CAPÍTULO 12: DESPEDIDAS

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- ¿Y esto qué es, padre?

La princesa Lorelaine pasaba todo el tiempo posible sentada sobre Eoned y haciéndole preguntas. El hombre respondía con paciencia, porque adoraba a esa niña.

- Es un zafiro. Nos lo ha regalado el rey Arturo. Ve a darle las gracias, corre.

La niña se bajó del regazo de su padre y caminó unos pocos pasos hasta el hombre rubio que era su anfitrión en aquel castillo. Escaló sobre él para abrazarle, con confianza y desenvoltura.

- Gracias, Majestad.

- De nada, Alteza – respondió Arturo, algo avergonzado, y abrazando a la niña con torpeza. Sentía que aquellos niños y su padre le llenaban de ternura. Mostraban una relación que él no había conocido cuando niño, y que le costaba mucho adquirir siendo hombre. Sabía que podría aprender mucho observándoles....

- No habría ningún inconveniente en que os quedarais unos días más... - comentó Arturo, mirando al anciano rey que se había convertido en un buen amigo.

- Debo atender los asuntos de mi gente. Un rey no puede ausentarse mucho tiempo de su hogar – respondió Eoned. Partirían al día siguiente, y por eso habían intercambiado algunos regalos. Si a Arturo no le gustaba la idea, Merlín y Mordred estaban sencillamente horrorizados. Se iban tres compañeros de juegos, tres confidentes, tres amigos. Y nada garantizaba que fueran a verles pronto.

Mientras el rey extranjero y sus tres hijos se preparaban para el viaje, Mordred y Merlín tuvieron un anticipo de lo aburridos que serían sus días sin los otros niños. Iwin, Bastian y Lorelaine estaban ocupados con el equipaje y otros asuntos, y eso dio a los dos hermanos tiempo para pensar.

Merlín estaba seguro de que Arturo tampoco quería que se fueran. Cuanto más lo pensaban Mordred y él, más llegaban a la conclusión de que todos estarían mejor si los invitados no se iban. De ese pensamiento a tener un plan había muy poca distancia...

A la mañana siguiente, el día de la partida, las puertas se atascaban, los sirvientes tiraban las cosas, y todo parecía entorpecer "como por arte de magia" la salida de los visitantes. Arturo frunció el ceño al ver la cara de satisfacción de sus dos hijos cuando un sirviente derramó por tercera vez el desayuno de Eoned.

- ¿No estaréis vosotros detrás de esto? – les susurró, airado. Los niños negaron con la cabeza y se encogieron en su asiento. Arturo dulcificó su expresión. – Sé que sí. Y lo entiendo... No queréis que se vayan.... Pero deben hacerlo. Nada de lo que hagáis podrá impedirlo y no quiero que uséis vuestra magia, ¿entendido?

Los dos hermanos asintieron y el rey optó por no enfadarse. Acompañaron a sus huéspedes al patio real, donde les esperaba un carruaje y un caballo. Sin embargo, cuando el rey Eoned fue a subirse en su montura, las ligas de la silla se soltaron, haciendo que el rey se cayera. Arturo giró rápidamente la cabeza a tiempo de ver cómo los ojos de Mordred tenían un brillo anaranjado, que era el color que los cubría como efecto de la magia cuando la utilizaba. Sintió hervir la sangre y solo deseó que nadie más lo hubiera notado. Ayudó a Eoned a levantarse y hubo un segundo intento, pero el caballo echó andar antes de que su dueño pudiera acomodarse. Aquella vez fueron los ojos de Merlín los que brillaron.

- Los príncipes están cansados. Acompañadles a sus aposentos – ordenó Arturo a unos guardias, que se apresuraron a obedecer.

Ya sin interferencias mágicas, el rey y sus hijos pudieron partir. Arturo esperó un tiempo antes de subir a hablar con los dos niños. Ambos estaban en un mismo cuarto, en el de Mordred, mientras Ogo intentaba consolarles por la partida de sus amigos. Arturo se enterneció un poco al ver a Merlín suspirar mientras observaba el caballo de madera que Iwin le había regalado.

De padres y reyes [FANFIC DE MERLÍN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora