Ahí estamos, solos los dos, sentados frente al mar.
Mi espalda descansa en tu pecho, tus piernas rodean las mías y tus brazos aprisionan mi cuerpo.
Una suave brisa alborota mis rulos y tu nariz se hunde en ellos.
- ¡Me encanta tu aroma!, dices en un susurro.
Yo solo suspiro y ronroneo.
Siento tu respiración cargada de deseo, en mi nuca.
Levanto mis brazos, enredo mis dedos en tu pelo y te aprieto más a mí.
Sin querer, mi blusa se levanta y tus manos acarician mi piel.
El silencio apenas roto por el susurro del mar en calma, se quiebra con el gemido que se escapa de cada uno de nosotros.
Tus labios recorren mi nuca, mis orejas, mis hombros.
Tus caricias se vuelven cada vez más osadas, más intensas, más atrevidas.
Me giro y nuestras miradas se encuentran; hay fuego en ellas.
Unimos nuestras manos y nos sonreímos.
Nuestras miradas quedan prendidas una de la otra.
No decimos nada y lo decimos todo...
Es un momento mágico.
Todo desaparece a nuestro alrededor ...
Tu mirada me busca, me provoca, me seduce. Hurgas en mi mirada, y luego bajas a mi boca, mi cuello, mis pechos. Sonríes. Sí, sonríes porque notas que solo con mirarme de esa manera, comienzo a estremecerme, mi cuerpo reacciona y mi corazón explota.
Entonces te copio y también te recorro con mi mirada.
El aire puro de la playa se carga de provocación, coqueteo, seducción...
De pronto me haces girar y quedo tendida de espaldas sobre la arena. Me desnudas sin quitarme la ropa.
Con mis párpados entrecerrados te veo... Mmm... Estás apetecible y hambriento. Me relamo como leona hambrienta, saboreando de antemano a mi presa, mientras tu boca se abre, dispuesta a devorarme.
Nos convertimos uno, en presa del otro, en una lucha donde no hay competencias, sino el deseo de ambos, de proporcionar y disfrutar del placer de amarnos sin límites.
El mar, mudo testigo de nuestro amor, nos regala una estruendosa ola que empapa nuestros cuerpos vibrantes.
Sin embargo, el mar continúa muy calmo...