Un día con Meg

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Despertar en la casa de Deméter era algo nuevo cada día. El lugar estaba lleno de plantas y el aroma de las mismas, dando una sensación de paz a cualquiera que se encontrara allí.

Se sentó en su cama y comenzó a jugar con las plantas que tenía al rededor: La enrollaba en sus dedos, la acariciaba y la dejaba ir. Después, se levantó y se dirigió a las duchas. Se bañó con pereza y después se dirigió hacia el desayuno, donde ya se encontraban sus hermanos. 

Observó la mesa de Apolo, donde se encontraba Lester. Siempre se había querido sentar a su lado, pero nunca había dicho nada; La mesa de Apolo se veía mucho más interesante que la suya. Tampoco es que necesitara decir algo. Estaba segura de que Apolo sentía sus miradas de vez en cuando.

Observó sus descuidados rizos y sus granos, como el adolescente que era. Sin duda, daba cualquier imagen menos la de Apolo. Lo más que te recordaba a él si lo observabas a simple vista, era su ukulele dorado.

Sus hermanos se emocionaban bastante al hablar de cualquier tema, así que a veces, crecían plantas en la mesa sin que ninguno más que Meg se diera cuenta. Por algo siempre se encontraba observándolos.

Después del desayuno volvieron a sus cabañas para preparar sus útiles escolares. Ella no tenía mucho que acomodar: su mochila siempre tenía lo mismo, básicamente porque jamás sacaba sus libros debido a que le daba flojera hacer la tarea. De todas maneras, no es como si a ella le fuera a servir la escuela en un futuro. Ningún semidiós vivía más allá de los veinticinco años.

Con el pensamiento en mente, se acomodó sus gafas sobre el puente de la nariz y se dirigió a la casa principal, donde posteriormente, Dioniso se encargaba de transportarlos hacia la escuela. 

No iba descartar algún día el sobornarlo con diez Cocas Light para que la dejara faltar a la escuela. Eh, que intentarlo podía, otra cosa es lo que saliera.

En el mismo callejón de siempre, se dedicó a caminar detrás de Lester, soltando algunas semillas y haciéndolas crecer. Poco a poco, aquel callejón se había estado llenando de diminutas plantas que decoraban y perforaban el asfalto, dejando un pequeño camino verde.

Al llegar a la escuela, se dirigió a la sección de secundaria, donde a ella le correspondía. Buscó su casillero y como siempre, pasó de alto de él. Cuando escuchó una voz chillona a su lado, no pudo evitar rodar los ojos.

- ¿Qué tal, Meg Meg? - Saludó Alexis, recargando su brazo en su hombro.

- Mal, ahora. - Murmuró, sin molestarse en quitar su brazo. 

- ¿Hoy también viniste con aquel grupo? - Preguntó, quitando su brazo de Meg - Vaya que se llevan bien ustedes. ¿Viven juntos?

- Ajá.

- ¿Eso es un sí? - Preguntó, encarando las cejas.

-  Ajá.

-  Vaya, sí que deben vivir en una casa grande. - Comentó, sacando de su bolsillo unas paletas. - ¿Puedo ir algún día? Por cierto, ¿Quieres una paleta?

- No, y sí, gracias. - Respondió, tomando la paleta de Meg. Cuando vio la cara de desánimo de Alexis, sintió la necesidad de responder algo más. - Es peligroso.

El chico encaró una ceja en confusión.

- Pues, viviendo con tantos, supongo que sí.

Ambos caminaron hasta su primera clase, siendo matemáticas. Entraron si se sentaron en los mismos lugares de siempre, hasta la parte trasera del salón.

Estando ahí, sacó una libreta, su estuche y de ahí, sacó un lapicero. Comenzó a hacer garabatos, sin prestar atención a clases y sólo a lo que Alexis comentaba. 

Percy Jackson: Y los héroes de la escuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora