III. EN LOS TIEMPO DE LAS CAJAS DE CARTÓN.

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¡Disfruta! Estos son los viejos tiempos que vas a extrañar en los años venideros.

ANÓNIMO

En mi niñez las cajas de carton desempeñaron un importante papel. No me entendían mal, los juguetes también eran maravillosos, pero nada podía superar la magia de una caja de cartón de unos cuantos muchachos, sobre todo si ellos eran los hermanos Nicolás y Cristóbal, mis dos mejores amigos del barrio qué vivían a tres cuadras de mi casa.

El verano era la época ideal para tener una caja de cartón. Sus largos y apacibles días no soportaban el tiempo suficiente para saborear la verdadera esencia de una caja y establecer con esta unos anexos profundos. Sin embargo, para establecer un significativo vínculo con la caja, primero era necesario encontrar una.

Los tres nos subíamos precipitadamente al platón de la camioneta familiar, compitiendo por un rato por nuestro asiento preferido: la rueda de repuesto. Mientras mi madre encontraba sus llaves, nos dedicábamos a cantar «Na Na Na», nuestra canción favorita, o sea cualquier canción de la que sólo sabíamos parte de la letra. A nadie se le ocurría sugerir que fuéramos en la cabina montarse en la cabina ¡Montarse en la cabina era para los cobardes!

Por fin después de muchísimas versiones de nuestro tema «Na Na Na», mi madre nos llevaba al «nido» de las cajas, y ¡allí estaba! La caja más bella que jamás habíamos visto. Era el envase de un refrigerador definitivamente el mejor tipo de caja que uno podía tener, porque es mejor que cualquier otra para viajar muchísimo a los lugares más apetecidos, y además, su capacidad para convertirse en cualquier cosa es simplemente fenomenal. La bodega de muebles y electrodomésticos había descartado este maravilloso tesoro en su puerta trasera, como si fuera un estorbo. Habíamos llegado Justo a tiempo para rescatarla de la Insaciables mandíbulas del camión de la basura.

Primero observamos conmoción como mi madre con la octava la caja sobre el platón de la camioneta. Después nos metimos en su interior para protegernos, durante el viaje de regreso a casa, del viento y de los insectos que pretendían posarse sobre nuestras amígdalas mientras ejecutábamos otra versión de «Na Na Na».

La llegada al barrio fue en experiencia que nos colmo de orgullo. Todos los que estaban jugando en la calle nos observaban y muy rápidamente corrió la voz de que Cristóbal, Nicolás y Eva eran dueños y señores de una caja de refrigerador. Poseer una de este tipo equivalía tener una sobresaliente posición en el barrio. Estábamos a punto de convertirnos en leyendas. En nuestra caja iríamos a lugares donde jamás había llegado chico alguno.

Descargamos nuestro valioso tesoro y con sumo cuidado lo llevamos al jardín trasero. Cristóbal propuso otorgarnos unos minutos de silencio y tranquilidad para aclarar nuestros pensamientos y luego intercambiar ideas sobre qué haríamos con este magnífico tesoro. Así lo hicimos durante unos cinco segundos. Y de pronto, como si una extraña fuerza hubiese abierto en nuestra caja sonora, comenzamos a cantar.

Na Na Na
Nuestra caja está súperbien
Na Na Na
¡Y nosotros también!

De acuerdo, era una canción muy breve, pero también era bella. Y estoy segura de que conmovía el corazón de todos los que tuvieron la buena fortuna de escucharla.

En otra ocasión llegó el momento de tomar decisiones. «Vamos a Zo en nuestra caja» dije yo.

«¿A dónde?» preguntaron al unísono Nicolás y Cristóbal, mirándome fulminantemente.

CHOCOLATE CALIENTE PARA EL ALMA DE LOS ADOLESCENTES | Historias que te guian.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora