Capítulo 46

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Uno siempre vuelve a los lugares donde amó la vida.


La verdad es que no sé por dónde empezar... Bueno, si estás leyendo esto es porque ya he muerto me he ido. La verdad es que hasta este momento pensaba que estaba segura de afrontar sin miedo la muerte, de tenerlo muy asumido, sin embargo, acabo de darme cuenta de que me da miedo el simple hecho de pronunciar la palabra muerte.

Pensar que cuando estés leyendo esto yo ya estaré en el otro barrio... Lo siento mucho, leoncita. De verdad que lo siento muchísimo. Ojalá puedas perdonarme. Ni siquiera sé si, cuando descubras la verdad, te quedarás a mi lado, acompañándome en mis últimos momentos. Ojalá haya sido así, porque tú has sido mi única vía de escape estos meses, la única felicidad de mi vida en mucho tiempo.

Cuando te vi por primera vez acababa de salir del hospital. Me habían dado la noticia de que la enfermedad había retomado y comprendí que estaba sentenciada. ¿Para qué luchar? pensé entonces, así que me rendí. Sí, quizás estarás pensando ahora que soy una cobarde, pero es que lo llevo siendo desde que el cáncer apareció por primera vez en mi vida. Llevaba toda la vida temiendo esa enfermedad, y va, y me toca. Me vine abajo cuando me dijeron lo que tenía, todo se volvió oscuro y no me veía capaz de hacerle frente. Desde el principio supe que mi vida llegaba a su fin. Quizás ha sido esta actitud derrotista lo que me ha hecho perder la batalla, y no imaginas cuánto me avergüenzo, y más después de conocerte. En un principio pensé en luchar por la que entonces era mi novia, pero me dejó tirada.

Si te hubiera conocido antes te aseguro que hubiera afrontado la enfermedad con la clara convicción de derrotarla y pasar el resto de mi vida a tu lado. De hecho, es lo que intenté hacer cuando comenzamos a salir, pero ya era demasiado tarde. Traté de estirar el tiempo lo máximo posible como si de un chicle se tratara, pero cada vez me resultaba más difícil.

No imaginas lo increíblemente guapa que me pareciste cuando te conocí. La verdad es que jamás en la vida me he lanzado a una chica con tanto descaro como lo hice contigo. Cuando mi madre te dijo que yo era muy tímida, tenía razón, pero pensé: me queda poco de vida, vamos a disfrutarla. Así que, saqué valor y me acerqué a ti. Estaba hecha un flan por dentro, me moría de la vergüenza, pero ha merecido la pena. Eres lo mejor que me ha pasado en mis cortos 20 años de vida. Gracias por existir.

Creo que no hace falta que te repita cuánto me importas porque me encargué de que lo supieras desde que empezamos a hablar. Aun así, creo que sería muy romántico que lo tuvieras escrito de mi puño y letra. Sí, yo y mis cursilerías. Cayetana, leoncita mía, TE QUIERO. No lo olvides nunca, por favor. No olvides nunca todos esos buenos momentos que hemos pasado.

¿Recuerdas nuestro primer beso? Guau, ni siquiera lo esperé. Te reté suponiendo que no caerías, pero lo hiciste. Me besaste y sentí que revivía por dentro. Ha sido el mejor beso de mi vida. Quiero que cuando pienses en mí y me eches de menos o te sientas vacía, recuerdes todas esas risas, todos esos besos, todos esos abrazos, todas esas palabras que nos hemos dicho, todas las conversaciones que hemos tenido. Los buenos recuerdos son los idóneos para derrotar a los malos. Seré tu patronus. Sí, me gustó cuando me contaste cómo funcionaba ese conjuro y me imaginé siendo el tuyo.

En este momento me surge otro dilema: no sabía cómo empezar y ahora no sé cómo acabar. La verdad es que no quiero acabar. Contigo nunca quiero acabar. Tú eres mi punto y seguido siempre. O al menos, siempre lo has sido. Se me hace raro escribir como si ya formara parte del pasado aunque estoy en mi presente.

Vive, Caye, vive. Y ama, con todas tus fuerzas, con el alma. Que no te importe si se llama Pepe o Pepa, al fin y al cabo, solo cambia una letra. Vive cada segundo de la vida como si fuera el último, por mucho que suene a tópico, es la pura realidad.

Te quiero. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Podría estar escribiendo estas dos simples palabras por toda una eternidad. Te quiero, Cayetana.


Termino de leer la carta, acariciando el collar que me acompaña desde que Ezra me lo puso hace ya casi un mes. Sus padres, guardando sus cosas, decidieron darme su ukelele como recuerdo, sabían que yo podría darle una bonita utilidad: hacer música, lo que más le gustaba a su hija. Dentro de la funda encontré una carta que ella misma escribió una semana antes de que tuviera que ser ingresada en el hospital.

El sonido del río me acompaña con el calorcito que me proporciona el sol en el lugar preferido de Ezra, al que me llevó en una de nuestras primeras citas. Pensé que este sería el mejor lugar donde leer su carta. Incluso puedo imaginarla aquí, escribiéndola. No había vuelto a venir desde que me trajo, pero pienso volver cada vez que me sienta triste, porque como bien me dijo ella, es un bonito lugar para pensar.

Vuelvo a leer la última parte donde me repite que me quiere varias veces y, medio sonriendo, dejo escapar un sollozo. De pronto, un poco de viento me golpea por detrás, alborotando mi pelo. En seguida, me vienen a la mente las palabras que Ezra me dijo en el hospital y, por inercia, me abrazo a mí misma, cierro los ojos y la imagino siendo ella la que lo hace para consolarme. De hecho, ese pensamiento es tan poderoso que hasta puedo llegar a sentirlo como algo real.

Yo te vi pasar...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora