Capítulo 38

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El eco de tus zapatos me cuentan que empieza la despedida.


No tardo ni un minuto en dar con la dirección de ese hospital en internet. Se trata de uno privado que se encuentra en Castilleja de la Cuesta, pedir un taxi hasta allí me llevará dinero, pero no tengo más remedio, no puedo tardar más en saber de una vez qué le está pasando a Ezra.

Rápidamente llamo a un taxi y le pido que no se demore mucho en venir. Por suerte, me hace caso y en menos de diez minutos se detiene junto al parque, donde le pedí que me recogiera, y me lleva hasta el Hospital Nisa. A mitad de camino caigo en la cuenta de que no llevo encima ni un solo euro, ¿cómo he podido ser tan imprudente? Debí haber ido a casa y pedirle a mi padre que me llevara, aunque eso supusiera contarle la existencia de Ezra. Pero ahora no puedo echarme atrás, ya voy de camino. Le pido al taxista si puede darse un poco más de prisa, pero éste se limita a mirarme raro desde el espejo retrovisor, sin mediar palabra. Aunque noto como la velocidad ha aumentado un poco más.

Sin darme cuenta, me pillo mordiéndome las uñas desde el reflejo del cristal, pero no me reprendo, no hoy. Estoy atacada de los nervios. Ese hospital, por lo que he leído, es de los mejores de la ciudad, si Ezra está ahí no creo que sea por una simple gripe. Encima, el tono de su madre era demasiado serio. Dios, espero que no le pase nada grave. Por un momento, dejo de lado mis castigadas uñas para morderme el labio, y me reprendo por sentir ganas de llorar. No debo ponerme en lo peor. Si quiere verme es porque es así de dramática, seguro que me está esperando con su sonrisa de siempre y riéndose por ver mi cara asustada. Y su madre, bueno, es su madre. Incluso con un simple resfriado se preocuparía de su hija, por eso ha utilizado ese tono. Eso es, no debo preocuparme. No debo preocuparme. Cierro los ojos con fuerza y respiro profundamente. Detengo con un dedo una lágrima que estaba apunto de caer de mi ojo izquierdo. No debo preocuparme.

No tardamos más de diez minutos en llegar y el problema comienza ahora, es momento de pagar y no llevo nada encima. El conductor me dice el precio y yo en lo único que puedo pensar es en cómo demonios voy a librarme de esta.

 -¿Me has oído, chica? -insiste el taxista empezando a ponerse nervioso.

No hay que ser un lumbreras para darse cuenta de lo que me pasa. Desesperada, miro a las puertas del hospital y veo aproximarse una mujer de pelo negro. En seguida la reconozco y me siento aliviada por una parte, aunque avergonzada por otra. Una vez que está cerca del coche, llama a la ventanilla y el conductor la abre con cara de pocos amigos.

 -Señora, si me da unos minutos podré atenderla.

 -¿Hay algún problema? -pregunta mirándome a mí.

 -Con las prisas se me olvidó que no llevaba nada de dinero encima.

 -Ya, claro -replica el taxista enfadado-. Lo que querías es hacer el viaje gratis.

 -¡No es así! Hasta que no entré aquí no caí en la cuenta de que no traigo la cartera.

 -Discúlpenos, ha ocurrido un problema familiar y hemos tenido que precipitarnos al venir al hospital -explica Lourdes en tono serio-. Ella no tiene culpa de nada, todo ha sido provocado por los nervios y las prisas.

 -Vale, todo muy bien, pero ¿a mí quién me paga el viaje?

 -Yo -Se adelanta a coger la cartera de su bolso de mano y sacar un billete de 50 euros-. Quédese con la vuelta.

El hombre coge el billete sorprendido y sin articular palabra.

 -No tienes por qué hacerlo, de verdad... -me apresuro a decir, pero ella me interrumpe alzando una mano frente a mí.

Yo te vi pasar...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora