Capítulo 13.

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Bill Denbrough abrió la puerta y descubrió que al otro lado se encontraba Ben Hanscom. Sonrió automáticamente, de esa clase de sonrisa que pones cuándo vuelves a ver a un hermano que quieres mucho.

—Hola, Bill— Ben le sonrió nerviosamente.

—Hola— respondió Bill, intentando no pensar que si había llegado Ben, la persona que aún se encontraba en el auto de Hanscom en la acera era Beverly Marsh y que, por lo tanto, en ese auto estaba Georgie...

Stanley se había quedado en la cocina, no quería arriesgarse a producir paros cardíacos anticipados y, de cierta manera, tenía miedo de volver a ver a sus viejos amigos. La forma en que había muerto no había sido honorable ni mucho menos, había sido... cobarde. Su mirada se perdía ahora en la ventana abierta frente a él. Podía sentir como estaba cambiando todo, pero seguían habiendo cosas que no cuadraban.

Beverly Marsh, por su parte, volvió a mirar a Georgie Denbrough, sentado a su lado, como para asegurarse de que no era una ilusión suya.

—¿Crees que... Billy quiera verme?— preguntó entonces el pequeño tímidamente.

La pelirroja se llevó una mano al vientre como por inercia y le sonrió con ternura.

—Por supuesto que sí, cariño— le acaricio el cabello castaño reluciente. George tenía los ojos verdes como Bill, relucientes de inocencia, pero también de una profundidad impresionante—. Vamos, bajemos.

Georgie asintió. Anhelaba ver a Bill.
Bajaron del auto.

Bill estaba de pie en el marco de la puerta. Podía verse mayor y más cansado, pero era su Billy, el mismo que le llevaba helado a la cama y le contaba historias. Georgie sonrió.

A Bill se le llenaron los ojos de lágrimas con solo verlo a la distancia. Sintió que volvía a tener trece años. Extendió los brazos hacia el pequeño.

Cuando lo abrazó, el tiempo pareció suspenderse.

Pero eso al Otro no le gustó.

....

Eddie y Richie pasaron en auto por Main Street hacia la gran manzana. Sólo había que cruzar una rotonda y estarían en la pomposa casa de William Denbrough. Tozier conocía el camino, ya había estado allí un par de veces.

Richie no quería hacerlo notar, pero también estaba inquieto. Stanley estaba vivo, y a él si que no lo había visto en veintisiete años (la cabeza de araña obviamente no contaba). Sentía que todo estaba saliendo demasiado bien, que debía de haber alguna trampa, y quería mandar a la mierda esos pensamientos, pero no podía.

Eddie lo miró de reojo desde el asiento del copiloto. El más bajito también estaba pensando en muchas cosas. En sus amigos. En Stanley. En el sueño que había tenido con esa enorme tortuga desplegándose en cielo (más bien en el cielo del cielo). Había cosas que no recordaba, y no podía ser bueno. De pronto, sintió como la mano de Richie se posaba suavemente en su rodilla y subía por su muslo. Le ardieron las mejillas y sonrió.

—Estás conduciendo— le recordó Kaspbrak, más no le pidió que se apartara.

—Puedo conducir y disfrutar de tí al mismo tiempo, soy multifunciones— le dijo Richie en tono en tono de broma.

Eddie puso su mano sobre la de Richie y le acaricio suavemente el dorso de ésta con el pulgar, mirando hacia al frente, dónde el sol indicaba que debían ser cerca de las cuatro de la tarde. Era un gesto simple, pero entre ellos significaba demasiado.

—Tienes que saber qué hago un gran esfuerzo para no parar el auto y devorarte esa hermosa boquita ahora mismo— imitaba una voz al hablar (Eddie no distinguió cuál) pero lo decía enserio.

Una segunda oportunidad | Reddie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora