En cada estrofa, sus lágrimas se entrelazan con las letras, desvelando la inestabilidad que brota de su quebrantado corazón, las penumbras de su existencia se tornan versos etéreos, y en cada poema, su voz fluye como un río de suspiros.
En el lienzo...
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Se me esfumó en la bruma el trazo de tu rostro, en los recodos del olvido perdí tu nombre y voz. Ya no alcanzo a recordar si eras lucero o enredadera, si eras la frescura de un sol o el susurro de la luna.
Las caricias de tus dedos sobre mi piel se volvieron ásperas, se desvanecieron como palabras de un viento fugaz. Olvidé si tu presencia dejaba un dulce regusto en mis labios, o si tus sílabas eran amargas como la hiel de la despedida.
Sin embargo, en el rincón más profundo de mi ser, una melodía tenue resuena como una reliquia del pasado.
Eras música envolvente, la sinfonía que arrullaba mi alma, y en unisono, mi corazón entonaba reparo en tu honor.
Ahora, en la vastedad de mis recuerdos fragmentados, persigo los destellos de tu esencia perdida en el más allá. Mece mi añoranza la repetición de aquel canto melancólico, donde el amor y la pérdida se entrelazan en un abrazo eterno.
En mi pecho, una canción inacabada, te aclama, parecida a una exclamación lejana que se desvanece en la penumbra. Aunque se me olvidó tu rostro y tus rasgos se difuminaron, permaneces como una nube nostálgica en mi memoria.
Así, en los suspiros del aire y en las olas del mar, mi corazón se alza, recordando la danza de mi esencia. Porque en ese rápido encuentro de nuestras almas bailarinas, se gestó una canción que perdura, duradera, vibrante y atemporal, pero que hoy es destruida, porque no es inmortal.
