Capítulo 12

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-KYRA-

Llegó a su casa, cerró la puerta de un portazo y subió sollozando a su cuarto. Se tiró en la cama con el rostro tapado con las manos.

Se sentía fatal. Mareada, confundida y con un gran vacío en el estómago que la hacía sufrir cada segundo. También la invadía un sentimiento de culpabilidad. ¿Por qué no había querido escuchar a Jay? Iba a pedirle perdón, o eso parecía.

-Joder...- musitó, mientras hundía el rostro en la almohada, en un intento de perderse en su tacto de nube y su calor reconfortante, que le hacía recordar aquellos momentos con su madre.

Su madre... ¿qué decir de ella?

Era la madre entre las madres. No había quien le hiciese apartar la vista de Kyra. Sabía lo que necesitaba, cuando y por qué. Sabía darle su espacio, pero también cuán tensa debía estar la correa.

La echaba mucho de menos.

Desde que murió, hacía casi tres años ya, había estado metida en el mundo de las fiestas, las noches sin dormir, el alcohol y alguna que otra pastilla... La popularidad que tenía en el instituto se le había subido a la cabeza, pero en el fondo de su corazón todavía quedaba algo de la antigua Kyra.

Aquella chica dulce, la que se preocupaba por los demás y tenía aquella mente imaginativa. La que creía en los imposibles, a la que no le daba miedo despegar los pies del suelo y echar a volar. La que jamás se daba por vencida.

La que que era tan valiente que se atrevía a ser ella misma.

Estaba muy cansada de todo, quería volver a ser como era antes. Pero comprendió que ya no había vuelta atrás. No podía dejar las fiestas, el alcohol, las noches sin dormir, los nuevos “amigos” (si es que se les podía llamar así), y tampoco podía dejar a Jay.

Comprendió que había echado a andar por un camino sin retorno.

-JAY-

Llegó a su casa cuando sus ojos ya no admitían más lágrimas y tuvo que dejarlas brotar de nuevo.

-¡Jay!- le llamó su padre desde el salón.

El chico lo ignoró en un principio, hasta que oyó a su madre hablar entre sollozos. Se aproximó a la sala de estar, secándose los ojos con la mano derecha.

-¿Qué?- preguntó, sin ánimos para parecer enojado.

-Jay, yo...- murmuró su madre, con los ojos llorosos.

-¿Qué pasa?- repitió el hijo.

-No te enfades, por favor- intervino su padre-. Ya sabes que el mes que viene se me acaba el subsidio. Y ahora a tu madre la han...

-Perdóname, Jay- suplicó ésta, con las manos temblorosas.

Jay sintió como la precaria torre de naipes que era su vida se desmoronaba por completo, sin dejar ni una carta en pie. La baraja entera salió ardiendo y ni siquiera se pudo quedar con las cenizas, que se las llevó una brisa fría y nada esperanzadora.

-No digas nada- la interrumpió, con la voz extrañamente tranquila-. Se acabó. No aguanto más.

-¿Qué estás di...?

-Esta vida es una mierda.

Dicho esto, Jay huyó escaleras arriba para refugiarse en su pequeña habitación. El único lugar seguro y sin problemas dentro de su casa. Aunque eso era antes. Ahora parecía el mismísimo infierno.

Rin, Len y el Club de los FrikisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora