Capítulo IV

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Rompiendo los muros del dolor, encuentro tu esencia...

-Tu esencia de Stravaganzza.

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Anthony creía que había conocido la rabia cuando siendo muy joven e inmaduro tuvo la desafortunada suerte de ver morir al primer clarividente que tuvo a su cargo, o la sintió cuando mataron a su pequeña y maravillosa Marine, o cuando casi explotó en el momento en que el antiguo Consejo quiso poner sus sucios y viperinos tentáculos sobre su brillante Faith. Eso no se comparaba a la helada y cortante rabia que recorría sus venas mientras estaba allí de pie observando todo el caos en esa oficina.

Se suponía que no debía estar en ese lugar pero cuando llegó al edificio Duncan para verla a ella no pudo evitar la compulsión de entrar y ver todo con sus propios ojos. La imagen era la de un completo desastre. Alguien había cubierto la ventana rota con una lona azul de protección pero el fuerte viento que entraba por la ventana quebrada hacía que la lona se agitara salvajemente, como si quisiera echar a volar en ese instante y dejando pasar la luz que le daba a él una visión clara del montón de cristales rotos en el suelo y que permanecían sin ser recogidos, la de una silla volcada y la línea de sangre salpicada en la pared. Sangre que nunca debió ser derramada.

La larga mancha de sangre que se volvía cada vez más marrón al pasar el tiempo y que seguro en un principio debió ser roja y brillante hizo que su ira creciera más, volviéndose más fría, azul y afilada como una llama y que solo era contenida por un minúsculo puño de racionalidad y control. Lo peor era no saber quiénes eran los responsables de que esa oficina hubiera perdido su normal orden. Eso lo dejaba impotente y no lo calmaba ya que sabía que otros se habían encargado de quien había empuñando el arma y herido a la dueña de esos dominios.

-Consejero Kyriakus -le llamó desde la puerta Sophia, -no esperábamos por usted -le dijo con un tono de sorpresa.

-Lo sé – expresó sin girarse. La línea de sangre, fea e insultante seguía manteniendo su atención-. Lamento no haber informado con antelación de mi visita- se disculpó-. He venido a ver la Sra. Duncan.

Sophia podía ver frente a ella a un caballero que venía a ver a una colaboradora que estaba pasando por un momento delicado de salud. Era un comportamiento estrictamente educado, un poco fuera de lo común, ya que un Psy en el pasado hubiera resuelto con una simple llamada o un simple "no voy a molestar" pero en los últimos meses las costumbres educadas de todos los Psy estaban cambiando y Sophia sabía, aunque no lo comentara, que Anthony no era la excepción.

Anthony era un ser instruido, diligente, sereno y sofisticado. Alguien que se preocupaba por los demás de manera racional, que presentaba su ayuda cuando era requerida y era el epitome perfecto de la sociedad Psy actual. Aunque Sophia no veía que debajo de todo ese dechado de virtudes se ocultaba un hombre que había reclamado a los enemigos de Nikita como suyos, quien había colocado a los miembros del Consorcio en su lista negra y que en ese mismo instante, a pesar de su aparente serenidad, estaba planeando un horripilante asesinato. Pobre destino tendrá quien este en la primera linea.

-La Consejera Duncan no desea ser molestada- informó Sophia sin ocultar su pena y cerrando el paso por la puerta.

Anthony se giró y la miró con atención, haciéndole entender que los deseos de Nikita en ese momento no estaban por encima de los de él, quien estaba lidiando con demasiadas cosas y no estaba dispuesto a batallar contra la terquedad de la ex Consejera Nikita Duncan.

"Subiré y Sophia o Max no podrán detenerme."

La advertencia al parecer tuvo el efecto deseado porque Sophia se retiró del marco de la puerta y le miró con atención.

Lonely, too LongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora