Me gustan las conversaciones que tenemos con los ojos.
He pasado mi primera noche en el hospital, al lado de Ezra. Apenas hemos hablado, estaba tan cansada que se quedó dormida en cuanto cenó. Sin embargo, yo casi no he pegado ojo, la mayor parte del tiempo lo he dedicado a observarla, se la ve tan tranquila mientras duerme, como si nada turbara sus sueños. De vez en cuando, cuando parecía que me entraba sueño, el padre de Ezra me cambiaba de sitio; él ocupaba el sillón junto a la cama y yo me echaba en el sofá, pero solo dormía una hora como mucho, mis pensamientos no me dejaban dormir. O más bien las pesadillas. De solo pensar que al despertar podría encontrarme a Ezra sin vida me obligaba a mí misma a despertar y permanecer alerta.
Ahora que la luz de la mañana alumbra la habitación, las enfermeras nos han pedido salir para limpiar la habitación y luego traerán el desayuno para Ezra. Su padre, mientras tanto, baja a la cafetería a pedir un café para Lourdes, acompañado de mi madre, que se ha presentado bien temprano para acompañarme todo el día. La cosa ha quedado así: mi hermana estará todo el tiempo que la universidad le permita, mi padre los días que libre en el trabajo, y mi madre el resto del tiempo. Me emociona verlos acompañar a una familia a la que conocen solo de unas horas por mí. Supongo que no ha debido de ser fácil para ellos enterarse de una manera tan repentina que la novia de su hija, hasta entonces desconocida, está ingresada en un hospital con tiempo límite. Pero aquí están, dando apoyo y ayudándome a soportar de la mejor manera posible esta situación.
Me siento junto a Lourdes, que sigue aferrada al rosario, creo que se ha pasado toda la noche rezando, sin pegar ojo. Ambas compartimos los mismos ojos llorosos y, cuando nos miramos, forzamos una amarga sonrisa.
-¿Estás cansada? -me pregunta en tono afable.
-Mucho, pero ya le dije a mis padres que no voy a moverme de aquí.
-Si te soy sincera, me alegra oírte decir eso. A ella le alegrará verte todo el tiempo a su lado, es lo que más necesita.
-Y yo la necesito a ella -murmuro más para mis adentros y sorbiéndome la nariz.
Lourdes se emociona, pero en silencio, aguantando el tipo.
-La verdad es que cuando la vinimos de urgencia no pensamos en ti.
-Es lógico -me anticipo a decir antes de que se disculpe por esa obviedad-. En ese momento vuestra única preocupación era Ezra. Y lo sigue siendo.
-Ya, pero no era justo que te tuvieras que enterar tantas horas después. Cuando la estabilizaron nos pidió que te llamáramos. Tu nombre era lo único que pronunciaba todo el tiempo. Así que, cuando volví a casa para coger algo de ropa y a por su móvil para poder llamarte, una vecina me contó que una chica estuvo llamando a casa y haciéndole preguntas sobre nosotros. En seguida imaginé que serías tú.
-Estaba muy preocupada y no pude aguantar un momento más sin saber qué pasaba, pero esa mujer no me dio mucha información, y la verdad es que me preocupó más aún.
-Lo entiendo, pero ella lo único que quería era no meter la pata contando algo a alguien que no conoce.
-Lo sé.
-Al final pude llamarte y ni imaginas el nudo en el estómago que se me formó al escucharte tan angustiada, no sabía cómo darte la noticia.
-Y yo estaba desesperada por saber qué ocurría, aunque fuera malo, quería saberlo.
-Por desgracia lo ha sido. La peor de las noticias.
Lourdes suspira y deja la mirada perdida en el suelo para, segundos después, recomponerse y mostrar una leve sonrisa.
ESTÁS LEYENDO
Yo te vi pasar...
RomanceCayetana es una chica normal que lleva una vida normal; tiene a sus padres, a sus hermanos, a sus amigas, le va bien en los estudios y dedica su tiempo libre a hacer lo que más le gusta, tocar su saxofón. Es gracias a su pasatiempo favorito que cono...