Sentada junto a la ventana mientras recibía el cálido sol de junio sobre un brazo, tuve que hacer un esfuerzo para obligarme recordar donde estaba. Era difícil imaginar que tras esos estéticos gabinetes de caoba se escondía toda una variedad de equipo médico, o que un abrir y cerrar de ojos las láminas del cielo raso podían desplazarse para dejar al descubierto una batería de lámparas de cirugía. Salvo la evidencia de algunos instrumentos quirúrgicos y la unidad intravenosa junto a la cama, el lugar casi no parecía una habitación de hospital. Mientras observaba amoblamientos del aposento y el papel de colgadura, la memoria hizo su peregrinar a la época, más bien reciente, cuando toda esta aventura se inició.Todo comenzó un frío día de octubre. Nuestro equipo dejó de acababa de hockey acababa de vencer al Saratoga por 2 a 1. Emocionada y rendida, me dejé caer en un asiento de nuestro automóvil. Mientras salíamos del colegio mi madre comento que esa tarde había tenido una cita médica. «¿Qué te pasa?», inquiri, mientras temerosa, hacia un inventario de todos los posibles padecimientos que podrían aquejar a mi madre.
«Pues...». Este titubeó me puso todavía más alerta. «Estoy embarazada»
«¿Estás qué?», pregunte.
«Embarazada», volvió a repetir.
Sobra decir que me quedé muda de sorpresa. Atornillada en mi asiento, lo único que sé me ocurría pensar era que está clase de cosas no le suceden a los padres cuando uno está cursando el último año de bachillerato. Y fue en ese momento cuando comprendí en forma fulminante que muy pronto tendría que compartir a mi madre. Compartir la madre que durante 16 años sólo había sido mia. Se desbordo un enorme resentimiento hacia esa criatura que estaba anidada en las entrañas de mi madre. Yo jamás había deseado que ella tuviera otro bebé cuando se volvió a casar. Desde luego que mi sentimiento era muy egoísta, pero no referente a mi madre no deseaba compartirla en lo más minimo.
Al ver la conmoción y la emoción que le produjo a mi padrastro la noticia de que pronto sería padre por primera vez, no pude sino contagiarme. Me era casi imposible aguantar el deseo de contárselo a todo el mundo y ¡mi emoción se notaba a leguas de distancia!
Pero por dentro procuraba manejar mi desasosiego y temor.Mis padres me involucraron en todos los preparativos, desde la decoración de la habitación hasta la selección del nombre, la asistencia a clases de adiestramiento para el parto, y hasta en la decisión de permitirme estar en la sala de partos cuando naciera el bebé. Pero a pesar de toda la felicidad y emoción que el embarazo de mi madre trajo a nuestra casa, me era difícil escuchar a los amigos y parientes hablar permanentemente de la nueva adición a la familia. Temía ser regalada a un segundo plano cuando llegará mi nuevo hermanito. En ciertas ocasiones, a solas, el resentimiento hacia ese pequeñín que me privaria de lo que era mío sobrepasaba la felicidad que su llegada auguraba.
Sentada en la sala de parto ese 17 de junio, sabiendo que el bebé estaba por llegar, todas mis inseguridades estaban flor de piel ¿Cómo sería mi vida de aquí en adelante? ¿Me convertiría en una niñera permanente? ¿De que me tendría que privar un futuro próximo? Pero ante todo ¿perdería mi madre para siempre? El tiempo para cavilar sobre estos temas se es fumaba. El bebé estaba en camino. Estar allí, en la sala de parto, acompañando a mi madre, fue una de las experiencias más extraordinarias de mi vida, pues el nacimiento verdaderamente es un milagro. Cuando el médico anunció que tenia una hermanita, me deshice en lágrimas.
Todas mis inseguridades y temores sean desvanecido con la ayuda de una familia cariñosa y comprensiva. Es difícil explicar ese sentimiento tan especial que llena mi corazón al tener un ser tan pequeñito que me acompaña mientras espero el bus el colegio, y que se despide de mi agitando su pequeña mano, mientras mamá la sostiene junto a la ventana. Es maravilloso no tener tiempo ni para quitarme el abrigo cuando llegó del colegio, pues ya estoy sintiendo el jaloneo de su manita invitándome a jugar.
Ahora comprendo que mi hogar hay suficiente amor para Emma. Mi resentimiento por lo que ella supuestamente me iba a quitar, se ha desvanecido al percatarme de que nada me ha quitado y que, por el contrario, ha traído muchas cosas bellas a mi vida. Jamás pensé que podía llegar a querer a un bebé de esta forma, y por nada en el mundo cambiaría el placer que me produce ser se hermana mayor.
Melisa Esposito.
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CHOCOLATE CALIENTE PARA EL ALMA DE LOS ADOLESCENTES | Historias que te guian.
Random«CHOCOLATE CALIENTE PARA EL ALMA DE LOS ADOLESCENTES» - Jack Canfield. - Mark Victor Hansen. - Kimberly Kirberger. Historias que guían y acompañan a los jóvenes en esta etapa de la vida. Querido adolescente : Por fin un libro para ti...