_ Duerme mi amor, descansa mientras tomo una ducha.
Así le dijo ella, besando las comisuras de sus apetecibles labios.
Él apenas sonrió y ronroneó como gato mimoso.
¡Cómo le gustaba verlo dormido!
Su rostro distendido y su boca, esa boca que hasta hace un momento se deleitaba haciéndole el amor, esbozaba una tenue sonrisa.
Solo de pensar lo que habían hecho hizo que toda ella se estremeciera. Incluso un gemido se escapó de su pecho. Fue apenas perceptible, pero él se movió y suspiró.
¡Estaban tan conectados! Sentían y vibraban al unísono.
No quería despertarlo (en realidad sí quería), pero no podía dejar de mirar y admirar ese cuerpo que tanto amaba.
Debía ducharse...
Sí, no podía ir a trabajar con ese delicioso aroma a él.
Apenas se movió como intentando ir al baño, pero permaneció sentada observando a su hombre, su amado hombre. Lo deseaba...
Entrecerró sus ojos y sin dejar de mirarlo, sus manos se transformaron en las manos de él.
Las sintió en su rostro, en su boca, en su alma, en su cuerpo. Se entregó al placer, tirando su cuerpo desnudo sobre la cama y cerró sus ojos. El nombre de su amado brotó de sus labios, casi en un susurro.
Abrió sus ojos y lo vio. La observaba con hambre, con deseo, con lujuria, con amor.
_ ¿Tomaste tu ducha, amor?, preguntó juguetón, conociendo de antemano la respuesta.
Ella lo miró, le sonrió y lo invitó, diciéndole:
_ ¡Huéleme! ¿Qué perfume tengo?
Como si estuviera esperando su invitación, la recorrió con su lengua y su nariz.
_ Mmm... Hueles y sabes a mí y a ti. Hueles y sabes a amor disfrutado. Hueles y sabes a nosotros.
Suspiraron a la vez.
¡Esos dos sí que sabían hacerse bien!
Las manos interpretaron la mejor de las danzas, los gemidos, la mejor de las sinfonías, sus cuerpos se completaron formando el puzzle perfecto y sus cuerpos sudorosos recibieron la más cálida, sabrosa y ardiente ducha de amor.
Permanecieron abrazados, mirándose, diciéndose tantas cosas con las miradas, susurrándose tantas otras, acariciándose suave y osadamente, hasta que sus cuerpos empezaron a querer más.
_ ¡Amor!
_ ¿Amor?
_ Hay que ir a trabajar...
_ ¿En serio?
_ Me temo que sí...
_ ¿Nos duchamos juntos?, preguntó ella, inocentemente.
_ Mmm... ¿Tú dices para ahorrar tiempo?
_ Mmm... Tal vez nos podemos vestir rapidito pero...
_ ¿Pero?, dice él con su sonrisa amplia, juguetona, seductora.
_ Creo que necesitamos una muy buena, larga y lenta ducha. Tal vez nos ayudamos. ¿Qué te parece, amor?
_ Estoy muy de acuerdo contigo. Tal vez hasta podemos avisar que hoy llegaremos un poco más tarde al trabajo.
Y diciendo esto iban caminando hacia el baño con ese juego de seducción que vivían a diario.
Llegaron tarde a sus trabajos pero lo hicieron destilando felicidad.