I. ELLA JAMÁS SE DESESPERÓ CONMIGO.

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Ella nunca se rindió. Mi madre es mi heroina.

KIMBERLY ANNE BRAND

Ronca de tanto gritar, yo pataleaba como enloquecida tirada sobre el piso, por la sencilla razón de que mi madre adoptiva me había pedido que guardará los juguetes.

«Te odio», le dije dando alaridos. Tenia seis años y no podía comprender por qué me sentía tan iracunda la mayor parte del tiempo.

Desde los dos años había vivido con padres adoptivos. Mi verdadera madre no estaba en capacidad de darnos, a mis cinco hermanos y a mí, el cuidado que merecíamos. Como no teníamos padre ni parientes que quisieran hacerse cargo de nosotros, nos habían conseguido diversos padres adoptivos. Yo me sentía muy sola y confundida. No sabía cómo hablar con los demás acerca de mi dolor que me carcomia por dentro. Los berrinches eran la única forma de expresar mis sentimientos.

Mi errático comportamiento tuvo consecuencias que mi madre adoptiva de ese momento me devolviera al centro de adopciones, de la misma forma como lo habían hecho todas mis madres adoptivas anteriores. Me consideraba la niña menos digna de cariño del mundo entero.

En ese momento conocia a Kate McCann. Cuando ella vino de visita, yo tenía siete años y estaba viviendo con mi tercera familia adoptiva. Mi madre adoptiva me contó que Kate era soltera y que quería adoptar un niño; pensé que no me escogería a mi.

No podía imaginarme que alguien quisiese vivir conmigo para siempre.

Aquel día Kate me llevó a un cultivo de sandías. Nos divertimos juntas, pero esperaba volver a verla. Unos días después, una trabajadora social vino a casa para informar que Kate quería adoptarme. De inmediato me preguntó si yo tenía algún inconveniente en vivir solo con una mamá, sin papá.

«A mí sólo me interesa que me quieran», contesté. Kate uno de visita al día siguiente. Me explico que los trámites de adopción se demorarían casi un año, pero pronto podría ir a vivir con ella. Yo estaba ilusionada, pero al mismo tiempo asustada. Kate y yo éramos totalmente extrañas la una para la otra, y me preguntaba si cambiaría de parecer cuando tuviera la oportunidad de conocerme.

Kate p resintió mis temores. «Sé que has sufrido mucho» me dijo mientras me abrazaba «Comprendo que tengas miedo, pero prometo que jamás te echaré de nuestro hogar. Desde ahora en adelante, tu y yo somos una familia»

Me sorprendí al ver sus ojos llenos de lagrimas. En ese momento me di cuenta de que ella, al igual que yo, sufría de soledad.

«De acuerdo... mamá», le respondí.

A la semana siguiente conocí a mis abuelos, tía, tío y primos. Tuve una sensación extraña lero a la vez agradable, al estar con extraños que me abrazaban como si ya me tuvieran cariño.

Cuando me fui a vivir con mamá, ella me arregló una habitación propia con cortinas y edredón haciendo juego, y amoblada con un tocador antiguo y un armario grande. Yo solo tenía unas cuantas prendas de vestir que había traído en una bolsa de papel.

«No te preocupes», me dijo, «Yo te compraré muchas cosas lindas»

Esa noche me acosté sintiéndome protegida. Recé pidiéndole a Dios que no me tuviera que ir nuevamente.

Mi madre se dedico a cuidarme con esmero. Me llevaba a la iglesia los domingos. Muy pronto me regaló mascotas y me matriculó en clases de equitación y de piano. Todos los días me hacía saber lo mucho que me quería. Peor el amor no era suficiente para sanar ese dolor que tenía adentro de mi ser. Todos los días yo presagiaba su cambio de parecer hacia mi y me decía a mi misma: «Si me comportó demasiado mal, me abandonará como lo hicieron los demás»

De modo que me dedique a herirla antes de que ella me lo hiciera a mi. Me buscaba peleas por cualquier cosa y hacía berrinches cuando no me daba el gusto. Azotaba las puertas, y si ella trataba de controlarme le pegaba. Me abrazaba y me decía que me quería a pesar de todo. Cuando me daba una rabieta me manda a al jardín a brincar sobre el trampolín.

Cuando me fui a vivir con ella yo andaba muy mal académicamente, de modo que mi madre era muy estricta en lo referente a mis deberes escolares. Un día que yo estaba viendo televisión, entró y lo desconectó.

«Puedes ver televisión cuando hayas hecho tus tareas escolares», me dijo. Me puse de pie a dar alaridos. Arroje mis libros al otro lado de la habitación. «¡Te odio y no quiero seguir viviendo contigo!» grité a todo pulmón.

Me quedé esperando que dijera que había llegado la hora de empacar mis cosas. Como no lo hizo, le pregunté «¿No me vas a devolver al centro de adopciones?»

«No me gusta como te estás portando» me dijo, «pero jamás te iras de aquí. Tu y yo somos una familia y los miembros de una familia jamás se abandonan los unos a los otros»

En ese preciso momento comprendi. Esta mamá era diferente. Ella no me iba abandonar. Ella me quería de verdad. Entonces me di cuenta de que yo también la quería a ella. Me puse a llorar y la abracé.

En 1985 toda la familia celebró mi adopción formal, con una cena en un restaurante. Me sentía muy bien al saber que pertenecía a una familia. Pero todavía me invadía ek miedo. ¿Sería verdad que mi madre me querría para siempre? Mis rabietas no cesaron del todo, pero a medida que pasaban los meses se hicieron menos frecuentes.

Hoy tengo 16 años. Todas mi califiaciones están por encima de cuatro. Tengo un caballo que se llama Relámpago cuatro gatos, un perro, seis palomas y un sapo que vive en ek estanque del jardín de la casa, tengo una ilusión: llegar a ser médica veterinaria.

A mi mamá y a mi nos gusta hacer cosas juntas. Salimos de compras y montamos a caballo. Nos da risa cuando la gente nos dice lo mucho que nos p a remos. Nadie cree que soy adoptada

Nunca imaginé que podría llegar a ser tan feliz. Cuando sea mayor me gustaría casarme y tener hijos. Pero si eso no sucede, adoptare un niño como hizo mi mamá. Escogere una niña triste y asustada y jamás, jamás me daré por vencida en lo referente a ella. Vivo feliz por que mi mama nunca perdió la fe en mi.

Sharon Whitley
Condensado de la revista
"Woman's World".

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