El amor

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Existen muchos tipos de amor en sentido de cariño. Está el amor entre familia, entre amigos y el tan conocido amor, como amor romántico. Ese amor con letras mayúsculas; el tan alabado, tan reclamado y añorado por personas y escritores durante milenios; ese tan sufrido, tan... vivido.

El amor no es aquello que dices sentir de un día para otro; esas típicas personas que un día no se conocen y al siguiente ya se dicen “te amo”. Esto tampoco se puede confundir con el tan conocido "amor a primera vista", porque es diferente.

Es irónico lo que me pasó una vez; estaba en una red social y vi a una chica con cinco estados de esa misma semana, cada uno con un nombre distinto de chaval acompañado con un “Te amo”. Mi cara en ese momento fue épica, miré hacia la pantalla del móvil con una mezcla de humor y horror, como si tuviera la misma peste. Y yo me pregunto, ¿les sirve de algo automentirse y hacerlo también al resto? Porque yo llego a ser uno de los novios posteriores y la mandaba a freír espárragos cuando me lo dijera. Lo que quiero decir es que no la podría tomar en serio, porque ¿cuándo sabes que ese “te amo” es el real? Hay gente que miente demasiado bien y otra que ni sabe lo que dice, por esta misma razón hay que estar seguro de decir esas dos palabras porque no son simples letras agrupadas en un orden específico, sino que son palabras que guardan un sentimiento intenso, fuerte, duradero, puro, bello, pasional -y miles de adjetivos calificativos-; el amor. En este caso sería como el cuento de "Que viene el lobo", donde cuando esas palabras sean reales, nadie la creerá.

Ahora entraré en otro punto que he mencionado antes; el amor a primera vista.

¿Creo en él? Sí y no.

Por una parte sí porque el amor, como cualquier sentimiento, intenso o no, es caprichoso, repentino, a veces socarrón... vamos, que en cualquier momento puede ocurrírsele aparecer y hacer de las suyas con ayuda de un niño fanfarrón y antojadizo, que se desplaza aleteando aljaba con flechas y arco en mano, al que le apetece disparar sin previo aviso y te deja en fuera de juego. Dejando a un lado las metáforas y demás ayudas mitológicas, no eliges ni de quién enamorarte, ni cuándo, pero sí es cierto que éste tema se ha convertido en un cliché novelesco, que en realidad pocas veces ocurre. No cuando las redes sociales se adelantan a cualquier movimiento y las miradas furtivas ceden el puesto a unas pantallas táctiles que no permiten ver más allá de ellas, porque parecen estar unidas a nosotros cual cordón umbilical, sin las cuales no se podría sobrevivir.

Ahora la parte del no; nunca lo he experimentado, por lo tanto una parte de mí también desconfía de ello. Es como lo que se suele decir de que no lo crees si no lo ves con tus propios ojos.

Hace poco tiempo tendría mucho que decir sobre el amor; que es duro, un hijo de perra, bonito, bello, genial... y todas esas cursilerías junto con palabras malsonantes, que se os ocurran. Sigo pensándolo, pero ahora tiro solo hacia los malos vocablos.

No me gustan los sentimientos, a decir verdad, no aquellos que te pueden devastar cual huracán.

El amor es como una montaña rusa, sube y baja; a veces va bien y de pronto, ¡zas! Agujereas el suelo y llegas hasta el núcleo interno terrestre o más abajo si cuadra. Luego de un tiempo vuelves a subir, asciendes hasta el cielo, superas la atmósfera, saludas al Sistema Solar, a la Vía Láctea, a las supernovas y a los 732.000 -o más- planetas que habitan nuestro universo, o en ocasiones, tal vez hasta más allá de lo conocido. Y otra vez ese descenso, a veces más profundo de lo que cabría esperar. Es como la ruleta de la diosa Fortuna -que aparece por ejemplo en las "Coplas a la muerte de su padre" de Jorge Manrique-, calificada como caprichosa, tortuosa, azarosa, aleatoria; donde en un segundo puedes pasar de tenerlo todo, a no tener nada. Todo está en manos de la suerte y de la esperanza.

La esperanza, esa pequeña esencia resguardada en suerte, que queda como última opción y que habita, de forma ínfima, un cuerpo rendido a la realidad que lo rodea, que sirve como crítica a la misma buscando con ella la salvación. Como habéis leído, a veces van juntas, mano con mano, como fieles amigas, otras veces no.

Pero la suerte, ¿qué es? ¿Azar? ¿Superstición? ¿Algo o nada? Mejor dicho. ¿Existe? ¿Qué decir de la esperanza? ¿Es suerte o puede serlo, o viceversa?

Y el amor. ¿Qué es realmente? ¿Un mero sentimiento inevitable, creado para que el hombre condene su existencia? ¿Para que los escritores lo alaben, lo reclamen o lo critiquen por todo lo que acarrea? ¿Para que los asesinos encuentren en él una explicación a sus penales acciones, buscando en ello una disculpa? ¿O simplemente la salvación y la mismísima perdición del hombre -de todo hombre-?

Tendré que hablar de la suerte, aunque en realidad no he llegado a profundizar en este tema -el amor-, tal vez algún día lo haga, cuando tenga la rabia o la fuerza necesarias.

Y esta soy yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora