Tenía dieciséis años y estudiaba bachillerato cuando me sucedió lo peor que podría imaginarme: mis padres decidieron trasladar nuestro hogar de Texas al estado de Arizona.Antes de comenzar en mi nuevo colegio, tuve exactamente dos semanas para liquidar todos mis «asuntos» y colaborar en la mudanza.
Dejé atrás a mi primer novio y a mi mejor amiga y trate de comenzar una nueva vida. Anuncié a voz en cuello que no quería vivir en Arizona y que estaría de regreso en Texas tan pronto como pudiera. Al llegar a Arizona le advertí a todo el mundo, sin remilgo alguno, que mi novio y mi mejor amiga me aguardaban en Texas. Estaba empeñada en mantener las distancias. Después de todo, yo solo estaba de paso.
Durante el primer día del colegio me deprimi muchísimo. Solamente podía pensar en mis amigos texanos y soñar que pronto estaría con ellos. Durante algún tiempo pensé que mi vida había llegado a su fin. Sin embargo, con el paso del tiempo las cosas mejoraron un poco.
Lo vi por primera vez durante una clase de contabilidad, en el segundo periodo de la mañana. Era alto fornido, buen mozo y dueño de dos ojos azules más bellos que jamás había visto. Estaba sentado tres asientos de por medio, en la misma fila que yo, al frente de la clase. Como no tenía nada que perder, decidi dirigirle la palabra.
«Hola mi nombre Eleonora ¿Cómo te llamas?» le pregunté con un acento marcadamente texano.
El muchacho junto a mi pensó que me estaba dirigiendo a él.
«Miguel», me contestó.
«Hola Miguel», le respondí dándole gusto. «¿Cómo te llamas tú?», pregunté una vez más, concentrando mi atención en el joven de los ojos azules.El miró hacia atrás, convencido de que yo le hablaba a otro.
«Gerardo», me respondió en voz baja.
«Hola», le dije sonriendo y prosegui con mi trabajo.
Gerardo y yo nos hicimos amigos. Nos encantaba charlar en clase. El era deportista y yo miembro de la banda de música. Una inveterada costumbre del bachillerato hacia lo imposible toda relación social entre deportistas y músicos. Nuestros caminos se cruzaban ocasionalmente, durante el desarrollo de nuestras diversas actividades escolares. Pero en términos generales, nuestra amistad se limitaba al entorno de las cuatro paredes de nuestra clase de contabilidad.
Gerardo se graduó ese mismo año y durante un tiempo nuestras vidas tomaron diferentes rumbos. Hasta que cierto día me visitó en el almacén donde yo trabajaba, en un centro comercial. Me alegro mucho volver a verlo. Siguió visitándome durante mis descansos y así retomamos nuestras conversaciones. Las presiones de sus compañeros de deporte disminuyeron sustancialmente y en consecuencia nos convertimos en muy buenos amigos. La relación con mi novio en Texas se volvió menos importante. Como mi amistad con Gerardo florecia, esta relación comenzó a reemplazar la que tenía con mi novio.
Había transcurrido un año desde que nos mudamos de Texas y comenzaba a sentirme como en casa en Arizona. Gerardo fue mi edecán durante nuestro baile de graduación. Salimos con dos amigos de sus amigos deportistas y sus novias. La noche de baile de gala cambió nuestra relación para siempre, por que al ser aceptada por sus amigos. Gerardo se sintió más a gusto. Nuestra relación por fin se hizo pública.
Gerardo fue alguien muy especial durante un periodo sumamente difícil de mi vida. Con el pasar del tiempo, nuestra relación se convirtió en un amor grandioso. Recién ahora entiendo que mis padres no trasladaron nuestra familia a Arizona para herir mis sentimientos, aunque a veces así me lo pareciese. Ahora creí firmemente que la forma como se dan las cosas tiene zu razón de ser, pues de no habernos mudado jamás habría conocido al hombre de mis sueños.
Sheila K. Reyman.
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CHOCOLATE CALIENTE PARA EL ALMA DE LOS ADOLESCENTES | Historias que te guian.
De Todo«CHOCOLATE CALIENTE PARA EL ALMA DE LOS ADOLESCENTES» - Jack Canfield. - Mark Victor Hansen. - Kimberly Kirberger. Historias que guían y acompañan a los jóvenes en esta etapa de la vida. Querido adolescente : Por fin un libro para ti...