndome culpable.

Su madre me mira en un principio confundida, y después repara en mi collar.

 -Tú también le has dado más de lo que crees -responde poniéndome una mano en el hombro mientras con la otra se seca las lágrimas con un pañuelo.

 -Bueno... -dice mi padre dejando la palabra en el aire.

Es hora de irse, pero me cuesta mover los pies de donde estoy. ¿Ya está? ¿Esto es todo? Vivir para acabar aquí, abandonada, siendo visitada de vez en cuando. Si es que te visitan. La tristeza da paso a un enfado repentino y, al final, me dejo arrastrar por mi hermana cuando mis padres caminan en dirección a la salida del cementerio. Echo un vistazo atrás, sus padres se han quedado allí un rato más. Necesitan estar solos, así que lanzo una promesa en mi mente de venir esta misma tarde a verla y poder tener mi tiempo a solas frente a su nicho.

Ya en el coche, saco mi móvil y me pongo a ver las fotos que ocupan mi álbum. Desde hace unos meses, el ábum se ha llenado de instantáneas inmortalizando muchas de nuestras citas: En la exposición de Harry Potter, junto al cartel de Azkaban o posando junto al andén nueve y tres cuartos. Con la Torre del Oro detrás nuestra, después del momento vivido en el probador. En su lugar favorito tocando su ukelele, una foto que le tomé estando desprevenida y que me encanta. En su casa, viendo películas. Todos esos recuerdos se amontonan en mi cabeza en tropel, peleando por ser los primero en aparecer y consiguiendo que la melancolía se apropie de mí.

Al final, me decanto por una bonita foto en la que salimos dándonos un tierno beso en la parte de atrás del autobús, camino de la fiesta. Entro en instagram y la publico con el siguiente mensaje: "Siempre tuya. Siempre fuerte".

Yo te vi pasar...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora