caméras et fleurs

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Carl Aesop,¿en su vida?,nunca se había despertado tan feliz.

Había limpiado su hogar, desayunado, y embalsado muchos muertos preciosos.

Su día estaba dedicado a las preciosas margaritas, las cuales no tenía lamentablemente, pero remplazaba por un precioso ramo de rosas amarillas.

Eran bonitas flores, pero tan falsas.

No dudo en preguntarse mentalmente a sí mismo una y otra vez, si aquello era un buen regalo para su amado.

Se había puesto él más galante de sus uniformes grises, aunque al final no le pareció y se cambio por ropa distinta.

Entonces se encontró colocándose unos pantalones negros ceñidos a su cuerpo, un camisón bien guardado por dentro del pantalón,un abrigo color café que llegaba hasta sus rodillas y unas zapatos elegantes color blanco.

Llevaba la emoción en la sangre, y no podía esperar por empezar aquel maravilloso día.

Se hizo acorde con una pequeña mochila con lo necesario para su cita.

Luego de estar por completo listo, viajo hasta el otro lado de la ciudad, siendo aquello de por sí una costumbre nueva, y no pudo evitar el comprar algunas cosas de camino.

Tenía las miradas encima colocándole nervioso, más no se dejo intimidar, nada. Nisiquiera su tremenda tímidez,arruinaría aquel día perfecto.

Cuando llegó a la tienda del pariciano, bien podrían haber sido las 7 de la tarde casi las 8,un tiempo justo para el horario al que se comprometió.

Vio a su amado allí, tras la puerta de cristal girando el cartel de abierto a cerrado, para luego salir del negocio.

Tan precioso que le robaba el aire.

Su hermoso cabello blanco, recogido a más altura por un típico lazo amarillo, iba vestido con un abrigo de color azul que era cerrado, y bien llegaba a cubrir su divino cuerpo hasta más arriba de las rodillas,mientras que lo demás se trataba de un pantalón color gris y unas botas cortas color marrón.

Traía consigo un bolso negro que cruzaba por medio de su lindo abrigo, y que ciertamente le causo curiosidad.

- "Aesop" - se acercó, matándolo con una de sus sonrisas.

Carl no pudo hacer más que soltar el aire que atrapo en sus pulmones, con un irremediable amor quemándole por dentro.

Caminaron hasta el centro de la ciudad relleno de gente, para observar el enorme reloj de la ciudad,marcando las 8:30.

Era galante,sublime e impresionante,una obra maestra de la ingeniería.

Le tomó desprevenido una luz blanca intensa e instantánea, que le cegó por un momento.

¿que había sido aquello?

Al girar su vista, lo único que encontró fue a Joseph con una cámara de instantáneas en mano, y una linda sonrisa.

No pudo evitar el inminente sonrojo abrazador, que cubrió sus mejillas, orejas y nariz, dándole al pariciano razones para reír y apenarlo más.

Fue un asunto inesperado, porque mientras seguían viajando por el centro de la ciudad, más fotografías que le cegaban salían.

Subieron a un autobús que los llevó hasta el otro lado de la ciudad de Londres, por donde se podía ver el mar.

Era de noche, y los farolillos estaban encendidos cerca de los barrotes del muelle para visitantes, donde había varios bancos para sentarse.

Se acercaron a mirar, como el cielo era cubierto por las estrellas, el sonido y el olor del mar, todo era increíble.

Una ligera brisa les golpeaba con suavidad trayéndoles el delicioso olor marino, y Aesop pudo sentirse tan en paz consigo mismo en aquel momento.

Ambos estaban apoyados sobre los barrotes, admirando en calma el mar nocturno.

Miro por un instante al pariciano, acelerando de paso su corazón ante la vista.

Sus largos cabellos eran movidos por la brisa fría, su blanco rostro estaba enrojecido por el mismo frío haciendo compás con la punta de sus dedos desnudos, y para completar, sus preciosos ojos azules estaban cerrados, luciendo bajo la luz de los faroles unas largas y preciosas pestañas albinas.

¿podía existir ser más hermoso que aquel al que amaba perdidamente?

Se mordió la comisura del labio inferior, atrapado por la noche y la calidez.

Tomó su pequeña mochila, sacando de ella las rosas amarillentas que seguían frescas y preciosas.

Las acomodó con delicadeza y nervios, para disponerse a girarse hacia su cita.

- Joseph - él pariciano abrió los ojos para agobiarlo en tan divino azul - yo...te traje estas flores, no son margaritas...pero, tienen un amarillo tan hermoso como ellas - Parecía confundido, mientras arrugaba tiernamente el puente de su nariz tratando de entenderle, cosa que le hizo reír.

Se dedicó ha hacercarle las flores a su altura, pero tuvo una reacción inesperada.

Delsunier había retrocedido ante el toque de las flores en su nariz, y había retrocedido con los ojos bien abiertos y alejando el ramo con ambas manos.

Se asustó cuando este tropezó con sus propios pies cayendo de sentada en el suelo, cosa que le preocupó de más.

Agachándose, dejo el ramo en el suelo y le ofreció una mano.

No entendía porque aquella reacción, hasta que otra impresión inesperada le abrumó.

Él pariciano estornudaba, con la nariz más roja que antes y con las mejillas tanto como las yemas de sus dedos rellenas de puntitos rojos asimilándose como peligrosas pecas.

De aquella manera entendió todo un poco tarde.

Su querido amor era alérgico a las rosas de color artificial.

Miró a las posibles asesinas,despampanantes en su ahora peligrosos pétalos amarillos, movidos por la brisa de mar.

Las tomó, con algo de enojó para luego lanzarlas al agua, había sido un tonto al traerlas.

Se limpió las manos en el abrigo café,y rápidamente ayudo a Joseph a levantarse.

En una de las bancas de por allí, pudieron sentarse, hasta que este dejo de estornudar y de tener los ojos llorosos, aunque aún había puntos rojos decorando su preciosa y blanca piel.

Estaba preocupado, sin duda, pero no quitaba lo de tomarle desprevenido.

Joseph Desaulnier, él bien declarado amor de su vida, estaba riendo.

Sus delicados dedos paseaban por el borde de sus ojos limpiando los lagrimales, y su linda carcajada le llenaba el estomago de mariposas.

Le miró, sonriendo con penosidad.

- "lo siento" - hizo una pausa pequeña,para luego continuar - "eran un lindo detalle, te lo agradezco" - Aesop no le entendía nada,más que el lo siento y el gracias.

¿lo había rechazado o algo?, porque si era así, odiaría las rosas amarillas por el resto de sus días.

Más no fue así.

Su mente quedo en blanco, para cuando los rojos labios de su amado se unieron con los suyos por un momento en un tierno y torturante rocé.

Este,tras aquello, se enredo en su brazo derecho para luego recostar la cabeza en su hombro.

No dijo nada, porque no hacia falta algo que decir.

Se sintió profundamente feliz, pues aquello solo significaba una cosa.

Que estaba siendo correspondido.

✿ ΜΔŘgỮ€ŘΞŦ€Ş ✿ •°identity v°•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora